México: granjeros modernos o siervos de Monsanto
La moratoria a la siembra de maíz transgénico establecida en México hace diez años llegará a su fin cuando se otorgue el primer permiso de siembra experimental y en cuestión de meses será legal la siembra comercial.
Para Monsanto el levantamiento de la moratoria mexicana es una prioridad, pues aun con ella México ocupa el cuarto lugar en sus ventas, una vez que las compañías semilleras nacionales sucumbieron ante la feroz competencia y que fue eliminada la empresa estatal Pronase. A escala mundial Monsanto triplicó sus ganancias en el primer trimestre del 2008 con base en la venta de semillas de maíz (transgénico e híbrido) y de herbicidas. El auge de los agrocombustibles y el uso de maíz para la fabricación de etanol en Estados Unidos aumentaron el valor de sus acciones en 21 por ciento. En este entorno favorable, lograr la siembra de maíz transgénico en México, en donde cerca de la mitad de la superficie agrícola se destina a este cultivo, parece un negocio jugoso.
Monsanto ha contado con el apoyo de los legisladores que aprobaron a su favor la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados (LBOGM), y con el respaldo de funcionarios de las secretarías de Agricultura y Medio Ambiente, que publicaron el reglamento de la ley y burocráticamente intentan concluir el Régimen de Protección Especial al Maíz.
Los permisos para siembra experimental cancelados por ilegales en los años anteriores se ubicaban en Chihuahua, Sonora, Sinaloa y Tamaulipas, y aunque los funcionarios se empeñan en negarlo, en esos estados existe una amplia diversidad de razas y variedades nativas. En Chihuahua hay 23 razas catalogadas y teocintle, que también se registra en Sinaloa (Turrent y Serratos 2004).
Ilusiones. Algunos productores comerciales de estas entidades, ávidos de aprovechar los años de buenos precios para el maíz que el auge del etanol provoca, ponen su fe en la tecnología y sostienen, como la publicidad de Monsanto, que el maíz transgénico mejorará su rentabilidad y rendimiento; que reducirá sus costos y aumentará el volumen de producción, y tendrá un impacto benéfico sobre el ambiente al reducir el uso de plaguicidas.
Pero el maíz transgénico –a diferencia del paquete de la Revolución Verde – no aumenta el rendimiento de las cosechas, excepto al reducir los daños por plagas. Monsanto avanzó en los años recientes desarrollando un maíz genéticamente modificado que ataca al barrenador europeo, pero también controla a los gusanos cogollero, elotero y de la raíz, los cuales, a diferencia del primero, sí son plagas mexicanas Pero si la parcela no tiene un daño considerable por estas plagas, no habrá ningún aumento de rendimiento o de volumen de producción. Además las plagas desarrollan resistencias, por lo que entre un 20 y un 35 por ciento del área debe sembrarse con cultivos convencionales. Las otras plagas deben ser atacadas con otros venenos.
El maíz resistente a herbicidas los usa intensivamente, así que además del costo del producto y de su aplicación, cuestiona los supuestos beneficios al ambiente. La semilla transgénica es más cara que la convencional y adicionalmente los productores deben pagar el costo de una licencia por el uso de la tecnología. Actualmente con maíces híbridos no transgénicos los productores en esos estados están obteniendo muy altos rendimientos, entre cinco y 12 toneladas por hectárea, que será muy difícil incrementar con transgénicos.
Así la rentabilidad de la siembra del maíz transgénico debe ser cuidadosamente analizada por los productores, contra la incidencia de plagas, los costos y precios del maíz, además de considerar el rechazo de los consumidores.
En el contrato de compra de semillas genéticamente modificadas los productores se comprometen a no venderlas, intercambiarlas, regalarlas o guardarlas, a riesgo de ser demandados penalmente por la corporación.
Así mientras es poco probable que los productores obtengan beneficios extraordinarios, es inevitable que la siembra de maíz transgénico contamine a la de maíz convencional, pues la coexistencia es imposible, Además, debido al control monopólico del mercado de semillas que ejerce la compañía, si los productores deciden dejar de sembrar transgénicos dependen de la existencia en el mercado de otras variedades que pueden no estar disponibles tal como les ocurrió a los productores en Estados Unidos. Los consumidores no tendrán la posibilidad de optar por maíz convencional, pues al cabo de algunos ciclos todo el maíz será transgénico o estará contaminado. A menos que la sociedad civil muestre activamente su rechazo al maíz transgénico, la ilusión de los productores de convertirse en granjeros modernos nos colocará a todos como siervos de Monsanto.
Fuente: La Jornada