La razón de vivir. Chaskinayrampi, Brasi
Eran tiempos de niños cuando una mujer indígena cantando y feliz buscaba en los bosques flores para su casa como una fuente de alegría a su familia. Algunos años después, la misma mujer sacaba las mismas flores pero llorando. Eran para hacer un homenaje a una persona de su familia que había muerto defendiendo la tierra.
Hemos escuchado que “la vida es un combate que a los flacos abate”, pero la tradición ancestral indígena nos enseña que la vida es como una fuente muy preciosa que debe de ser vivida como el olor de las flores que nos hacen bien, y que tiene que ser cultivada y compartida a cada despertar del sol y a cada noche que llega para demostrar el respeto y el equilibrio entre el gran Creador, la naturaleza y nosotros.
Con este concepto, base de enseñanzas de nuestros ancestros a los derechos humanos, al ambiente, la justicia, la paz y el respeto incluso a los flacos y diferentes, hemos demostrado como indígenas un sistema de vida individual y colectivo.
Como ejercicio de tradición oral y percepción, hemos aprendido a observar los caminos de la civilización y las religiones occidentales, su comportamiento de preconcepto y racismo contra nuestra forma de mirar la vida y de vivir. Hablan de Dios, libertad, democracia y ética, pero con referencia a una óptica unilateral que nos considera “salvajes” que tienen que ser “civilizados”, con justificación jurídica, política e incluso legal. Como primeras naciones de las Américas y dueños originales de todos los territorios, hemos despertado que ahora somos partes de la globalización. Nuestras comunidades aunque lejanas están siendo sitiadas por nuevas ciudades y proyectos económicos que llegan con nuevas costumbres y nuevas enfermedades, cambiando nuestra forma de vivir.
Pero hay una nueva consciencia indígena que se desarrolla para los nuevos tiempos. Sabemos que como nosotros, están los blancos pobres y afro-descendientes que también buscan una vida con dignidad para su familia, que muchas veces no tiene qué comer o dónde dormir.
Gracias a nuestro espíritu ancestral en la relación con la Tierra y la resistencia de nuestros líderes, buscamos caminos para nuevas informaciones, mirando con mucha atención las señales transmitidas por esta nueva civilización y modernidad. Por ejemplo, representación políticas y elecciones, juegos de futbol, guerras e incluso nuevas palabras como corrupción para ladrones, crimen organizado.
Medias verdades para la mentira, destrucción del medio ambiente, violación cultural y física contra pueblos indígenas, niños abandonados en las calles, esclavitud, todos transmitidos incluso por la prensa más consciente, pero que se transforma casi en un cotidiano común que estimula nuestra omisión y anula nuestra indignación para reaccionar.
Como hijos de pueblos tradicionales y soberanos, tenemos que defender nuestras tierras como un patrimonio territorial con valor a un nivel alto de calidad de vida, que no puede creer cómo una sociedad quiere construir la paz en base a la guerra, marginando familias, sociedades y su soberanía en nombre del desarrollo. Una civilización que tiene estas bases de vida, no puede jamás asegurar un mundo mejor a sus futuras generaciones.
Si tenemos como pueblos indígenas la conciencia de nuestros derechos como primeras naciones y parte de la globalización, debemos afirmar con responsabilidad y solidaridad que la paz mundial no será construida en base de guerras y entonces, no podemos aceptar la guerra en Irak y tampoco la violación contra hermanos en el Tibet. La guerra promueve odio, muertes, destrucción, que van a reflejarse en sacrificios de familias, y de otro lado tenemos que pensar quién está teniendo lucros con estas catástrofes: ¿Las industrias bélicas? ¿Petróleo? ¿Control geográfico? ¿Juegos Olímpicos? Ante toda esta reflexión, creemos que nosotros los pueblos indígenas, aunque con cambios climáticos, cambios culturales, pero con fuerza espiritual, tenemos que ayudar a la humanidad moderna a encontrar los caminos de respeto al medio ambiente, la diversidad humana, generando una sociedad capaz de promover una nueva forma de convivencia, relaciones comerciales con equilibrio ecológico, económico y calidad de vida. Y entonces, nuestras mujeres indígenas van a poder buscar sus flores en nuestras tierras para hacer más hermosas nuestras casas, nuestras familias y nuestros corazones, igual que un pájaro que vuele para buscar uno a uno un pedacito de palo u hoja y hacer el confort de su casa.
¿Un poema? Quizás, sí, pero con la realidad indígena de que todavía hay una razón de vivir.
Por Marcos Terena
Marcos Terena, piloto aviador y dirigente indígena, pertenece al pueblo terena del Chaco, Mato Grosso do Sul, Brasil.
Fuente: La Jornada