Argentina: el desastre de los incendios en las islas: “la culpa no es del viento”
Hay un enorme cambio de escala en la ganadería de islas, empujado por la expansión de los monocultivos de soja, dijo el director de PROTEGER. La Justicia y los otros poderes del Estado deben reaccionar ante estos desafíos y avanzar -como con la Ley de Bosques, hacia un ordenamiento territorial ambiental aplicable a las actividades agropecuarias, reclamó.
“Si bien la quema de pastizales se ha usado como parte de las prácticas agropecuarias, a la luz del conocimiento actual sobre conservación del suelo, protección de la biodiversidad y mitigación del cambio climático, no hay duda de que se trata de una práctica perimida e irresponsable. Esperamos que la Justicia tome medidas ejemplarizadoras, mientras el Estado en su conjunto avanza en la planificación, ordenamiento y control de las actividades productivas”, advirtió hoy el director general de la Fundación Proteger, Jorge Cappato.
Como se sabe, esta mañana la ciudad de Buenos Aires amaneció cubierta por una espesa nube de humo que causó un aluvión de casos agudos respiratorios. Las quemas en el delta del Paraná no ceden y los inconvenientes con el correr de los días aumentan. El Gobierno dispuso el cierre de las rutas 9, 12 y 14 por la falta de visibilidad, mientras se suspendían aterrizajes en Aeroparque. Oficialmente se reconocían 292 focos de incendio de pastizales en el Delta.
“Con los incendios intencionales, masivos y sistemáticos en las islas del Paraná, un ecosistema vulnerable y de alto valor para la biodiversidad y para otras actividades económicas de gran importancia, estamos asistiendo a un desatino de grandes proporciones”, subrayó Cappato, quien también es el coordinador nacional del Comité Argentino de la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Monocultivos e impactos
“Los humedales del Paraná se utilizaban hasta hace pocos años en épocas de sequía, trasladando allí el ganado para que siga alimentándose con el ‘forraje de islas’, pero en los bordes de las mismas. Ahora hay un impresionante cambio de escala -más de un millón de vacas sólo en el Delta. Debido a la expansión agrícola, específicamente por el boom de la soja, los grandes monocultivos han desplazado a la agricultura familiar, a los tambos y empujado a otras áreas, como las islas fluviales, a la producción ganadera”, explicó Cappato.
“Si uno viaja hoy entre Santa Fe y Buenos Aires, lo único que se ve es un mar de soja. Ante la pregunta ‘¿donde está el ganado?’, la respuesta es muy simple: las vacas están en las islas, ya no sólo en la periferia, sino en toda la parte alta de las islas”, indicó.
“En este caso también, como en el caso de los desmontes para soja, lo más barato para un productor irresponsable es prender fuego y hacer uso de quemas sistemáticas, sin importar las consecuencias”.
“De este modo, la materia orgánica destinada a conservar el suelo, al quemarse se transforma en dióxido de carbono y se inyecta a la atmósfera, siendo este gas uno de los principales gases de efecto invernadero. Es un desastre por donde se lo mire. Si las generaciones futuras tuvieran voz estarían diciendo que esto es de una atrocidad, un egoísmo o una ignorancia sin límites”, apuntó.
“El humo y los problemas de salud derivados de la contaminación del aire, son otras de las consecuencias largamente denunciadas por organizaciones como el Taller Ecologista de Rosario desde 2004, cuando en la temporada seca el humo de los incendios intencionales en las islas entrerrianas, empujados por el viento del este hizo sentir sus efectos en la ciudad”, recordó Cappato.
Ahora Buenos Aires
“Ahora lo que vemos es lo mismo, pero esta vez sobre Buenos Aires y con un cambio de escala de características espectaculares, sólo si consideramos que se han detectado unos 300 incendios intencionales en los últimos días en las islas cercanas”.
“Es inconcebible escuchar que la culpa de lo que vivimos es del viento, o que el problema es que las quemas ‘escaparon de control’. La causa real es la magnitud de los cambios, la falta de planes de manejo agropecuario sustentable y la carencia de una mayor capacitación y concienciación de los productores”.
“Yendo un poco más allá, hay una necesidad imperiosa de que la Justicia, el conjunto de los poderes del Estado puedan reacomodarse rápidamente a estas nuevas situaciones y desafíos, a estos gigantescos cambios de escala y avanzar -como en el caso de la Ley de Bosques-, hacia un ordenamiento territorial ambiental aplicable a las actividades agropecuarias”, reclamó Cappato.
“No se trata de un discurso contra la ganadería, pero tampoco es posible que los ciudadanos y el Estado sigamos pagando los costos de los impactos económicos, sanitarios, sociales y ambientales de actividades productivas que necesitan -insistimos- de un urgente ordenamiento y control”, destacó.
Las cuentas completas
“Además de las pérdidas de vidas humanas y haciendo un balance estrictamente económico, nuevamente es necesario hacer ‘las cuentas completas’ de los costos que se están transfiriendo a la sociedad y a otras actividades económicas: sólo hablando de transportes de cargas detenidos, pérdida de horas laborales, trastornos en la actividad industrial, movilización de fondos y equipos del Estado para atender a la emergencia y gastos hospitalarios. La degradación de los humedales, la pérdida de biodiversidad y la erosión de un patrimonio natural que tiene un enorme potencial para el desarrollo de actividades como el turismo, por sólo citar una de ellas, son otros tantos costos a incluir en el balance”, indicó.
“Tampoco es posible olvidar que las islas y humedales del Paraná cumplen funcionen absolutamente irreemplazables como mitigar las inundaciones y sequías, regular el clima, purificar el agua, recargar los acuíferos y alimentar los ciclos de reproducción y desarrollos de la pesquería fluvial más importante del país, entre otras”, dijo finalmente.
Fuente: Fundación PROTEGER