Universidades y el MST de Brasil imparten a jóvenes campesinos cursos de agronomía especializado en los grandes ecosistemas del país
La independencia de un pueblo depende de su soberanía alimentaria. Esta tesis ha acompañado la historia política de la humanidad y está presente en todas las doctrinas. José Martí, padre de la patria latinoamericana, decía: "Un pueblo que no consigue producir sus propios alimentos será siempre esclavo de alguien". En efecto, ningún pueblo ha podido ser soberano, caminar con sus propias piernas, desarrollarse socialmente y construir su propia cultura y civilización sin producir los alimentos necesarios para su subsistencia
Pero el concepto opuesto también es válido. En la lucha política entre los intereses económicos y geopolíticos de las clases sociales y los gobiernos, siempre se ha empleado el arma de los alimentos para conformar la dependencia de un pueblo, de un país y de su gobierno. En los últimos cincuenta años, caracterizados por la hegemonía del capital estadounidense, Washington utilizó sistemáticamente la producción de alimentos como instrumento de dominación. Con ese fin, primero ofrece alimentos, sea mediante donación o ventas a largo plazo. De este modo comienza a modificar los hábitos alimentarios y a generar dependencia a decenas de pueblos de Asia, África y América Latina. Es el antiguo sistema de dar el pescado para evitar que los pueblos pesquen.
Sucesivamente, el capitalismo agroindustrial instrumenta la política de control de las técnicas de producción, induciendo a los agricultores a adoptar sus métodos de monocultivos homogéneos a gran escala y el uso intensivo de la mecanización y de venenos, también llamados agrotóxicos. Casi todo el mundo occidental ha quedado a merced de este tipo de explotación agrícola, que simpáticamente ha sido denominado "revolución verde". En realidad, es una contrarrevolución que ha sumido en la dependencia a millones de agricultores, que se vieron obligados a comprar los insumos agroindustriales fabricados por empresas transnacionales estadounidenses y europeas.
Se trata de técnicas depredadoras. No respetan la naturaleza. Producen alimentos contaminados con altos índices tóxicos que inoculan enfermedades a los consumidores. Además, como se ha comprobado, causan alteraciones climáticas y calentamiento global. En numerosos países, como Brasil, la explotación agropecuaria es la principal responsable, junto con el transporte automotor, de la contaminación que eleva el calentamiento ambiental.
Muchos países latinoamericanos, y Venezuela en particular, han sido víctimas de esa política. Como los venezolanos tenían abundantes recursos petroleros, aceptaron esa dependencia agroindustrial. Hoy, pasado medio siglo de dominio estadounidense, el resultado está a la vista: pese a su rico potencial agrario, Venezuela importa 85 por ciento de todos los alimentos que consume.
Asimismo, se está organizando una red de intercambio y asociaciones con otras escuelas agronómicas de otros países latinoamericanos, con experiencias virtuosas en México, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Chile. Y aquí, en Brasil, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST, integrante de Vía Campesina) desarrolla convenios con universidades federales que coinciden con nuestros enfoques, con las cuales hemos creado cuatro cursos especiales de agronomía para hijos de campesinos que han recibido tierras en la reforma agraria, uno para cada uno de los principales biomas (grandes ecosistemas) brasileños: Amazonia, Cerrado, Mata Atlántica y Caatinga.