¿Que dejó la conferencia de Bali? Un planeta con fecha de vencimiento (nota I)
A pesar de su aislamiento, Estados Unidos continúa oponiéndose al Protocolo de Kyoto: la única herramienta que hoy en día existe para proteger la salud de un planeta cada vez más dañado
Primero fue José María Aznar, luego el premier inglés Tony Blair, ambos mandatarios debieron dejar el poder en sus respectivos países como consecuencia del respaldo que le brindaron a la cruzada bélica en contra del “terrorismo” emprendida a partir del 2001 por el presidente estadounidense George W. Bush.
Ahora le tocó el turno al conservador australiano Jhon Howard, quien luego de un mandato de once años, el pasado 24 de Noviembre perdió las elecciones contra el laborista Kevin Rudd.
Las principales razones que llevaron a que el electorado se decida por el cambio, radican en el repudio que la mayoría de la población siente hacia la guerra de Irak: actualmente fuentes oficiales estiman que hay unos 1.500 soldados australianos en terreno iraquí, a esto hay que sumarle los más de mil militares que también se encuentran operando en Afganistán.
Esta situación terminó desgastando al oficialismo y de esta manera Kevin Rudd se alzó con la victoria. Ni bien asumió formalmente la presidencia el pasado 3 de Diciembre, adoptó dos medidas trascendentales que repercuten en el escenario geopolítico mundial actual.
Por un lado (cumpliendo con lo que fuera su principal promesa de campaña) anunció que 550 combatientes acantonados en el sur de Irak serán repatriados a Australia antes de mediados del 2008.
El nuevo régimen democrático todavía no definió cual va ser el futuro de los demás soldados presentes en Bagdad, pero sin lugar a dudas esta retirada parcial representa un duro golpe para los intereses bélicos del gobierno de George W. Bush: quien parece que cada vez se va quedando con menos aliados “incondicionales” en el plano internacional.
Volviendo a las repercusiones del cambio de mando en Australia, es necesario decir que la nueva administración laborista adoptó otra medida que profundiza aún más el aislamiento que padecen los preceptos políticos defendidos por la Casa Blanca: decidió la ratificación del Protocolo de Kyoto.
"Se trata del primer acto oficial del nuevo Gobierno, lo que muestra el compromiso de mi gestión en abordar el problema del cambio climático", señaló Kevin Rudd en un comunicado oficial.
Sin embargo, ahora cabe preguntarse bien que es el Protocolo de Kyoto y de que manera puede contribuir a sanear la salud de un planeta que (debido al accionar contaminante del hombre) parece estar cada vez más cerca de su fecha de vencimiento.
Entonces, es necesario contar un poco sobre las primeras iniciativas que apuntaron a comprometer a las naciones poderosas -las que más contaminan- en la defensa del medioambiente.
En 1992 se reunieron en Río de Janeiro representantes de 192 países para así debatir sobre las consecuencias del cambio climático. Ese encuentro, que fue catalogado como la “Cumbre de la Tierra”, se llamó a establecer objetivos voluntarios para así reducir la emisión de gases de efecto invernadero: uno de los principales responsables del calentamiento global.
Ante la falta de avances concretos en este tema, cinco años después se firmó en la ciudad japonesa de Kyoto un protocolo que comprometía a las naciones industrializadas a reducir en un 5 por ciento (en comparación con los niveles de 1990) la emisión de gases nocivos al ambiente.
El acuerdo, que actualmente esta vigente en 36 países y que abarca el período 2008-2012, busca contener así las cada vez más constantes sequías, inundaciones, huracanes y tsunamis que están ocurriendo en distintas partes del mundo.
Hoy en día la única nación poderosa que se opone a este marco regulatorio es Estados Unidos. Bush rechaza de plano plegarse al Protocolo, porque según él esto perjudicaría el rumbo de la economía estadounidense, la cual se sustenta principalmente en combustibles fósiles como el petróleo.
Lo que no parecen darse cuenta desde Washington es que el planeta no va a soportar por mucho tiempo más la situación actual, es necesario tomar medidas drásticas, porque sino el colapso global va a estar cada vez más cerca.
Un reciente estudio llevado a cabo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) alerta sobre esta preocupante realidad. Según este informe en los próximos años la temperatura puede llegar a aumentar hasta cuatro grados centígrados, lo que prácticamente condenaría a morir de hambre a por lo menos 600 millones de personas en el África subsahariana.
Si todo continua como hasta ahora, los investigadores del PNUD aseguraron que en un futuro no muy lejano 200 millones de personas que viven en esa región no tendrán acceso a un hogar y otras 400 millones carecerán de cuidados contra enfermedades como la malaria y el dengue.
Kevin Watkins, uno de los autores de la investigación, enfatizó que las personas de más bajos recursos son las primeras víctimas del voraz consumo de energía que implica el estilo de vida de los países ricos.
"Si las personas del mundo en desarrollo generaran emisiones de dióxido de carbono por habitante similares a las que producen quienes viven en Estados Unidos, necesitaríamos la atmósfera de nueve planetas para afrontar las consecuencias", señaló el funcionario.
A pesar de todas estas pruebas contundentes, Washington no tiene intenciones de ceder y aún continúa argumentando que lo mejor para combatir el calentamiento global son los recortes voluntarios de gases contaminantes.
Esta posición, que en el pasado fracasó rotundamente, fue la que defendió la delegación estadounidense en la XIII Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC), la cual se desarrolló entre el 3 y el 14 de Diciembre en la turística ciudad de Bali.
Allí se hicieron presente delegados de más de 192 países, el objetivo de la reunión era delinear los primeros pasos a seguir en el acuerdo que sucederá al Protocolo de Kyoto, el cual finaliza en el año 2012.
El objetivo de los organizadores y las organizaciones ambientalistas, es terminar esta tarea en el 2009 (así los países signatarios tendrían tres años para ratificarlo), pero sin lugar a dudas esta meta no va a ser fácil de alcanzar.
Además de la mencionada intransigencia estadounidense, los denominados países en desarrollo (léase China, India, Brasil) no ven con buenos ojos que la nueva normativa busque reducir sus emisiones producto de la quema de combustibles fósiles. Estos argumentan que como los países ricos son los que más contaminan, ellos deberían hacer el principal esfuerzo en intentar controlar los efectos del cambio climático.
En resumidas cuentas, esta posición es sostenida por los integrantes de la Unión Europea (UE), quienes ya manifestaron su predisposición a reducir un 20 por ciento de sus emisiones toxicas para el año 2020. Esta cifra se podría incrementar si la Casa Blanca da alguna señal positiva, algo que indudablemente no es de esperarse de la administración Bush.
Sobre este tema, Elizabeth Bast, investigadora de la organización ecologista Amigos de la Tierra afirmó desde Bali que " el gobierno está solo, aislado del resto del mundo como el único país que no ratificó el Protocolo de Kyoto, y también del pueblo estadounidense, que exige cada vez más reducciones drásticas de las emisiones de gases de efecto invernadero”.
A pesar que propuestas serias para limitar la emisión de gases cobran impulso en el Senado, y la Corte Suprema de Justicia falló que la Agencia de Protección Ambiental debe promulgar regulaciones al respecto, los sectores ambientalistas estadounidenses no tienen ninguna esperanza en la administración republicana.
Esta sensación también es compartida por los sectores de la bancada demócrata en el Capitolio, es más hace unos días once congresistas le enviaron un mensaje al Director de la Secretaría de Cambio Climático de la ONU, Yvo de Boer, diciéndole que no se preocupe por los constantes obstáculos al acuerdo que presenta la Casa Blanca, ya que el año que viene un posible nuevo gobierno demócrata va a modificar la postura con respecto al cambio climático.
Más allá de lo que puede llegar a pasar si esto ocurre, lo que hay que resaltar es que el planeta no puede esperar tanto tiempo. Es necesario que las medidas se tomen ya, porque sino los tsunamis, huracanes, se van a hacer cada vez más frecuentes.
Por eso de la importancia de la conferencia de Bali, esta tiene el desafío de lograr que los líderes de las naciones más poderosas dejen a un lado -por una vez- sus intereses personales, económicos, para darle prioridad al bienestar de la población de los países pobres. Los que sin duda son los principales damnificados en todo este asunto.
Es una tarea difícil, pero no imposible. ¿La podrán lograr? Esbozaremos algunas respuestas a este interrogante en una próxima nota.
ra.moc.rusocremasnerp@nagnomm