América Latina: a 515 años de aquel 12 de octubre: la maligna herencia colonial aún persiste
Nuestra historia siempre estuvo signada por designios e ideologías externas. Un complejo psicosocial no permite desarrollar un pensamiento propio en pos de lograr nuestro verdadero avance
Año 2007, siglo XXI, 515 años después de aquel 12 de octubre de 1492 cuando Cristóbal Colón pisó está parte del planeta. Desde ese día, la historia de estas tierras sería distinta, sería catastrófica, sería mentirosa.
En la actualidad en todos los países de América Latina se “festeja” el mal llamado “Día de la raza”. En muchos países, ese trágico y fatídico día es feriado nacional.
¿Por qué se sigue festejando este día? ¿Por qué se lo sigue llamando el “Día de la raza”?
Sin lugar a dudas la memoria latinoamericana sufre de una gran distorsión; una manipulación diseñada por los conquistadores llegados a esta tierra hace más de cinco siglos y que aún persiste en el imaginario colectivo latinoamericano. La historia que prima es la de los vencedores, que fue alimentada y es sostenida por las oligarquías criollas dirigentes que forjaron los estados-nación a imagen y semejanza de Europa.
Después de más de tres siglos de la Conquista y la Época Colonial, a comienzos del siglo XIX y después de las llamadas luchas por la independencia, el escenario latinoamericano tuvo un cambio significativo. Sin embargo, en los procesos revolucionarios, uno de los problemas fundamentales a cuestionarse es el concepto de patria: para el negro esclavo, para un criollo rico, para un español realista y monopolista, para un mestizo o para un indio no incorporado al sistema manejado por los blancos.
¿Qué se entiende por revolución? Lo que historia oficial considera revolución-independencia: ¿no es más que un cambio de gobierno, un cambio de poder?
¿Quiénes salieron beneficiados por este cambio llamado independencia?
El historiador chileno Fernando Mires nos puede ayudar a responder esta pregunta: “la Independencia no solo implicó la persistencia de las antiguas relaciones señoriales sino además su fortalecimiento, que por supuesto, tendría lugar a costa de los más humillados de la sociedad, los indios”. Entonces se puede decir que la independencia solo fue el triunfo de una parte minoritaria de la población, los blancos".
A este escenario se puede agregar lo que el escritor uruguayo Eduardo Galeano nos dice: “El más feroz racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las palabras de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del siglo diecinueve y en los actos de los políticos liberales que fundaron el Estado moderno. A veces, ellos eran indios de origen”.
“La memoria de América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más”, agrega Galeano.
De ese modo, nuestro camino fue formado a merced de las potencias de turno, a merced de ideologías y designios externos. Después de la colonización española, tras lograr la “independencia” y consolidar los estados nacionales, la atmósfera latinoamericana se sumergió en el semicolonialismo o preimperialismo liberal, donde Gran Bretaña y Francia asumieron el papel de sucesoras de España y Portugal.
Alrededor de 1850 se inicia una tercera etapa, la del preimperialismo financiero, donde Gran Bretaña y Francia exportan hacia América Latina no solo mercancías sino también capitales, y Estados Unidos comienza a imitarlos en menor cuantía después de finalizar su Guerra de Secesión.
Finalmente, alrededor de 1880, se implantó la etapa del imperialismo plenamente desarrollado, basado en el monopolismo, la hegemonía del sector financiero sobre los demás sectores.
El imperialismo estadounidense fue producto del proceso de desarrollo capitalista acelerado que se inicio después de la Guerra de Secesión. Los encargados del poder económico del país del norte se sintieron dirigentes de un pueblo elegido, portadores y ejecutores del “Destino Manifiesto” que impulsaba a Estados Unidos hacia la jefatura de las naciones.
Cuanta razón tiene Galeano, cuando describió esta situación así: “Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar las prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos”.
Una vez hecho un breve repaso del largo trecho caminado por América Latina a lo largo de su historia dentro el marco político-económico y su relación-dependencia en cuanto a los Imperios de turno, ha llegado el momento de indagar en un factor muy importante que muchas veces es obviado por grandes autores, y que es necesario a la hora de entender porque nuestra región esta sumergida en el retraso, el subdesarrollo y la sumisión ante los centros de poder.
Dicho factor tiene un carácter mental y psicosocial que fue el legado perverso que nos dejó la conquista y la colonia, y que aun en estos días esta presente en el inconsciente colectivo de las sociedades latinoamericanas, gran motivo por el cual el despertar de la región todavía no ha sido total.
Para englobar el rasgo de esta idea utilizaremos la definición de complejo latinoamericano. Según el concepto psicológico, complejo es un conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su comportamiento; y latinoamericano, porque el gran sujeto sufriente de esas fisonomías es cada uno de los habitantes nacidos en América Latina.
Como se mencionó anteriormente el complejo latinoamericano nació con la llegada de los españoles a suelo americano y se dispersó, alojándose en la mentalidad de los latinoamericanos, desde la conquista hasta nuestros días. En ese sentido la mentalidad europea es un factor determinante a la hora de analizar el complejo latinoamericano. Cuando los europeos llegaron al continente, traían en su haber centurias de años de relaciones de explotación, de invasiones, de torturas, de masacres, de irrespeto por la vida y el prójimo. Cobijados bajo la religión cristiana jamás cuestionaron nada de estas atrocidades, sino que, por el contrario, las apoyaban “en el nombre de Dios”.
El periodista, Juan Carlos Rodríguez sostiene que la relación entre el conquistador español y el nativo americano recayó en un discurso del “tú eres un pecador, un indigno, un don nadie en el que no se puede confiar”, como si el hecho de que ellos se autodefinieran como hijos de Dios y mediante esta ideología manifestaron que el que no abrazara el cristianismo no era humano, sino era animal, salvaje, primitivo, bárbaro; lo que justificaba y otorgaba el derecho de disponer del otro como mejor les pareciera.
Esa arenga sirvió para que la relación entre el invasor europeo con el nativo americano genere la imposición psicológica en la mente del nativo en el “nosotros somos-ustedes no son”. A su vez, es necesario aclarar que el complejo latinoamericano, no es solo padecido por los descendientes de los pueblos originarios de la región. Durante la colonia, tanto mestizos y criollos, en diversos grados sufrían de inferioridad con respecto al español. Esa pesada herencia esta impregnada en la mayoría de los habitantes latinoamericanos aglutinados bajo esa colonización mental, y es por eso que es necesario reconocer esa patología, para erradicarla y romper con el complejo latinoamericano.
Para seguir con el desarrollo de este complejo, se puede decir que con el acontecer del tiempo, el control europeo sobre la voluntad de sus descendientes y del nativo americano se sofisticó. Mediante el concepto de civilización se sostuvo en el colectivo humano que el antiguo invasor era gente civilizada a imitar. De ese modo la mentalidad del hombre latinoamericano se colocó en una posición de inferioridad con respecto al hombre europeo y más tarde al hombre estadounidense, heredero imperialista de los primeros.
El pensamiento latinoamericano se reflejó en un sentimiento de querer ser como los europeos y/o los estadounidenses, y esto quizás provocó en la mentalidad latinoamericana la baja autoestima de considerarse menos que ellos. Desde las enseñanzas en la escuela, el precepto a inculcar fue el cuento de que los europeos y, posteriormente, los estadounidenses eran gente civilizada y con un desarrollo cultural superior. Olvidando muchas veces el pasado de la región en torno a culturas altamente desarrolladas como los Mayas, los Aztecas o los Incas, solo por mencionar unos cuantos.
La reproducción de la jerarquización de las relaciones humanas en términos de “superior-inferior”; reproduciendo el “yo soy-tú no eres”; “yo no soy esclavo-tú eres esclavo”; y el hecho de excluir y desechar la cultura del otro derivó en un auto concedido derecho a invadir; esclavizar; torturar y arrebatar al otro, sostiene el periodista José Del Grosso.
En este marco, la situación de América Latina se sumergió en un criterio de superioridad-inferioridad en cuanto a su relación con Europa y Estados Unidos. Mediante el poder político, económico, militar, cultural y psicológico las potencias de turno inventaron maniobras de dominación en casi todo los sentidos. Una especie de colonización mental fue un factor determinante para que estos países impusieran su ciencia, su visión del mundo, su cultura, sus recetas económicas y el espejismo de la tecnología.
A esto Del Grosso advierte que “los imperialistas europeos y estadounidenses se han valido del concepto teórico de civilizado para lavarnos el cerebro, mientras que en la práctica ha significado la imposición de la ideología de la dominación”.
A lo largo de la historia la sociedad latinoamericana se ha degradado y marginado. La dichosa frase “América para los americanos”, pronunciada en 1823 por James Monroe, quinto presidente estadounidense, se ha incrustado en su mentalidad colectiva, como una sentencia que permitió que Estados Unidos se situé varios escalones arriba, y se otorgue (o se la otorgamos) el derecho de actuar en nuestro nombre, protegernos, intervenirnos, imponernos su civilización, su progreso, su desarrollo cultural e intelectual, sus valores, su derecho a vernos como seres inferiores y su derecho a explotarnos.
Este complejo latinoamericano esta descalificación, esta inferiorización, impuesta y alienada es uno de los elementos más poderosos para la subyugación de América Latina.
En el actual imperialismo que rige sobre América Latina, la forma con que Estados Unidos, mediante su política exterior, sostiene un discurso de considerar a sus dominados como “inferiores-bárbaros”, sirve como una herramienta de supremacía para subyugarnos. Esta forma de colonización mental en palabras del sociólogo Atilio Borón hace que “el intelectual colonizado, fiel a la tradición imperial de `ninguneo` a las colonias —invariablemente percibidas como pueblos bárbaros y justos merecedores del sistemático pillaje al que se ven sometidos— asume como propia la visión del mundo de los amos”.
Seguidamente Borón plantea que al igual que el Imperio Romano consideraba como inferiores-bárbaros a los habitantes de la Galia e Iberia (las actuales Francia y España), o como Gran Bretaña en relación a la India; Estados Unidos y su clase dirigente sostienen la misma idea en relación a casi todo el resto del mundo, en especial su llamado “patio trasero” (América Latina). Esto se traduce al campo de la política exterior estadounidense, en la presunta irrelevancia que significa nuestra región dentro de las prioridades de Washington. El razonamiento recae en convencer al otro de su insignificancia y de su inferioridad que otorga al dominador una ventaja prácticamente decisiva en cualquier controversia. Ese fue el rasgo principal con el que la Casa Blanca se manejó en torno a esta parte del continente.
El complejo latinoamericano ha afectado psicológicamente nuestra voluntad de tomar nuestro propio destino y hacer el mundo que realmente queremos y por el cual hace más de 500 años muchos grandes o pequeños personajes han estado luchando.
La socióloga argentina Alcira Argumedo sostiene que las matrices de pensamiento son expresiones de procesos sociales, políticos, económicos y culturales que tienden a incidir –con mayor o menor fuerza- sobre las realidades y los conflictos nacionales e internacionales.
Estas son formas de reelaboración conceptual de determinados modos de percibir el mundo, de idearios y aspiraciones que tienen su raíz en procesos históricos y experiencias políticas de los contingentes de población y se alimentan de sustratos científicos o intelectuales. Estas buscan establecer líneas de continuidad histórica de determinadas corrientes de pensamiento “vinculadas con la recuperación explicita o implícita de concepciones y valores fundantes” desarrolladas a partir de un tronco común.
De ese modo -el pensamiento latinoamericano por fuera de las ideologías importadas- tiene que ser rediseñado desde una matriz de pensamiento propia de la realidad histórica de esta parte del mundo. Como sostiene el economista brasileño Theotonio Dos Santos: “uno de los puntos centrales de la lucha de los pueblos es romper con el terrorismo intelectual". Además, hay que tener en cuenta el factor humano heterogéneo de esta región que es crisol de tres grupos étnicos (en su mayoría).
Un grupo esta constituido por los nativos precolombinos, el siguiente por los descendientes de europeos y el ultimo los africanos negros, que con el devenir del tiempo y el mestizaje le dieron esa pluriculturalidad tan característica y rica a este territorio.
Existen dos posturas al respecto. Por un lado, están los que sostienen que la verdadera historia de América Latina empezó con la llegada de españoles y portugueses y la conexión con el mundo occidental. Por el otro, están los que sostienen que la historia se remonta a las civilizaciones prehispánicas y a sus descendientes, los pueblos indígenas -y no en los herederos contemporáneos de los conquistadores- que todavía hoy marginan y explotan los primeros.
Contrariamente a estas dos posturas casi extremistas y discriminatorias, la premisa es que hay resaltar la gran riqueza cultural de América Latina. Esa amalgama como su mejor patrimonio.
Después de más de cinco siglos de la llegada de los europeos, y más siglos aún de las primeras culturas americanas, los latinoamericanos de origen español, portugués, italiano, alemán, chino o japonés, son tan latinoamericanos como los que tienen sus antecesores en los antiguos aztecas, toltecas, mayas, quechuas, aymaras o caribes. Y la marca que han dejado los africanos en el continente, en el que llevan también cinco siglos, está presente por doquier.
Saber convivir en un mundo tan híbrido es fundamental para el despertar latinoamericano.
Es necesario diseñar un proyecto real de integración política, económica, cultural y social, esbozando un lugar, un sentimiento de pertenencia común para todos los latinoamericanos. Un proyecto creado desde las extrañas mismas de estas tierras que sirva como un nuevo nacimiento de este territorio y su gente.
Pero sin lugar a dudas, el hecho que más quedó marcado en nuestra mentalidad bajo el complejo latinoamericano es la famosa frase “América para los americanos”.
“Perdimos el derecho de llamarnos americanos…Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos. Nosotros habitamos a lo sumo una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación”, sentenció alguna vez Galeano.
Desde aquí nos atrevemos a corregir ese pensamiento enfocándonos en la siguiente interrogación: ¿perdimos el derecho a llamarnos americanos, o es que más bien, dejamos que nos los sustraigan y no hicimos nada al respecto?
Estas reflexiones sugieren encontrar no solo un nuevo destino para esta América profunda, sino que el hecho de encontrarle un nuevo nombre con ese sentido de pertenencia e identidad, sirva de motor para la creación de un nuevo Sur-mundo, de una Gran Latinoamérica o de alguna otra denominación que englobe la grandeza de nuestras tierras y culturas despojando de nuestras mentes al complejo latinoamericano. Contrariamente al proyecto que las elites dominantes nativas sostienen y que no sirvió más que para entregarnos a los devoradores extranjeros.
Hasta la actualidad, los hechos políticos-económicos, por un lado, y los psicológicos-sociales, por el otro, han obstaculizado el surgir de nuestro Sur-mundo. Este Sur-mundo ha sido subyugado en distintos tiempos y formas, ha sido conquistado, colonizado, saqueado, succionado, dividido, silenciado, hipnotizado, reprimido, invadido y convencido de que no tiene un destino, más que el ser un mundo que alimente a otros mundos, sin pretender una verdadera independencia, un alto desarrollo o un margen de maniobra autónoma.
Un “Destino Común” de grandeza, desarrollo, igualdad, independencia, espera ser establecida en esta gran tierra. Romper con el adormecimiento de más de cinco siglos es parte de un pasado que se tiene que romper.
El actual momento histórico nos está otorgando la posibilidad de contar con las herramientas para escribir nuestro propio destino, para engendrar y practicar nuestras propias ideas y de ese modo crear nuestro propio futuro.
El escenario esta montado y las puertas para un nuevo cambio nuevamente están abiertas, depende de cada habitante de este posible nuevo mundo, el de creer y querer romper con el largo sometimiento que inunda nuestra trágica historia. El futuro está en nuestras manos y cada uno de nosotros tiene una pluma para escribirlo.
El 17 de diciembre de 1819, el libertador Simón Bolívar decía en el Congreso de Angostura: “Para sacar de este caos nuestra naciente República, todas nuestras facultades morales no serán bastantes si no fundimos la masa del pueblo en un todo; la composición del gobierno en un todo; la legislación en un todo; y el espíritu nacional en un todo. Unidad, unidad, unidad, debe ser nuestra divisa. La sangre de nuestros conciudadanos es diferente, mezclémosla para unirla; nuestra Constitución ha dividido los poderes, enlacémoslos para unirlos; nuestras leyes son funestas reliquias de todos los despotismos antiguos y modernos, que este edificio monstruoso se derribe, se caiga y apartando hasta sus ruinas, elevemos un templo a la justicia".
ra.moc.rusocremasnerp@oraflacj