La muerte de las abejas pone en peligro al planeta
Las abejas mueren por millones desde hace algunos meses. Su desaparición podría estar anunciando el fin de la especie humana. Se trata de una epidemia increíble, de una violencia y de una amplitud asombrosa, que se esté extendiendo de colmena en colmena por todo el planeta. Nacida de un criadero de Florida durante el último otoño, se extendió primero a la mayoría de los estados de Norteamérica, luego a Canadá y Europa, llegando a contaminar Taiwán en abril pasado. Se repite el mismo escenario en todas partes: por millares, las abejas abandonan las colmenas, para nunca regresar a ellas. No hay cadáveres en las proximidades, ni predadores a la vista, sólo nuevos ocupantes prontos a ocupar los hábitats abandonados
En algunos meses, entre el 60 y el 90% de las abejas se volatilizaron en los Estados Unidos, en donde las últimas estimaciones arrojan cifras de 1.5 millones (sobre un total de 2.4 millones de colmenas) de colonias que han desaparecido en los 27 estados. En Québec, falta el 40% de las colmenas.
En Alemania, según la asociación nacional de los apicultores, un cuarto de las colonias fue diezmado, con pérdidas de hasta el 80% en algunos criaderos. Lo mismo en Suiza, en Italia, en Portugal, en Grecia, en Austria, en Polonia, en Inglaterra, en donde el síndrome fue bautizado “fenómeno María Celeste”, en referencia a la embarcación cuya tripulación se volatilizó en 1872. En Francia, en donde los apicultores han sufrido graves pérdidas desde 1995 (entre 300.000 y 400.000 abejas por año) hasta que fuera prohibido el pesticida incriminado, el Gaucho, para los campos de maíz y de girasol, la epidemia volvió a ocasionar pérdidas, con mucha mayor fuerza, siendo de entre un 15 y un 95%, según el criadero.
“Síndrome del colapso”
Legítimamente preocupados, los científicos han hallado un nombre a la medida de estas deserciones masivas: el “síndrome del colapso” –ó “colony collapse disorder”-. Tienen motivos para estar preocupados: 80% de las especies vegetales necesitan de las abejas para ser fecundadas. Sin ellas, no hay polinización, ni prácticamente frutas, ni verduras. “Tres cuartas partes de los cultivos que alimentan a la humanidad necesitan de ellas”, resume Bernard Vaisiére, especialista en polinizadores en el INRA (por su sigla en francés; Instituto Nacional de Investigación en Agronomía). Datando su llegada a la tierra de 60 millones de años antes que el hombre lo hiciera, Apis mellifera (la abeja de la miel) es tan indispensable para la economía del hombre como lo es para su supervivencia. En los Estados Unidos, en donde 90 plantas alimenticias son polinizadas por las abejas libadoras, las cosechas que dependen de ellas son evaluadas en 14 millones de dólares.
¿Los pesticidas son los responsables? ¿Un nuevo microbio? ¿La multiplicación de los emisiones electromagnéticas alteran las nanopartículas de magnetita presentes en el abdomen de las abejas? “Más bien una combinación de todos esos agentes”, asegura el profesor Joe Cummins de la Universidad de Ontario. En un comunicado publicado este verano por el IsiS ( Institute of Science in Society), una ONG con sede en Londres, conocida por sus posturas críticas respecto del curso del avance científico, afirma que “los índices sugieren que hongos parásitos usados para la lucha biológica y ciertos pesticidas del grupo de los neonicotinoides interactúan sinérgicamente entre ellos y provocan la destrucción de las abejas”. Para evitar los rociamientos incontrolables, las nuevas generaciones de insecticidas recubren las semillas para penetrar de forma sistemática en toda la planta, hasta el polen que las abejas llevan hasta las colmenas, a las que envenenan.
Incluso a una baja concentración, afirma el profesor, la utilización de este tipo de pesticidas destruye las defensas inmunológicas de las abejas. Por efecto cascada, intoxicadas por el principal principio activo utilizado – el imidaclopride (habilitado en Europa pero largamente cuestionado en Estados Unidos y en Francia, es distribuido por Bayer bajo diferentes marcas: Gaucho, Merit, Admire, Confidore, Hachikusan, Premise, Advantage...)-, las abejas libadoras se tornan vulnerables a la actividad insecticida de los agentes patógenos fúngicos pulverizados de forma complementaria sobre los cultivos.
Libadoras apáticas
Como evidencia, estima el investigador, hongos parásitos de la familia de los Nosema se encuentran presentes en muchos enjambres en curso de destrucción en donde se encontró a las abejas libadoras, apáticas, infectadas por media docena de virus y microbios.
La mayoría de las veces, estos hongos son incorporados en los pesticidas químicos para combatir las langostas ( Nosema locustae), ciertas polillas ( Nosema bombycis) o el piral o taladro del maíz ( Nosema pyrausta). Pero viajan también a través de las vías abiertas por los cambiantes mercados, como fue el caso del Nosema ceranae, un parásito transportado por las abejas de Asia que contaminó a sus congéneres occidentales, matándolas en algunos días.
Esto acaba de ser demostrado a partir de un estudio que ha realizado sobre el ADN de varias abejas el equipo de investigación de Mariano Higes instalado en Guadalajara, una provincia el este de Madrid famosa por ser la cuna de la industria española de miel. “Este parásito es el más peligroso de la familia, explica. Puede resistir bien tanto al calor como al frío e infecta un enjambre en tan sólo dos meses. Pensamos que un 50% de nuestras colmenas se encuentran infectadas”. Ahora bien, España, que cuenta con 2,3 millones de colmenas, es el hogar de un cuarto de las abejas domésticas de la Unión Europea.
El efecto cascada no se detiene allí: de la misma manera, entrará en juego entre los hongos parásito y los biopesticidas producidos por las plantas genéticamente modificadas, asegura el profesor Joe Cummins. Acaba de demostrar también que las larvas de piral del maíz infectadas por Nosema pyrausta presentan una sensibilidad cuarenta y cinco veces más elevada a ciertas toxinas que las larvas sanas. “Las autoridades encargadas de la reglamentación han abordado la desaparición de las abejas desde una mirada estrecha, limitada, ignorando la evidencia a partir de la cual los pesticidas actúan en sinergia junto a otros elementos devastadores”, acusa para concluir. No se trata solamente de dar la voz de alarma. Sin una prohibición masiva de pesticidas sistémicos, el planeta corre el riesgo de asistir a un nuevo síndrome de destrucción, temen los científicos: el de la especie humana. Hace cincuenta años, Einstein había ya insistido sobre la relación de dependencia que une a las abejas libadoras con el ser humano: “Si las abejas desparecieran del planeta, había predicho, al hombre sólo le restarían cuatro años de vida”.
Paul Molga
Fuente: Les Echos, 20-8-07
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Traducción: María Eugenia Jeria