Uruguay: el dolor de ya no ser
El primer aniversario del gobierno de Tabaré Vázquez (1º de marzo) transcurre en un clima de exacerbado nacionalismo antiargentino a raíz del conflicto binacional por la instalación de dos grandes plantas de celulosa sobre el fronterizo río Uruguay. La sintonía progresista de ambos gobiernos no ha impedido que las relaciones se sigan deteriorando, con denuncias ante organismos internacionales y un peligroso aumento de la intolerancia hacia los ambientalistas, en particular del lado uruguayo
Los tres puentes sobre el río Uruguay vienen siendo cortados desde hace unos seis meses por cientos de ambientalistas, pero el más importante, el que enlaza la ciudad uruguaya de Fray Bentos (donde se instalarán las plantas) con la argentina Gualeguaychú, lleva casi tres meses cortado, de modo intermitente primero y casi permanente durante el último mes. El gobierno uruguayo se ha quejado por los daños económicos; pero la molestia se convirtió en irritación al comprobarse que el gobierno de la provincia de Entre Ríos y el propio presidente Néstor Kirchner se muestran pasivos ante esos bloqueos, cuando en otras ocasiones reaccionan despejando las rutas. En enero, cuando Greenpeace bloqueó durante unas horas la construcción de la planta de la finlandesa Botnia, Vázquez reaccionó denunciando lo que consideró una suerte de "invasión" desde la orilla argentina. De ahí en más la escalada de desplantes mutuos no hizo sino crecer, a tal punto que en este momento no existe el menor contacto entre ambos presidentes.
La sociedad uruguaya vive un clima de "unidad nacional" a favor de las fábricas de celulosa y contra Argentina que habrá de tener hondas y duraderas consecuencias. Las fuentes de trabajo y el apoyo incondicional al gobierno (Vázquez tiene 54 por ciento de apoyo popular) son los argumentos defendidos unánimemente por los medios, intelectuales, artistas y los más destacados dirigentes de la izquierda. La central sindical (PIT-CNT) desconoció una resolución de su último congreso, realizado en noviembre, que rechaza las plantas de celulosa y ahora defiende vigorosamente los puestos de trabajo que se están creando en su construcción. Y Vázquez se apoya en neoliberales como los ex presidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle.
Estos días la ofensiva antiargentina conoce una escalada insensata. El senador tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro -del sector más votado del Frente Amplio- se lleva las palmas por su despectiva ironía. Acusa al gobierno de Kirchner de utilizar una "diplomacia piquetera" para "agredir por sorpresa a países desprevenidos" y de estar "al servicio de poderosos intereses monetarios". Ha insultado a los ambientalistas -a quienes califica de "izquierda cholula" (pituca)- al igual que Mauricio Rosencof, ex tupamaro y actual director de Cultura de la comuna de Montevideo, que calificó a los militantes de Greenpeace de "culitos con brushing", mostrando que el machismo no reconoce fronteras políticas.
Pero el paso más temerario lo dio otro senador del sector de Huidobro, Jorge Saravia, quien defiende la necesidad de enseñar el manejo de armas a los estudiantes de secundaria porque "a partir de ahora la región se empieza a complicar". Uruguay nunca tuvo servicio militar y se caracterizó por una nítida conciencia antimilitarista de sus habitantes. Ahora el senador Saravia propone "llevar a los alumnos a recorrer cuarteles, a hacer algunas prácticas y a hacer alguna maniobra, cosa de darles un conocimiento de las armas". Hasta el escritor Mario Benedetti acuerda con el "sentido común" de los uruguayos al apuntar que todo el problema se debe al gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, que apoyaría los cortes de puentes en venganza por haber fracasado a la hora de conseguir que la papelera finlandesa se instale del lado argentino, porque "pidieron una coima (mordida) tan grande que los finlandeses no lo aceptaron y por eso decidieron hacerlo en Uruguay". Ciertamente, Busti es un personaje oscuro, pero de ahí a suponer que es él quien decide los pasos de los militantes ambientalistas media un abismo.
Con este clima nacionalista, el debate de fondo quedó marginado. Uruguay se autoabastece de papel, de modo que toda la producción de celulosa de las plantas de Botnia (Finlandia) y ENCE (España) será exportada al primer mundo. Los uruguayos consumen un promedio de 22 kilos de papel por año, mientras los finlandeses consumen 380. El 70 por ciento de la celulosa que se produce en el mundo se destina al embalaje en los países desarrollados, y sólo una pequeña parte al consumo directo de papel. De modo que los países centrales están trasladando la parte más contaminante y que aporta menos mano de obra de la cadena productiva a los países periféricos. Las plantas que se están instalando en Uruguay serán las más grandes de América Latina y producirán el doble de celulosa que las 11 plantas que funcionan en Argentina. Así como Argentina se ha convertido en gran productor y exportador de soya, cultivo depredador ambiental y social, en Uruguay el modelo forestación-celulosa implica, como ya advirtió Eduardo Galeano, profundizar el modelo neoliberal.
Uruguay se aleja del Mercosur. Al conflicto con Argentina se suman los problemas comerciales con Brasil. Los que trabajan por firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos -encabezados por Tabaré Vázquez- vienen ganando apoyos con el argumento de que ese país se ha convertido en el principal mercado de las carnes uruguayas. Curioso nacionalismo el de esta izquierda que alienta el sentimiento antiargentino para -en un mismo ademán- estrechar lazos con el imperio. El "país productivo" que prometió Vázquez se va reduciendo al buen olfato para los negocios. Peor: bajo un gobierno de izquierda se está produciendo un viraje conservador, en una sociedad desmovilizada que va perdiendo sus valores solidarios en aras de intereses materiales. Si no se produce una rápida reacción la izquierda puede lamentar -como dice Cuesta abajo, un tango emblemático- "la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser".
Fuente: La Jornada