Medio ambiente, consumo responsable agroecológico y mujeres

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Hay que proteger la Seguridad y la Soberanía Alimentarias garantizando el derecho a una alimentación sana y saludable para todas las personas y todos los pueblos, a través de la producción agroecológica de alimentos, la distribución en circuitos cortos, el consumo responsable y el reparto del trabajo de cuidados. La defensa de la producción y reproducción de la vida incluye el respeto a los derechos reproductivos de las mujeres.

La Asamblea General de Naciones Unidas estableció el 5 de junio como “Día Mundial del Medio Ambiente” en la Conferencia de Estocolmo de 1972 para sensibilizar a la población acerca de la necesidad de proteger la vida en el planeta. Desde entonces, el movimiento ecologista ocupa la calle ese día con mensajes para ahorrar energía, denunciar la energía nuclear, impulsar las renovables, reducir los residuos y proteger los bosques.

En los últimos años, colectivos de consumidores responsables se suman también para fomentar la producción y el consumo de alimentos ecológicos en defensa de

la salud de las personas y de la naturaleza. La Garbancita Ecológica, junto con algunos grupos autogestionados de consumo, hemos realizado, dentro de esta jornada, actividades de calle con talleres infantiles sobre Soberanía Alimentaria, debates, juegos y carreras para, al final, disfrutar de una merienda de frutas ecológicas de temporada, como aportación a la defensa del medio ambiente desde la alimentación responsable y ecológica.

Del 20 al 22 de junio de 2012, se han reunido en Río de Janeiro más de 80 jefes de estado en la Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible (Río+20), que evoca la Cumbre de la Tierra de 1992. Esta Cumbre inauguró el diálogo de los gobiernos para revertir el deterioro ecológico provocado por el industrialismo y la economía global y, por primera vez, plantea la responsabilidad gubernamental en la creciente destrucción de la naturaleza, ya que en la Conferencia de Estocolmo de 1972 se dejaba en la penumbra la responsabilidad de los estados y se concentraba la luz sobre la responsabilidad del consumo individual.

Cincuenta años después del establecimiento del día del Medio Ambiente y veinte años después de la Cumbre de Río, con más palabras que resultados, el balance no puede ser más pesimista. El informe elaborado para la cumbre por más de 600 expertos (GEO-5), constata que sólo hay avances en 4 de los 90 objetivos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Por el contrario, no se ha detenido el calentamiento global con sus consecuencias catastróficas en el clima y la alimentación; se acidifican los océanos por la contaminación, desaparece la biodiversidad en especies y ecosistemas, avanza la deforestación y 2600 millones de personas no disponen de saneamiento de las aguas residuales, lo que produce enfermedades para los sectores más pobres y aumenta la contaminación.

La cumbre Río+20 finaliza con un acuerdo de mínimos de 193 países sin compromisos efectivos, una declaración de intenciones que no profundiza ni recoge acuerdos de cumbres anteriores. No hay políticas para eliminar subsidios al petróleo, proteger los océanos y contener la pobreza en el mundo, ni fondos para financiarlas. Tampoco hay acuerdo para crear una agencia que ejecute las políticas medioambientales de Naciones Unidas. Con este vergonzoso trámite de la “comunidad internacional” pierden la naturaleza y los pobres y también las mujeres porque el Vaticano ha conseguido eliminar la referencia a sus derechos reproductivos.

La invocación a la crisis económica ha sido la coartada de los países ricos para negarse a dar un solo paso a favor de la defensa del medioambiente. Sin embargo, estos países se han comportado igual que en tiempos de bonanza económica. En lugar de impedir los desmanes ecológicos de las grandes compañías de la industria, la construcción, la agricultura, la energía y el transporte, los países ricos apuestan por una “economía verde” que privatiza y mercantiliza la naturaleza. Desde el punto de vista de las multinacionales, la defensa de la naturaleza consiste en mercantilizarla, subordinando los derechos de la naturaleza y de los pueblos al beneficio económico, limitando el acceso a los recursos naturales para quienes puedan pagarlos, fomentando la energía nuclear, desarrollando la industria de las energías alternativas sin reducir paralelamente el consumo energético ni educar a la población en la austeridad, produciendo biocombustibles para los coches a costa de la comida para la gente y creando mercados de derivados ecológicos como bonos de emisión de CO2, certificación sostenible de los bosques, etc.

El crecimiento económico en una economía de mercado global no puede ser sostenible. La única sostenibilidad que reconoce el capital es la de su propia reproducción ampliada y las democracias parlamentarias de mercado se han convertido en cómplices de esa lógica económica y social. Después de 25 años de globalización económica galopante, de 15 años de Tercera Vía y de 5 años de Capitalismo Verde, parece que otro capitalismo es imposible.

La protección de la vida en el planeta pasa por someter el beneficio privado a los derechos humanos y a los límites de la naturaleza. Esto supone que la sociedad establezca, mediante la política, los fines de la economía, en lugar de que la economía imponga sus fines a la sociedad y a la política como sucede en la actualidad. Hay que someter la libertad de movimientos del capital, la producción a gran escala, el comercio internacional y la competitividad como norma, a las leyes ecológicas, los Derechos Económicos Sociales y Culturales y las libertades civiles.

Especialmente, hay que proteger la Seguridad y la Soberanía Alimentarias garantizando el derecho a una alimentación sana y saludable para todas las personas y todos los pueblos, a través de la producción agroecológica de alimentos, la distribución en circuitos cortos, el consumo responsable y el reparto del trabajo de cuidados. La defensa de la producción y reproducción de la vida incluye el respeto a los derechos reproductivos de las mujeres y el derecho a decidir sobre su sexualidad y maternidad sin tutelas de varones, tutores ni iglesias.

Ha llegado el momento de plantearse que la defensa de la naturaleza, los derechos humanos y la democracia no puede reducirse a las conmemoraciones festivas y las contracumbres internacionales. Si los poderes políticos no impiden los desmanes de las empresas ni educan a la población en la austeridad, alguien tendrá que hacerlo. El consumo responsable agroecológico, autogestionado y popular, en relación fraternal con la producción ecológica de alimentos, está comprometido con esta tarea.

Pilar Galindo, La Garbancita Ecológica

Fuente: Ecoportal

Temas: Agroecología, Soberanía alimentaria

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