Los intangibles ambientales
La economía mundial está proponiendo una resignificación de la importancia del valor de varios servicios ambientales que previamente no eran considerados. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, por lo menos para el caso de los economistas, lo que no entraba en términos de valor económico proveniente de la naturaleza, no contaba en sus cálculos.
Un error grosero, tanto en el cálculo como en la forma de validación crematística que nos ha llevado a enfrentar la peor crisis de civilización desde la última glaciación.
Hoy en día, sea por su escasez relativa, por su relevancia necesaria para una determinada producción o justamente por la degradación a la que los estamos sometiendo varios recursos naturales y servicios ambientales comienzan a tener un nuevo significado. Mucho se ha dicho y escrito ya sobre la teoría de la renta desde hace más de un siglo, y del valor que la distancia o la calidad de un recurso tenía sobre el precio de un determinado bien.
Actualmente, merced a la limitación relativa que el mundo comienza a enfrentar con respecto a determinados recursos naturales y servicios ambientales, una neorenta ambiental comienza a discutirse y poner en valor, un valor total no sólo crematístico desde varias esferas del conocimiento.
En las discusiones de metabolismo social, tan bien desarrolladas por Victor Manuel Toledo o Marina Fischer-Kowalski hemos visto que incorporamos el flujo vinculado a energía y materiales involucrados en los procesos de extracción, transformación, intercambio, consumo y disposición final. A ello es importante agregar el pensar que está sucediendo con “la base de esos recursos”. Cuando movemos minerales de una parte del mundo al otro, contabilizamos su peso, la masa que movemos y tal y esto ya comenzamos a calcularlo y evaluarlo, pero que sucede en cambios con los recursos de base que hemos incorporado a esta transformación o que necesitamos para la misma, pero no “están visibles” en las cuentas de producción. Por ejemplo, los nutrientes involucrados en los granos que exportamos, o el agua necesaria para producirlos o para transportar a los millones de toneladas de minerales, o consumida en la producción del papel o de la misma computadora que Ud. ahora mismo está utilizando para la lectura por uno u otro medio. O qué del espacio vital, en términos de tierra que se utiliza, en uno u otro lugar del mundo. No es suficiente ni demasiado valioso, medir solamente la disponibilidad de tierras a escala global. Si tampoco no tenemos en cuenta justamente, “el lugar del mundo” donde la misma está ubicada. No es lo mismo una tierra ubicada en el trópico, en el desierto, en un valle o en un área templada del planeta. Tampoco su contenido de nutrientes.
La Economía Ecológica (Pengue 2008) es la disciplina que se ocupa de estudiar estas relaciones sociedad-naturaleza haciendo su foco en un enfoque ecosistemico de medición de flujos de energía, materiales y bienes inconmensurables bajo el enfoque multircriterial.
Esto que es tan necesario pero aún no está calculado en las cuentas de producción y transformación son los “recursos incorporados” (que no se perciben en los cálculos) en los productos que consumidos. La mochila ecológica (Pengue 2009) es justamente parte de ello, cuando hablamos de mochila de materiales y medido en kilogramos o toneladas. Intangibles ambientales serán cuando estos recursos, “han quedado atrás” y ya no están incorporados en el producto (como el agua) o si forman parte de los mismos (como los nutrientes, en el caso de los granos, carnes, maderas).
Estos recursos tienen un valor. Intrínseco y también económico y para la discusión de los países en vías de desarrollo esto es relevante. Toda su agricultura, pecuaria, forestal, pesquera, se basa en el uso “intensivo” de estos recursos. Las economías en vías de desarrollo a diferencia de las economías desarrolladas son intensivas ecológicamente utilizando estos bienes de la naturaleza, mientras que las economías desarrolladas, lo hacen pero a través de la intensificación de procesos sintéticos. ¿Si pagan cuando incorporan un fertilizante sintético a sus cultivos?, ¿Porqué no deberían pagar, incorporándolo a los precios de los alimentos que les exportamos, cuando son directamente los nutrientes incorporados y extraídos desde el suelo, los que nutren a las plantas, los animales o los árboles que se producen?
Nace así el concepto de Intangible Ambiental (Pengue 2012). Un nuevo elemento, imprescindible para garantizar la producción de los productos primarios que la economía global demanda y por los que aún no paga nada.
La economía verde debería entonces incorporar en beneficio de las economías en desarrollo basadas en la agricultura y cuando estos bienes responden a flujos de exportación, reconocer en ellos un valor.
¿Qué es un intangible ambiental?
La especie humana utiliza al igual que cualquiera de las otras especies del planeta recursos naturales para su reproducción y supervivencia. En el marco de ese proceso, los sistemas económicos reconocen el “uso” de ciertos recursos a través de su compra, intercambio y transformación.
Así se compran semillas, minerales, metales, energía, trabajo o capital por los cuales se pagan y reconocen un determinado valor o precio. Incluso hoy día, son muchos los servicios ambientales, que más allá de las apropiadas y necesarias discusiones, cotizan en mercados formales.
Por otro lado existen otros recursos y también servicios que no son incluidos dentro de las balanzas de ganancias o pérdidas de las empresas o de los estados. Sin ellos sería prácticamente imposible producir. Estos son los bienes o recursos “de base” para esta producción o para garantizar directamente su posibilidad productiva. Es claro y ha sido histórica la discusión por la “tierra” en términos de su renta, sea por distancia, sea por calidad.
El Suelo Virtual
No obstante ello no se ha establecido con claridad la importancia que tiene su sostenimiento en términos naturales y especialmente en cómo además, existe un flujo de materiales que no son cuantificables en los cálculos de producción. Materiales como los nutrientes que salen con los cultivos, los granos, la carne, la madera, la biomasa en general de ciertos lugares y migran hacia otros en estos productos no son contemplados, si bien dejan un pasivo no calculado. O el uso del agua, muchas veces intensivo en aquellos lugares donde esta es en términos relativos escasa.
Este suelo virtual (Pengue 2009, 2010) o agua virtual (Allan 2002, Pengue, 2006) que ingresa en las transacciones comerciales, no es incorporado igualmente con un valor en las mismas, al igual que el uso que se está haciendo, para la satisfacción de la producción de bienes primarios, del espacio vital, escaso de por sí. ¿Por qué el aire es gratis no hemos de cuidarlo o considerarlo?. Esto es justamente el intangible, sin embargo, que le estaría pasando a Ud si este recurso vital del que disfruta mientras lee, le fuese restringido o estuviera contaminado.
Es por todo conocido que la agricultura es una actividad humana transformadora de su entorno y que existen igualmente prácticas de producción y manejo que la acercan o alejan a esta de modelos más o menos sostenibles.
Lo que sí igualmente ha sido mucho menos discutido son los efectos que el comercio internacional y las demandas globales de productos primarios ejercen, como presiones exógenas, sobre la base de recursos de aquellos países que cuentan con una importante disponibilidad de recursos naturales como el suelo, el agua o la biodiversidad.
Los modelos agrícolas intensivos en muchas partes del mundo han agotado el recurso suelo y esto se ha producido por la indebida utilización de prácticas de manejo, la intensificación en el uso de insumos contaminantes y también la extracción sin reposición, rotaciones o restitución de cosechas que se llevan de los suelos lo mejor que estos tienen: sus nutrientes.
Con la globalización del comercio agrícola, las grandes regiones con suelos aún ricos del mundo corren un doble riesgo. Por un lado, son el nuevo foco para identificar las posibilidades de amplificar la frontera productiva y por el otro son los grandes territorios del planeta donde aún es posible producir alimentos sin restricciones técnicas y con más o menos, según los casos, limitaciones climáticas.
La situación actual de los cultivos de alta caja (cashcrops), en el comercio internacional, esconde detrás de sí, un conjunto de impactos ambientales (externalidades) que deben ser revisados pero también a su vez, la necesidad de la consideración de los impactos sobre la base de recursos naturales utilizados, entre ellos el suelo, el agua y las condiciones ambientales naturales y climáticas para la producción que muchas veces, son justamente dejados de lado y no considerados en las cuentas productivas ni económicas.
Existe un componente esencial en este proceso productivo, un intangible ambiental no considerado, que sin embargo es la base de la producción misma.
De allí la importancia de no sólo continuar investigando lo que sucede en superficie (erosión, salinización, degradación) con todos los grandes suelos (alfisoles, molisoles) del mundo, y por ejemplo los más ricos de Sud América como los pampeanos, sino la necesidad de incorporar conceptos que carguen en el análisis del comercio agrícola mundial el costo sombra ambiental que la extracción sin el resguardo de su manejo natural y sostenible tienen estos suelos de altísima calidad.
El suelo y en particular sus nutrientes, deben ser vistos como la Caja de Ahorros y el dinero que hay en una cuenta ambiental. Si estos “billetes” (nutrientes) en muchos casos se van, no se recuperan jamás, con la consiguiente degradación ambiental, productiva y económica para los países que lo han permitido.
La globalización del sistema mundial de alimentos, está conllevando a una sobreexplotación importante de recursos y a una aceleración de los ciclos productivos en términos no sustentables, que genera pasivos ambientales crecientes.
Argentina es un ejemplo. El costo económico de lo que se tendría que haber se repuesto (o pagado por el sistema económico), en términos de nutrientes extraídos por cosecha en la Región Pampeana para el período 1970–1999 alcanzó un valor de 13.000 millones de pesos (dólares en ese período). El costo de reposición de nitrógeno, fósforo y potasio fue de 6,26, 3,80 y 3,04 miles de millones de pesos (Flores y Sarandón, 2002). El costo de reposición promedio alcanzaría entonces a 61, 23 y 49 pesos por hectárea para soja, trigo y maíz respectivamente. Estos valores representan el 21%, 20% y 19% de los márgenes brutos promedios de la década de los noventa, para los tres cultivos.
La caja negra de los nutrientes del suelo pampeano, aún con fertilización mineral y bajo el modelo conservacionista de la siembra directa, estaría mostrando que de tenderse exclusivamente a una agriculturización en la región o a una pampeanización (Pengue, 2005) en los suelos extrapampeanos, la pérdida de nutrientes estaría llevando a un vaciamiento del recurso natural y por ende a un pasivo ambiental con implicancias importantes en términos de la afectación a la potencialidad y demanda futura de base productiva.
Hoy en día, la realidad global igualmente ha dejado atrás esta añeja visión de la provisión de alimentos o como dicen encumbradas empresas transnacionales bajo el slogan tan fácilmente vendible de “estamos alimentando al mundo”. El nuevo paradigma es el de la conversión de los países en grandes proveedores de biomasa.
Con cualquier destino que igualmente ayude a mantener esta maquinaria de intercambio ecológica y socialmente desigual mundial. A veces proveerán alimentos, otras energía, otras biomateriales, otras maderas, carnes, o sea todo producto convertible de la energía solar en biomasa. Porque es eso en lo que están convirtiendo a nuestros países, en grandes proveedores de biomasa global. Este es el escenario de trabajo y discusión para la comprensión de los procesos y la construcción de una biopolítica del territorio, que ya otros países vienen elaborando y pensando sus nuevos escenarios de cara al mediano plazo.
Este movimiento global de mercancías convertidas en biomasa implica a su vez un crecimiento del movimiento de los insumos necesarios y por otro lado, un aumento de la circulación y utilización de elementos básicos antes no considerados en las cuentas de existencias, como el agua o el suelo.
El crecimiento de los niveles de producción y el aparente enriquecimiento de ciertos sectores de la economía global, no puede soslayar los impactos que los procesos de transformación de los recursos tienen o tendrán en la sostenibilidad incluso débil de todo el sistema.
La pérdida de nutrientes es parte de este costo, la pérdida o mejora de los contenidos de materia orgánica, los problemas de acidez u alcalinidad, la pérdida de estructura, los problemas de infiltración o arrastre del agua en el suelo, las tasas de erosión y el riego, son también otros factores que no están incluidos en los costos. Degradación, perdida de nutrientes, erosión y desertificación tienen una directa consecuencia ambiental, escasamente perceptible hasta su materialización en la imposibilidad productiva, lo que se manifiesta en algo aún más terrible: el aumento de la pobreza, la devaluación económica de los recursos y el aumento del costo social (Morello y Pengue, 2001).
Se hace interesante, contabilizar en términos físicos la movilidad de los distintos recursos involucrados en el suelo pampeano, no para su inclusión en los cálculos de costo beneficio sino para su interpretación en términos del análisis de sustentabilidad, bajo un paraguas de relevamiento integrado de los recursos, como datos relevantes de indicadores biofísicos de (in) sustentabilidad.
La extracción de nutrientes puede comprenderse en términos de una aproximación a la evaluación de acercamiento o alejamiento a una sustentabilidad débil en la situación del suelo pampeano y como elemento importante a la definición de políticas ambientales sostenibles hacia el sector del que Argentina depende.
Estudiar estos transportes de materiales en términos de metabolismo social, con sus flujos de materiales y energía, y en el caso de la producción agropecuaria de los nutrientes leídos como suelo virtual exportado, es un mecanismo sencillo para comprender el funcionamiento y la evolución de las cuentas ambientales de un recurso vital, que a la luz de su explotación y manejo actual, debe considerarse como agotable.
El agua virtual
Así como el suelo en el punto anterior, es en muchos casos un recurso estratégico pobremente evaluado y no incluido en las cuentas de resultados de las empresas, el agua, cuando esta abunda o por lo menos, no aparenta ser limitante, está aún menos considerada dentro de estas ecuaciones. El agua dulce es el otro recurso estratégico. De la totalidad de agua disponible en el planeta, el 97.48% corresponde al agua salada y del porcentaje de agua dulce (2.52%), el 1.9% se almacena en los casquetes polares, el 0.5% se encuentra en el agua subterránea y solo el 0.02% representa el agua dulce superficial.
De la totalidad de agua dulce en el planeta (aproximadamente unos 35 millones de km3), sólo una parte se encuentra disponible, es decir accesible para las actividades humanas, dado que otros volúmenes son empleados para el funcionamiento de los ecosistemas naturales, así como almacenados en diferentes reservorios.
El hombre comienza a participar cada vez con una mayor incidencia en el siglo hidrológico y la intensificación de los procesos productivos, en especial la agricultura para la satisfacción de la demanda por biomasa, es uno de los ejes más importantes de estas discusiones.
Según datos de la FAO (2010), el agua dulce se destina a nivel mundial en un 70% para agricultura, un 19% para su uso industrial y sólo un 11% para el consumo doméstico. En América del Sur, los guarismos cambian un poco, consumiéndose un 68% para uso agrícola, 13% en el consumo industrial y un 19% en el consumo doméstico.
La agricultura es una de las principales producciones demandantes de agua (suma alrededor del 70% en el promedio mundial), siendo el riego una de las actividades que genera preocupación respecto a la disponibilidad e impactos sobre la demanda de agua potable que puede implicar el incremento de las extracciones a través de este hacia las décadas venideras (Bruinsma, 2003).
Producir alimentos implica consumir agua. “Todo pasto es agua” decía el padre de la agricultura conservacionista argentina, el Ing. Molina. Para producir un kilogramo de granos, se necesitan entre mil a dos mil kilogramos de agua, lo que equivale a alrededor de 1 a 2 m3 de agua. 1 Kg. de queso necesita alrededor de 5.000 a 5.500 Kg. de agua y uno de carne, demanda unos 16.000 kilogramos de este elemento vital.
El comercio agrícola mundial puede también ser pensado como una gigantesca transferencia de agua, en forma de materias primas, desde regiones donde se la encuentra en forma relativamente abundante y a bajo costo, hacia otras donde escasea, es cara y su uso compite con otras prioridades (Pengue, 2009).
El análisis del uso del agua por el sector agrícola no puede menos que considerar el hecho que 98% de las tierras cultivadas en América Latina lo son en zonas de secano, pero que la agricultura industrial de exportación, demanda cada día más agua para sostener su sistema de producción e incrementar su productividad físico crematística (como por ejemplo comienza a suceder en la región pampeana argentina).
Ya muchas regiones latinoamericanas vienen sufriendo serios problemas. La disponibilidad de agua en México ha ido en descenso a raíz de la sobreexplotación de los mantos freáticos y de la creciente degradación de las partes superiores de las cuencas, lo que implica mayores costos.
Como son los campesinos quienes han sido relegados a las partes superiores de las cuencas, y son ellos quienes han sufrido más de las políticas de apertura del comercio agropecuario y de contención de los precios básicos, tienen menos posibilidades de seguir sus labores tradicionales de manejo del agua y del suelo (Barkin, 1998).
El caso del uso del agua en la Argentina, especialmente para la producción de cultivos de exportación y acompañada de la mano de un posible ciclo más seco en los periodos por venir, obliga a una reflexión, sobre el uso consuntivo del recurso, especialmente frente a las nuevas demandas productivistas tanto en las áreas pampeanas, como en las regiones extrapampeanas. Es posible que el mayor desafío de los próximos años consistirá en evitar que, por su excelente rentabilidad en ambientes que para otras especies resultan desfavorables, la soja mantenga un predominio que muchos consideran perjudicial en el largo plazo (Sierra, 2006).
En 1993, el investigador John Anthony Allan, del King's College de Londres, acuñó el concepto "Agua Virtual" (Allan 1999), para definir el volumen de agua necesaria para elaborar un producto o para facilitar un servicio. Posteriormente, el año 2002, Arjen Hoekstra acuñó el término de "huella hídrica" para obtener un indicador que relacionara el agua con el consumo -a todos los niveles- de la población. De esta manera, la huella hídrica de un país (o industria, o persona) se define como: "el volumen de agua necesaria para la producción de los productos y servicios consumidos por los habitantes de dicho país (o industria, o persona)."
Para calcular el agua virtual de los países se toman en cuenta varios factores: el volumen total del consumo (nivel de riqueza del país), los patrones de consumo de agua (un país que consuma mucha carne tendrá mayor huella que un país con tendencia a no comer carne; así como un país que consuma más productos manufacturados industrialmente tendrá una mayor huella hídrica que aquellos que no).
El clima también es relevante, porque en regiones más calurosas (donde el agua se evapora más rápido) se necesita mayor cantidad de agua para los cultivos. También se consideran las prácticas agrícolas que ahorren agua y que sean eficientes en su uso.
El valor del agua virtual de un producto alimenticio es el inverso de la productividad del agua. Podría entenderse como la cantidad de agua por unidad de alimento que es o que podría ser consumido durante su proceso de producción, es decir utilizada o contenida en la creación de productos agropecuarios.
La circulación de agua virtual ha aumentado regularmente con las exportaciones de los países agrícolas durante los últimos cuarenta años.
Se estima que aproximadamente el 15% del agua utilizada en el mundo se destina a la exportación en forma de agua virtual. El 67% de la circulación de agua virtual esta relacionado con el comercio internacional de cultivos. En el último quinquenio del siglo XX el trigo y la soja representaron ambos el 47% del total de estas salidas.
Ni en los cultivos de alto o bajo valor en el comercio internacional, ni las comunidades finales que los consumen, reconocen en sus cuentas aun, este importante uso de recursos (Chapagain y Hoekstra, 2003).
Es evidente que el comercio del agua virtual genera un importante ahorro de agua en los países importadores y un posible deterioro en los exportadores, que hacen un uso intensivo o a nivel de la sobreexplotación. Por ejemplo, el transporte de un kilo de maíz desde Francia (tomado como representativo de los países exportadores de maíz para la productividad de agua) a Egipto transforma una cantidad de agua de cerca 0,6 m3 en 1,12 m3, lo cual representa globalmente un ahorro de agua de 0,52 m3 por cada kilo comercializado, situación que como se ve, no contabiliza los costes o externalidades generados por el uso de esa agua en Francia.
Posiblemente, los ahorros aparentes en el uso del agua, esconden estos costos, que merced al movimiento mundial de alimentos se triplicaron. El comercio virtual de agua se incrementó en valor absoluto, desde 450 km3 en 1961 a 1.340 km3 en el 2000, llegando al 26 por ciento del requerimiento total de agua para la producción de alimentos.
Las externalidades vinculadas a las exportaciones virtuales de agua, deberán considerar también los problemas derivados del incremento en los usos de este recurso: intrusión salina, salinización, perdida de estructura del suelo, lavado de nutrientes, contaminación.
En el caso de estos intangibles ambientales, agua y suelo virtual, obviamente la cuestión reside en especial en las enormes transferencias globales, a través del uso de estos recursos que se tiene a través del movimiento comercial.
En el caso de los nutrientes, la extracción y el consumo de los productos a distancias importantes comienza a generar alteraciones en los ciclos no solo de los macronutrientes sino y particularmente en la situación vinculada a los oligo y micronutrientes, tanto en la base como en el destino, demostrando una clara insustentabilidad ambiental y una afectación sobre los ciclos naturales.
Estas actividades comerciales intensivas forman parte de un conjunto de discusión vinculada a la colocación y generación de pasivos ambientales a escala global. Comienza a demandarse este reconcomiento.
Existe consenso global para construir un nuevo foco de demanda por el reconocimiento de estos pasivos y usos ambientales. Hay así un reclamo, desde la perspectiva Sur-Norte que puede definir a la Deuda Ecológica (Martínez Alier y Oliveres, 2003), como aquella que ha venido siendo acumulada por el Norte, especialmente por los países más industrializados hacia las naciones del Tercer Mundo a través de la expoliación de los recursos naturales por su venta subvaluada, la contaminación ambiental, la utilización gratuita de sus recursos genéticos, la libre ocupación de su espacio ambiental para el deposito de los gases de efecto invernadero u otros residuos acumulados y eliminados por los países industrializados.
La exportación de nutrientes como suelo virtual, pérdidas de biodiversidad agrícola y utilización de agua virtual forman parte de esta deuda ecológica (Pengue, 2005).
Dr. Walter A. Pengue
GEPAMA, Universidad de Buenos Aires - Area de Ecología, Universidad Nacional de General Sarmiento
Bibliografía:
- Allan, J.. Los peligros del agua virtual. Correo de la UNESCO. Febrero, 1999.
- Chapagain, A.K. and A.Y. Hoekstra. ‘Virtual water trade: A quantification of virtual water flows between nations in relation to international trade of livestock and livestock products’. 2003.
- Flores, C.C. y Sarandon, S.J.. ¿Racionalidad económica versus sustentabilidad ecológica?. El ejemplo del costo oculto de fertilidad del suelo durante el proceso de agriculturización en la Region Pampeana Argentina. Revista de la Facultad de Agronomía, La Plata 105 (1), 2002.
- Martínez Alier, J. y Oliveres, A. ¿Quién debe a quién?. Deuda Ecológica y Deuda Externa. Icaria. 2003.
- Morello, J.H. y Pengue, W.A. El granero del mundo se desertiza. Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2001.
- Pengue, W.A. Agricultura Industrial y Transnacionalización en América Latina. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, PNUMA. México y Buenos Aires. 2005.
- Pengue, W.A. Agua Virtual, Agronegocio Sojero y Cuestiones Económico Ambiental Futuras. Fronteras 5: 14-26. Buenos Aires. 2006.
- Pengue, W.A. La Economía Ecológica y el Desarrollo en América Latina. Fronteras 7: 11-33. Buenos Aires. 2008
- Pengue, W.A. Fundamentos de Economía Ecológica. Editorial Kaicron. Buenos Aires. 2009.
- Pengue, W.A. Suelo Virtual, Biopolítica del Territorio y Comercio Internacional. Fronteras 9: 12-25. Buenos Aires. 2010.
- Pengue, W.A. Intangibles Ambientales, Suelo Virtual y Nuevas Formas de Valorización de la Naturaleza. Alternativas en Discusión frente a la Crisis de Civilización en Pensado, M (compilador) Territorio y Ambiente, Aproximaciones Metodológicas, Editorial Siglo XXI. 2012.
Fuente: Ecoportal