Gafas que lo ven todo

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"Lo que denunciaba Orwell sigue siendo el objetivo de estados y empresas trasnacionales: conocer qué pensamos y qué hacemos para controlar a toda la población, sea para moldearla a consumir lo que vendan, para que voten a alguien, para que acepten condiciones de explotación, para adormecerla en mundos virtuales y distraerla de la realidad brutal que nos rodea, y si eso no alcanza, para reprimir a quien se rebele o no se adapte al statu quo dominante."

En la novela 1984 de G. Orwell (publicada en 1949) el Gran Hermano es una entidad omnipresente que observa a todos los ciudadanos, apoyada en una trama de instituciones de control, que vigilan acciones, pensamientos y lenguaje, instaurando el uso de una neolengua que reduce y elimina contenidos con el fin de vaciar las formas de pensar en libertad. La visión de la realidad está fuertemente distorsionada por los medios de comunicación.

Cualquier parecido con la realidad que vivimos no es coincidencia. Lo que denunciaba Orwell sigue siendo el objetivo de estados y empresas trasnacionales: conocer qué pensamos y qué hacemos para controlar a toda la población, sea para moldearla a consumir lo que vendan, para que voten a alguien, para que acepten condiciones de explotación, para adormecerla en mundos virtuales y distraerla de la realidad brutal que nos rodea, y si eso no alcanza, para reprimir a quien se rebele o no se adapte al statu quo dominante. El escándalo que sigue creciendo sobre el uso de información de millones de usuarios en Facebook y otras fuentes por Cambridge Analytica, es parte de ese contexto.

Orwell muestra una realidad opresiva, en la que los ciudadanos obedecen por miedo y formas de control agobiantes. Pero en realidad, la neolengua se está formando al castrar el lenguaje en mensajes hipersintéticos que eliminan vocales, sustituyen palabras por unas letras que evocan una frase. En el camino desaparecen tildes, eñes, signos que abren interrogación y admiración y quizá, al mismo tiempo, la apertura a interrogarnos y admirar el mundo real. Los sentimientos y el tejido infinito de compartirlos en palabras se sustituye por unas caritas estándar para todos los países, idiomas y culturas.

Orwell nunca imaginó que todo esto no sería impuesto, que usar esa neolengua y poner en público la información e imágenes de qué pensamos y hacemos, dónde estamos, qué comemos, con quién hablamos, lo que nos gusta y lo que opinamos de muchos temas no sería un proceso forzado y obligatorio, sino voluntario al participar en lo que paradójicamente se ha dado en llamar redes sociales. Muchísima gente en el planeta vivimos bajo la vigilancia e influencia de las empresas que manejan esas redes de comunicación indirecta, entre las mayores las llamadas GAFA: Google, Apple, Facebook y Amazon.

La información que reúnen Google y Facebook sobre cada usuario es mucho más de la que imaginamos. Un artículo reciente en The Guardian, enlista la cantidad enorme de datos que ambos cosechan al registrar y conservar históricamente, con indicación de tiempo y lugar, el uso que hacemos de sus sitios y otras aplicaciones, las páginas de Internet que vemos, los lugares donde estuvimos, dónde trabajamos, los mensajes que intercambiamos, el directorio de contactos, fotos, avisos que nos llaman la atención, la información que borramos y un largo etcétera. (https://tinyurl.com/y97q3mg4)

Google y Facebook juntos saben más de nosotros que nuestras parejas, familias y amigos. A esto se suma la información electrónica adicional que dejamos en instituciones, tiendas, bancos, etcétera. Todo lo que cargamos en Facebook va por defecto a la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos. Pero aunque no fuera así, el caso de Cambridge Analytica muestra que toda esa información puede ser vendida, comprada o conseguida para usarla con fines comerciales, políticos, militares o represivos. El manejo de datos masivos y el uso de inteligencia artificial es lo que permite conectar e interpretar tal cantidad de datos.

A esto se suma la omnipresencia de cámaras de seguridad en espacios abiertos, instituciones, lugares de trabajo y educativos, y el hecho de que las propias empresas como GAFA y similares, pueden vernos y escucharnos en nuestras casas mediante micrófonos y cámaras de teléfono, computadoras, pantallas de televisión y hasta drones, que en poco tiempo serán comunes para servicios de entrega a domicilio.

A nivel mundial, el líder de las tecnologías de vigilancia es China, que ha integrado el reconocimiento facial a las cámaras de vigilancia públicas y este sistema a su vez a lentes que usan policías en lugares públicos, que conectan imágenes con el historial de cada persona en archivos policiales y de instituciones públicas. China vendió a Ecuador en 2016 el sistema de cámaras de vigilancia Ecu911, que integra parte de estas herramientas.

El laboratorio de vigilancia extrema y control masivo de la población para China parece ser la provincia de Sinkiang, donde vive la población Uygur, mayoritariamente musulmanes, que han protagonizado protestas contra el gobierno desde 2009. Allí instalaron estrategias y tecnologías de vigilancia de punta. A la recolección de datos por cámaras y redes sociales –las permitidas en China, que no son de GAFA– han integrado la identificación de ADN, a partir de bancos genéticos recolectados y el muestreo obligatorio de los Uygur. Un dato significativo es que han cambiado su política de Internet y redes móviles. Mientras en 2009 silenciaron las redes por meses, ahora la estrategia es la opuesta. Necesitan que exista mayor conectividad para que la red de control pueda extenderse. (https://tinyurl.com/yars2nef)

El ejemplo de Sinkiang parece extremo, pero es el modelo que piensan seguir en el resto de China, además de venderlo a otros países. Estados Unidos, Europa, Rusia tienen ya opciones similares.

Ya conscientes, esta realidad se torna opresiva, como pensó Orwell, y eso es un buen paso. No es un ruta sin salida. Pero tenemos mucho que pensar y actuar para enfrentarla.

*Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC

Fuente: La Jornada

Temas: Corporaciones

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