El capitalismo y su peor enemigo: el indio
Han pasado más de 500 años de la irrupción del pensamiento europeo y la violenta imposición del ideario capitalista en estas tierras americanas. Y desde ese tiempo han intentado exterminar al indio, porque saben que si hay un sistema capaz de poner en verdadero peligro al capitalismo y sus transfiguraciones es precisamente el indígena. Por eso la saña. Es como el agua para ese fuego.
Porque si los capitalistas, montados en su mal llamado “desarrollo”, impusieron ya una cultura de la muerte —no les importa destruir la naturaleza en su afán de riqueza— los indios responden con una cultura de la vida, porque para ellos la naturaleza es un ser vivo y con derechos que deben ser respetados. Que si ellos dicen que la naturaleza debe ser sometida para preservar al ser humano, los indios responden que los humanos no son el centro del universo, que en el orden natural de las cosas primero está la naturaleza, después los animales y en tercer lugar los humanos. Sólo así, dice su cosmovisión, habrá un equilibrio entre las aspiraciones de los humanos y los derechos de la naturaleza.
Que si los capitalistas dicen que es mejor someter y dominar al contrario, los indios dicen que es mejor complementarse con ellos; tender puentes de entendimiento para que, a través de la complementariedad, los contrarios se beneficien de un acuerdo mutuo en el que ambos cedan y ajusten sus derechos y obligaciones. La vida, dice la cosmovisión indígena, es como un gran tejido en el que todos necesitan de todos para existir. Un tejido en el que nadie es más que nadie, ni menos que nadie y en el que prevalece la igualdad: nadie puede estar bien si otro está mal, dicen.
Los capitalistas propugnan el intercambio como modo básico de entendimiento entre las personas. Los indios dicen que el intercambio implica comercio y afán de ganancia; distinto a la reciprocidad que ellos acostumbran. El intercambio puede dar ganancias económicas y la reciprocidad paz y satisfacción espiritual entre el que da y el que recibe y posteriormente devuelve. Al individualismo, los indios oponen la comunidad; al egoísmo, la solidaridad; al asistencialismo, la autosuficiencia; a la codicia, la convivencia para rescatar los lazos sociales que ayudaban a enfrenar juntos las vicisitudes de la vida.
A la costumbre de los capitalistas de imponer sus ideas e intereses, los indígenas oponen el consenso; a la democracia representativa, la democracia directa; a los partidos políticos, las asambleas; a la persuasión, el diálogo. A la homogenización y a la uniformidad, los indios oponen el respeto a las diferencias; a las repúblicas, los estados plurinacionales.
Contra la privatización y el usufructo privativo de los recursos naturales, los indios exigen la recuperación de ellos para que regresen a la propiedad pública. Contra la sobreexplotación de la tierra, ellos piden respetar los ciclos naturales de siembra y cosecha; contra el monocultivo, el policultivo, contra los transgénicos, la semilla nativa y la milpa. La tierra para el indio es su Madre Tierra; sagrada en la acepción laica del término de que es “algo que debe inspirar respeto absoluto y que es inviolable” (Diccionario Larousse). Contra la agroindustria, el regreso de la tierra a manos de indígenas y campesinos para reincorporar la agricultura básica.
Contra la idea que tienen los capitalistas de que el desarrollo debe estar siempre asociado al crecimiento económico y éste con la acumulación, los indios oponen el crecimiento interior, el desarrollo humano en un aprendizaje junto a la naturaleza a fin de lograr un equilibrio interior con control de emociones y de pasiones. La felicidad no se mide con el Producto Interno Bruto. A los indios les interesa más ser, no tener. Frente al paradigma occidental del “Vivir Mejor”, los indios optan por el “Vivir Bien” porque el “Vivir mejor” implica desigualdad (para que alguien viva mejor alguien deba vivir peor). Implica además competencia y alienta el consumismo en la búsqueda de satisfacer deseos desmedidos. El Vivir Bien, en cambio, plantea vivir en armonía, equilibrio y respeto mutuo, de forma horizontal así con los hombres y así con la naturaleza. Para ser feliz, dicen los indios, no hay que desear mucho.
Contra la idea de que el trabajo debe ser obligatorio, rígido y como si fuera un castigo, los indígenas dicen que hay que trabajar con alegría, pues el trabajo es parte de la fiesta. Con la misma alegría con la que siembran, cosechan. Ante el miedo irracional a la muerte y la búsqueda de recursos para extender la vida, como si vivir más tiempo fuera vivir, los indios dicen que no hay que temer a la muerte porque ésta es parte del continuum de la vida; una transición, un tránsito necesario para abonar la tierra y así broten otras vidas.
Contra el patriarcado, el respeto y restitución de derechos a la mujer; contra la costumbre de desechar a los ancianos, aprovechar su sabiduría; contra el racismo y la discriminación, el aprendizaje de lo diferente; contra la globalización, la resistencia. Los indios no quieren regresar al pasado, sino tomar de él lo mejor para conformar el futuro. La civilización indígena tenía un marco ético-moral de donde partían sus leyes y sus modos de vida. De lo que se trata es de resignificar esos saberes, rescatar ese marco ético-moral para adecuarlo a estos tiempos y con base en él crear naciones más justas, más solidarias y sin pobreza.
Un poema náhuatl anónimo dice: “arrancaron nuestros frutos, cortaron nuestras ramas, quemaron nuestro tronco, pero lo que no pudieron matar fueron nuestras raíces”. Si hay algo importante y fundamental en la cosmovisión de los indios, es defender su identidad. Muchos se saben mestizos, indígena y blancos. Unos escogieron pensar y vivir como blancos, pero otros escogieron ser indígenas y así se asumieron. En Bolivia. un 64 por ciento de su población es indígena, pero la mayoría no labra la tierra ni vive en el campo; es sólo que se asumieron indígenas cuando en un censo les preguntaron ¿cómo se asume: blanco o indígena?
Alfonso Caso escribió: “Es indio todo individuo que se siente pertenecer a una comunidad indígena; que se concibe así mismo como indígena, porque esta conciencia de grupo no puede existir sino cuando se acepta totalmente la cultura del grupo; cuando se tienen los mismos ideales éticos, estéticos, sociales y políticos del grupo; cuando se participa de las simpatías y antipatías colectivas y se es de buen grado colaborador en sus acciones y reacciones. Es decir, es indio el que se siente pertenecer a una comunidad indígena” (“Definición del indio y de lo indio, la Comunidad indígena” SEP-Diana, 1980). El 90 por ciento de la población mexicana tiene raíces biológicas y culturales indígenas; habría que preguntarles cómo se asumen.
Con la caída del Muro de Berlín, las ideologías que impulsaban movimientos de cambio se debilitaron al punto de que hoy ya no podrían ser motores de revoluciones. En este horizonte queda el ideario indígena. Son los indios los que desde hace más de 500 años siguen resistiendo, como hoy lo hacen contra el capitalismo y sus abusos. Son ellos los únicos que proponen un cambio civilizatorio. Como ha sucedido antes, son ellos los que están ponen el cuerpo mientras los intelectuales buscan el mejor marco teórico para dar la batalla, y los políticos pretenden cambiar las cosas a través de elecciones.
Por Javier Bustillos Zamorano, periodista boliviano-mexicano.
Fuente: La Jornada, Suplemento Ojarasca