¿África libre de transgénicos?
La industria del agronegocio está clavando sus pupilas en el continente para implementar la tecnología transgénica con la excusa de querer acabar con el hambre.
Por Javier Guzmán (VSF)
1 SEP 2014
La conciencia mundial acerca de los cultivos transgénicos está cambiando rápidamente en la sociedad civil y en la respuesta de los propios gobiernos. El último movimiento tectónico ha tenido lugar este agosto en China, cuando el Comité de Bioseguridad del Ministerio de Agricultura no renovó los permisos que el año 2009 otorgó para cultivos de arroz y maíz y evidencian, una vez más, el fracaso de esta estrategia de las grandes multinacionales de la biotecnología.
Así que las grandes multinacionales de la biotecnología cada día tienen que esforzarse más para sacar la cabeza y seguir expandiendo sus cultivos. En Europa, por ejemplo, ya hace años que los transgénicos tienen la batalla perdida, a excepción del Estado español, que se ha quedado prácticamente solo con su política a favor de los mismos, desoyendo a países del entorno como Francia, donde el propio ministerio competente afirmó que “el cultivo de semillas de maíz MON 810 presenta graves riesgos para el medio ambiente, así como peligro de propagación de organismos dañinos convertidos en resistentes”.
más información
- Gráfico: Cultivo de transgénicos
- Los transgénicos ‘made in China’ esquivan los tópicos
- La mala imagen fuerza a Monsanto a cambiar de estrategia
- Los Ángeles quiere ser una zona libre de cultivos genéticamente modificados
A la conquista de África
Actualmente la producción se concentra en Estados Unidos (40%), Brasil (23%) y Argentina (14%), pero no es suficiente. Las grandes multinacionales de los transgénicos necesitan nuevo campo donde seguir expandiéndose y han clavado sus pupilas en el continente africano para su conquista de nuevos mercados.
Actualmente, en África solo se cultivan transgénicos en Sudáfrica, Burkina Faso y Sudán, después de la prohibición reciente de Kenia, que ha supuesto un enorme revés en la estrategia de las multinacionales. Por tanto, a la biotecnología aún le quedan muchos países en los que expandirse en el continente. Y precisamente en ello están. Esta vez, la estrategia de penetración utilizada es mucho más sofisticada: justifican la expansión transgénica como solución para acabar con el hambre, y utilizan programas filantrópicos de cooperación internacional como vehículos para implantar estos cultivos.
Una de las grandes amenazas que acecha al continente africano es precisamente la expansión de las semillas privadas, en detrimento de las locales, que son diversas, gratuitas, productivas y en manos de los campesinos y campesinas. Los recursos biológicos constituyen la base del sustento y de las economías locales en todo el mundo, pero en África especialmente. La gran mayoría de los 700 millones de habitantes dependen directamente de la biodiversidad para la obtención de alimentos. Por tanto —contrariamente a la hipótesis de la industria— para acabar con el hambre, la introducción de semillas privadas en los países africanos no hará más que empeorar las situaciones de hambrunas, pues los pueblos se vuelven dependientes bajo la privatización de las semillas. Además, la alteración genética producida daña la biodiversidad y altera los ciclos naturales del campo.
Una de las grandes amenazas que acecha a África es precisamente la expansión de las semillas privadas
Los defensores de esta nueva revolución verde insisten en la necesidad de ir hacia un modelo de agricultura más intensificada e industrializada y con más utilización de recursos no renovables como fertilizantes y combustibles fósiles. Y los transgénicos como clave de bóveda. Esta estrategia se basa en el dogma neoliberal de que el hambre es un problema técnico y no político, contradiciendo a la propia FAO que en varios informes asegura que actualmente se produce en el planeta alimento necesario para satisfacer las necesidades de 12.000 millones de personas. Por su parte, el Relator especial sobre el Derecho a la Alimentación de la ONU, Olivier de Shutter, demostraba en su informe anual de 2011 que la agricultura campesina dobla —y hasta triplica— el rendimiento de las técnicas industriales, zanjando por tanto el debate técnico.
De hecho, las cifras hablan por sí solas. Teniendo en cuenta que el 15% de la población mundial sigue sin tener el derecho a la alimentación garantizado, realmente estamos hablando de un problema esencialmente político, que hunde sus raíces en las políticas neoliberales aplicadas desde el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, y que han arruinado las propias agriculturas campesinas y la soberanía alimentaria de muchos pueblos.
Los tentáculos transgénicos del poder
En estos años la gran industria del agronegocio es consciente de que se juega el enorme pastel de la agricultura africana y por ello está invirtiendo ingentes cantidades de dinero con el objetivo de financiar estudios, universidades, ONG y programas que hagan proselitismo de la tecnología transgénica como es el caso de sobra conocido de la Fundación Bill y Belinda Gates que, junto con la Fundación Rockefeller, fundaron la Alianza para la Revolución Verde en África (AGRA).
Una alianza cuyo objetivo expresado es el de “ayudar a millones de campesinos africanos y sus familias a escapar de la pobreza y del hambre, implementando soluciones prácticas para mejorar su productividad”. En efecto, según el AGRA, mejorar la situación del campesinado africano consiste en distribuir semillas transgénicas, fertilizantes y pesticidas. Nada más alejado de la realidad.
Desde sus inicios, AGRA ha generado un amplio movimiento de denuncia y oposición por parte de las propias organizaciones campesinas africanas y de la sociedad civil, más cuando la organización Community Alliance for Global Justice reveló que la Fundación Bill and Belinda Gates es ya propietaria de 500.000 acciones de la principal multinacional de semillas transgénicas, la tristemente célebre Monsanto.
Pero debido a la enorme presión internacional y rechazo de la sociedad civil estas industrias han ido más allá, y para ello necesitan la ayuda de los gobiernos, como es el caso de los Estados Unidos y Reino Unido. Así es como, de la mano de 48 empresas transnacionales (tales como Mosanto, Cargill, Sygenta) nace, en el año 2012, la Nueva Alianza para la Seguridad Alimentaria y Nutrición. La alianza tiene como objetivo movilizar capital privado dirigido a la inversión en la agricultura africana y para ello en el momento histórico donde menos recursos existen para la cooperación internacional, ha recibido compromisos de inversionistas privados por un total de más de 10.000 millones de dólares, según anunciaron funcionarios estadounidenses y africanos en la Cumbre de Líderes de EE UU este pasado mes de agosto. La alianza ofrece financiación para la inversión en agricultura, pero no a cualquier precio. Para poder firmar un acuerdo de este tipo, el gobierno del país africano ha de comprometerse a realizar enormes cambios, por ejemplo, en sus políticas de tierras, semillas y en su modelo de agricultura, para, según palabras de los promotores de la alianza, “adecuarse” al desarrollo de las inversiones. Estas transformaciones ya son conocidas como las leyes Monsanto…
Parece que una vez más en el continente africano los lobos llevan piel de cordero. Se trata, sin más, de nueva forma de colonización y expolio de los recursos del continente africano. Se trata, al fin, de la destrucción de su soberanía alimentaria. Estas multinacionales saben perfectamente que quien gane la batalla del control de las semillas controlará la alimentación a nivel global. Ahora es necesario que a nosotros no se nos olvide.
Javier Guzmán es director de VSF Justicia Alimentaria Global.
Fuente: El país