No hay planeta B
Un variopinto sector, que abarca algunos científicos, grandes inversionistas, poderosos gobiernos y algún ambientalista despistado, convergen en impulsar la geoingeniería o manipulación del clima, alegando que no se pueden cambiar las causas de la crisis climática. Proponen entonces un plan B: técnicas para manipular grandes trozos del planeta, desde oceános a la estratosfera, para contrarrestar los efectos del calentamiento global.
Saben que implica enormes riesgos y por eso afirman que es sólo para casos de emergencia –que ellos mismos definirán cuándo ocurre.
El lobby del carbón (cabilderos de las industrias de petróleo, energía y transportes), que por décadas negó que había cambio climático, cambió el discurso. Ahora lo aceptan, pero son grandes entusiastas de la geoingeniería. Para estas poderosas industrias (y los gobiernos que les sirven), es excelente la perspectiva de no tener que cambiar nada: proponen enfriar el planeta con tecnologías de alto riesgo, mientras siguen calentándolo sin parar. Así mantienen el lucro que obtienen con las sucias actividades que provocan el cambio climático, y consiguen ganancias adicionales con nuevos megaproyectos de geoingeniería.
El pésimo resultado de las negociaciones sobre el clima en Copenhague el pasado diciembre alentó más a estos piratas globales, que cuentan con un reducido pero influyente sector científico que les teje el discurso de justificación. La geoingeniería, que era vista como un absurdo, ahora ocupa lugares en publicaciones científicas y grandes medios. Instituciones como la Sociedad Real del Reino Unido, la Academia de Ciencias de Estados Unidos y otras, han organizado reportes y seminarios que concluyen que se debe invertir recursos públicos (además de privados) en la investigación y experimentación de geoingeniería. Son informes parciales, con participación de geoingenieros y ninguna o escasa apreciación crítica e independiente, pero sirven de base para la acción de algunos gobiernos. En febrero 2010 los comités de ciencia y tecnología de Estados Unidos y Reino Unido convocaron audiencias con participación casi exclusiva de promotores de la geoingeniería. Luego anunciaron que están elaborando legislación para financiar y permitir estos experimentos.
Esto es muy grave, porque lo que se haga para manipular el clima –un sistema global e interdependiente– no es ni nunca será, competencia de unos o pocos países, es problema de todos. Hablar de legislación nacional es simplemente una coartada para jusitificar experimentos que seguramente tendrán impactos dramáticos en otros países, incluso muy lejos de donde se inicien.
Para atajar la crítica, los impulsores de la geoingeniería convocan a una reunión en Asilomar, California, este marzo para crear códigos de conducta voluntarios, imitando la reunión que en el mismo lugar hicieron los biotecnológos en 1975, para evitar la regulación y supervisión independiente.
Una de las propuestas que más se impulsan actualmente es inyectar nanopartículas azufradas en la estratosfera, para crear sombrillas gigantes que tapen los rayos solares. David Keith, entusiasta de la geoingeniería, consiguió publicar recientemente un artículo pretendidamente serio sobre el tema, en la revista Nature (28/1/2010). Se inspira en la erupción del volcán Pinatubo en 1991 en Filipinas, cuya nube volcánica bajó la temperatura global 0.5 grados mientras se mantuvo. Claro que cualquiera que haya estado en el área de alcance de una nube volcánica, sabe que su descenso tiene impactos: la ceniza tóxica daña cultivos, flora, fauna y seres humanos. Provoca acidificación de mares y bosques.
Los que propugnan este método –hecho público por el premio Nobel Paul Crutzen en 2006– saben que las partículas inyectadas caerán posteriormente, causando daños similares en mar y tierra, además de muerte prematura de cientos de miles de personas (medio millón estimado). Crutzen contestó que también el cambio climático amenaza la vida de la gente. También se agravará el agujero en la capa de ozono, que ya tiene impactos serios en varios países del mundo: aumento notable de cáncer de piel en humanos y ceguera en ganado comprobados.
Alan Robock, un eminente climatólogo, analizó la propuesta de crear estos parasoles azufrados. Además de confirmar varios de los impactos nombrados, indicó que aunque los experimentos se hicieran en el Ártico (con la idea de enfriar los países del Norte, que es el objetivo de sus promotores) tendrían impactos en los patrones de precipitación y vientos globales, alterando los monzones en Asia y aumentando la sequía en África. Robock señala que esto pondría directamente en riesgo las fuentes de agua y alimentos de unos 2 mil millones de personas ( Science, 29/1/2010). Explica también que para saber que sucedería con la inyección de azufres, habría que hacerlos a una escala de tal magnitud que no serían experimentos, sería despliegue de geoingenería, con efectos irreversibles, porque una vez colocadas en la estratosfera, las partículas no se pueden retirar a voluntad.
Esta es sólo una de las técnicas de geoingeniería que se impulsan, que se suma a otras como las de fertilización oceánica (esas fueron detenidas por una moratoria global de Naciones Unidas en 2008). La geoingeniería es un plan de los mismos gobiernos y empresas que provocaron el cambio climático, para convencernos que podrán resolver el desastre con un plan B que traerá más y nuevos riesgos que lo anterior, pero les permitirá mantener sus privilegios.
Ellos habrán diseñado su plan B, pero no existe un planeta B. Es imperativo cambiar las causas, no los síntomas, del cambio climático. La única regulación necesaria sobre geoingeniería es una prohibición global de cualquier experimento o despliegue en el mundo real.
La autora es Investigadora del Grupo ETC
Fuente: La Jornada