¿Es posible una “economía verde”?
"Veinte años después de la llamada Cumbre de la Tierra que acuñó el término “desarrollo sustentable”, la agenda oficial ahora pone en discusión la “economía verde”, un término polémico y no bien definido pero que supone posible el crecimiento económico y la reducción de emisiones de carbón al mismo tiempo."
Lo bueno para el ambiente puede ser malo para la gente. En la historia reciente del mundo sólo hay dos momentos en los que la destrucción de la naturaleza se detuvo: en 2009 las emisiones globales de dióxido de carbono -el gas que produce el calentamiento global- se redujeron en uno y medio por ciento con relación al año anterior y entre 1990 y 2005 las emisiones de la Federación Rusa bajaron a un ritmo de tres por ciento al año.
En el primer caso, las emisiones bajaron a consecuencia del impacto sobre la economía real de la crisis financiera global que comenzó en setiembre de 2008 y ya en 2010 el lanzamiento de carbón a la atmósfera volvió a crecer más de un cinco por ciento, apenas comenzó a reactivarse la economía. En Rusia dejó de emitirse carbón como resultado del colapso de la industria pesada de la Unión Soviética y el resultado inmediato fue desempleo masivo, empobrecimiento, fuga de cerebros y baja en la expectativa de vida de la que los rusos recién comienzan a recuperarse.
Pero si bien la caída de las emisiones de carbón está asociada a penurias sociales, el sufrimiento derivado de seguir ahumando la atmósfera puede ser mucho mayor. Al ritmo actual de quema de combustibles fósiles, ya en 2050 la temperatura media del mundo habrá subido entre 3.5 y seis grados centígrados, lo cual provocará por lo menos veinticinco metros de subida de los océanos, desertificación y catástrofes de todo tipo.
El mundo entero -y no sólo las grandes potencias industriales- tendría que repetir la experiencia rusa en una proporción tres veces mayor para contener el calentamiento global en tres grados, que ya son demasiado. ¿Será posible?
Hay quienes creen que sí y citan el ejemplo histórico de la revolución industrial. A lo largo de un siglo y medio, en los viejos países industriales la productividad del trabajo y los salarios se multiplicaron por veinte y varios países del Tercer Mundo están recorriendo un camino similar. El científico y político alemán Ernst Ulrich von Weizsäcker argumenta en su libro Factor Cinco que la productividad en la generación de energía, y en el uso de recursos naturales en la nutrición, la vivienda, la manufactura y el transporte, puede multiplicarse por cinco gracias a avances tecnológicos. El crecimiento económico podría continuar sin destruir el planeta, siempre que se revierta la tendencia actual de “racionalizar” el trabajo y abaratar los recursos.
En vez de reducir y abaratar la mano de obra, generando desempleo y pobreza, y dilapidar recursos naturales, Weizsäcker propone una política fiscal que haga que la energía, el agua y los minerales sean cada vez más caros y más fácil contratar trabajadores, lo que va a reducir el desempleo y estimular tecnologías más eficientes, lo que a su vez significa que la productividad y los salarios pueden seguir creciendo sin destruir el planeta.
Ésta y otras propuestas están en la agenda de la conferencia cumbre de las Naciones Unidas que se realizará en junio en Rio de Janeiro. Veinte años después de la llamada Cumbre de la Tierra que acuñó el término “desarrollo sustentable”, la agenda oficial ahora pone en discusión la “economía verde”, un término polémico y no bien definido pero que supone posible el crecimiento económico y la reducción de emisiones de carbón al mismo tiempo.
Ulrich Hoffmann, economista de la UNCTAD, sostiene que estimular un “crecimiento verde” siempre es preferible a la actual “economía marrón”, basada en las emisiones de carbono. Pero a nivel global, la “intensidad de carbón” (la cantidad de emisiones necesarias para lograr un cierto producto económico) apenas si ha bajado veintitrés por ciento, de un kilo por dólar de actividad económica en 1980 a setecientos setenta gramos en 2008. Como en 2050 el mundo llegará a los nueve mil millones de habitantes, para tener un crecimiento económico de dos por ciento al año, permitir que los países en desarrollo lleguen a niveles de bienestar similares a los europeos y limitar el calentamiento global a dos grados, Hoffmann calcula que la intensidad del carbono debería bajar hasta seis gramos por dólar, o sea ¡ciento treinta veces menos que en la actualidad!
Suponiendo un crecimiento menor y asumiendo que no todos los países pobres lleguen a grados satisfactorios de desarrollo, de todas maneras será necesario rebajar las emisiones a por lo menos treinta y seis gramos por dólar. Y tamaño cambio, que algunos ya llaman “la revolución del carbón”, debe producirse en pocas décadas.
Un estudio aún no publicado de la Fundación Heinrich Boell, asociada al Partido Verde alemán, sostiene que “la rápida irrupción de ecoindustrias en el Norte puede tener una contraparte oscura en el Sur, donde los países que tienen los recursos necesario (como el litio para las baterías) son empujados hacia una rápida extracción, que excede la capacidad de sus ecosistemas y de sus instituciones, y alimenta guerras civiles con sus enormes rentas”.
Así, como toda revolución, la del carbón no se producirá sólo por la tecnología y, según la UNCTAD, será “ilusoria” a menos que se acompañe de “democratización de las economías, cambios en la distribución del ingreso y en el comportamiento del consumo”.
Fuente: Red del Tercer Mundo