Colombia: la fiesta, una propuesta de resistencia. Relato del 2do Festival de Expresiones Rurales y Urbanas

Idioma Español
País Colombia

"Desde el viernes 18 de noviembre hasta el domingo siguiente, el barrio La Joya fue nuevamente anfitrión del Festival de Expresiones Rurales y Urbanas, que va por su segunda versión."

“Desde cuando era pequeño, mi madre me ha dicho que bailar es una forma de resistir”. Así comenzó su concierto la banda la Real Academia de la Música, acompañando la marcha continental de estudiantes universitarios en Bogotá, el pasado 24 de noviembre. Tan sólo cuatro días antes concluía en Bucaramanga, ciudad del nororiente del país, un festival por la defensa de los territorios. FESTIVAL, de principio a fin. Allá llegaron cargados de sus historias, sus experiencias, sus pancartas y muchos instrumentos musicales unas 300 personas de muchos lugares de la nación.

Desde el viernes 18 de noviembre hasta el domingo siguiente, el barrio La Joya fue nuevamente anfitrión del Festival de Expresiones Rurales y Urbanas, que va por su segunda versión. En octubre de 2010 se inauguró esta forma de resistencia en que es urgente el diálogo entre el campo y la ciudad, motivo del encuentro, para reconocer la importancia de los territorios, de la naturaleza y de los saberes que se cultivan tanto en lo urbano como en lo rural. Un diálogo que se inventa en medio de la alegría y que traza mecanismos de convergencia para detener las amenazas a las tierras, las poblaciones, las culturas, las economías propias, lo propio.

El ánimo es contagioso

El Festival es una ocasión para trabajar en compañía y por propósitos comunes. Que son difíciles y significan enfrentar grandes problemas, de vida o muerte, como los de desplazamiento que vive la población del Cauca con los enfrentamientos armados y las presiones de empresas mineras y de cultivos, como la contaminación del río Sogamoso por la construcción de una represa, como la amenaza a las fuentes de aguas de los páramos y las altas montañas por la sed de oro de empresas multinacionales, como el abandono obligado del campo y con ello la falta de alimentos. Y muchos más. Al festival se fue para saber con la sed que otro vive.

En plena ciudad, un barrio popular albergó a todas las personas que llegaron a poner en común sus ideas de detener las amenazas. La Joya, el barrio anfitrión, cumplió en 2011 sus cuarenta años de creado; tiene colegios, parques, tiendas y mucha vida de barrio. Se distinguió hace unos años por ser el sector de la ciudad que obtuvo más firmas de respaldo a la iniciativa por la defensa del agua que se conoció como Referendo por el Agua. Esta semilla de compromiso con la defensa de lo propio es la razón por la que se llegó allí para que fuera sede de estos festivales.

En realidad, la Joya se encuentra muy cerca del centro de la ciudad. Para dar una pista, una de sus calles es la 37, y una de sus carreras, la 1a. A unas 17 carreras arriba, se encuentra un hotel del centro que recibió a muchas de las personas asistentes, el de siempre, entre comillas: “El Hotel de Siempre” Allí queda uno de los hoteles donde se alojaron en esta oportunidad varias de las personas que participaron en el Festival y que pudieron con holgura descansar, preparar sus jornadas, estar cómodas y tomar el tinto estimulante de por la mañana.

La primera buena idea ocurrió durante el primer día. Como todo comienzo de Festival, hubo desfile de comparsas, y esta vez la fiesta llegó al centro, aprovechando la cercanía. El jolgorio con mensajes y denuncias, sátiras, caricaturas, música y teatro pasó por frente de la Gobernación, del parque Custodio García Revira y de la plaza de la policía y allí invitó a toda Bucaramanga para sumarse al evento. El barrio se volvió ciudad.

La cosa comenzó en la iglesia del barrio, donde mujeres, hombres, niñas y niños, campesinos ycitadinos prepararon, indígenas y afrocolombianos, estudiantes y profesionales dieron forma a la caravana. De allí para adelante todo fue pancartas y noticias en forma de pancarta y de consignas, con acordes musicales acompañantes.

El alimento

Desde la misma noche de ese viernes, luego de la caminata bajo el sol, se supo del sabor que se tendría a la hora de alimentase. En el lugar apropiado y con la generosidad necesaria para allegar el contento, se recibía de manos de las mujeres y hombres encargados de la cocina el menú de cada día, nunca igual y siempre apropiado. Arepas, mute, arroces, verduras, jugos, café, chocolate. Desde la preparación, hasta el degustar de los plato, todo era placentero y poco importaban las filas, porque también allí se podía disfrutar hablando con la gente.

Cada quien tenía su identificación para asegurar que nadie quedaba sin comer. Y siempre a la hora podía llegar cualquier asistente, que estarían listo su plato de comida y su bebida. Y así fue con todo: la organización del evento fue siempre una clave. La infraestructura fue suficiente para que asistentes, invitados y demás estuvieran a sus anchas para hablar de todo lo que había que hablar.

Charlas, conversaciones y debates

El sábado comenzó tarareando carrangas. Había expectativa por el anuncio de la compañía de Jorge Velosa, el compositor boyacense que hace más de 30 años tiene al país cantando y bailando, como él dice, carranguerías. Y Jorge acompañó toda la jornada de la mañana.

El coliseo del colegio estaba dispuesto para los saludos, las presentaciones, el reconocimiento mutuo, la apertura del telón. Este día sería de intercambiar en grupos y por temáticas las situaciones particulares y las experiencias, reflexionar sobre lo compartido, observar cambios y caminos y trazar rutas para avanzar en los propósitos.

Ya la gente se había encargado de entregar mucha información con sus pancartas y pendones, en los que contaban las situaciones y las expectativas en cada territorio. Era sólo recorrer el coliseo para enterarse de lo que cada cual quería contar a las demás personas. El color fue la nota predominante.

El sonido por su parte permitió cómodamente escuchar las presentaciones allegar mucha más información para las veladas posteriores.

Hubo personas de Chocó, de Cauca, del Valle del Cauca, de Antioquia, de la Costa Pacífica y de la Atlántica, del nororiente del país, del centro, del sur; de la montaña, de la sabana, de los Andes, de las selvas, de las ciudades, indígenas, gente mestiza y afrocolombiana. El invierno hizo también su parte, porque detuvo por el camino a quienes venían del Cauca y de La Guajira y aunque algunos pudieron llegar, otros tuvieron que devolverse.

En estas presentaciones, intervinieron dos personas del barrio anfitrión que mostraron espíritu de su propuesta como barrio. Floralba contó con emoción una experiencia que ilustra el sentido de este festival: un campesino de Lebrija, municipio conocido por su producción de piña, que se alojó en su casa durante esos días le dijo mientras la caravana de comparsas que amigos suyos de la vereda tuvieron que quedarse un día buscando semillas de piña que campesinos de norte de santander les solicitaron especialmente, pues las que les proporcionaron el año anterior habían dado sus frutos en sus tierras. El intercambio se había materializado, semillas nativas recuperadas que crecían en otros lugares.

Luis Torres, el presidente del consejo comunal, siguió exaltando lo que ocurría en su barrio con la presencia de la gente de otros lugares. Subrayó que Floralba había expresado muy bien lo que sienten los habitantes del barrio y que sienten que es muy importante marcar la diferencia con el afecto. Resaltó la importancia de defender lo público, especialmente el agua, y exalto la presencia de la juventud que estaba allí, invitándola a reconocer en ella está la renovación. Entre la juventud había representantes especialmente importantes en esta coyuntura: estudiantes de la universidad oficial, la Universidad Industrial de Santander, de quienes Luis destacó su reciente esfuerzo por la defensa de algo que concierne a todas las personas en Colombia: la educación pública y de calidad

Después de esta conmovedora charla, vino el trabajo en grupos: ya fuera para hablar de la minería y los proyectos energéticos, o sobre el agua y los acueductos comunitarios o sobre las selvas y la amenaza de los agrocombustibles. A eso se dedicó el resto del día.

Carranga, copla, campo y ciudad

Un día antes de su presentación, Jorge Velosa comentaba lo que sería su participación en el Festival: “aquí estamos para contar desde lo carranguero, que es mi cotidiano pregonar por la vida y sus querencias, lo que han tenido que ver en mi obra el campo, la ciudad y el campo y la ciudad. Me puse a echar cabeza y como siempre me pasa cuando se trata de garlar, nueva mente se atravesó la copla, que es tan importante en lo que compongo, en lo que hacemos en tarima y en lo que ella va sintetizando cuando se trata para narrar cosas o para dar como lucecitas de cosas.

Así fue. Todos sus noventa minutos de charla llevó el auditorio a través de coplas a entender su música y a compartir sus reflexiones... como está:

Yo no fui que nací bruto

jue que nadie me enseñó

si alguien me hubiera enseñó

quien sabe quién juera yo

Y mostraba cómo fue de importante en su posibilidad de ser músico el haber entrado a estudiar en colegios oficiales y en una universidad pública. Y también su paso del campo a la ciudad, todo lo que ello representó para rescatar en la urbe sus raíces campesinas.

Dijo en su intervención cómo la música carranguera se había vuelto un género en el que coincidían lo urbano y lo campesino: “de origen campesino pero relacionado en sus narrativas y en lo que pregona con muchas cosas de la ciudad. Mucha gente tiene lo nuestro como música eminentemente campesina y sí eso vale si se mira como género y como ritmos, pero si lo miramos como contenido, por lo menos lo que hacemos nosotros, son narrativas del campo y la ciudad” .

Jorge estaba charlando, algo que, dijo, hace ocasionalmente, es decir, sin estar interpretando con su grupo las canciones. “Para mí conversar es más exigente y más comprometido, porque uno piensa más, uno reflexiona. Es bonito y aunque sea más amarrado, más hablado, también lo trato de hacer divertido.

Velosa contó la manera en que ha visto que ha cambiado su público en los más de 30 años de su carrera: “nuestro público ha ido trascendiendo más a la ciudad y a los jóvenes y niños tanto de la ciudad como del campo. Los jóvenes son los que más están haciendo carranga y a los niños les está llegando mucho la música carranguera, en especial después de Lero Lero Candelero”.

La casualidad y el azar

Al festival llegó Gloria Valencia desde la vereda Calucé, después de vencer 22 horas de viaje desde Palmira, en el Valle del Cauca. Llegó, dice ella, por azar.

A una hora de este municipio del Valle, Calucé se empina sobre la cordillera y recibe las aguas de Los Naranjos. Hace 25 años, la comunidad decidió hacer su propio acueducto y lo mantiene con todas los cuidados que requiere y venciendo cualquier adversidad que el destino presente. Allí llegó a principio de 2011 un estudiante colombiano a conocer la lógica de los servicios ambientales y entabló relación con las personas de Calucé. Jean Carlos iría al Festival a presentar los resultados de su estudio, pero dijo a quienes organizaban el encuentro entre campo y ciudad que era muy importante que fueran directamente personas de la vereda. Así que Gloria llegó en representación de su comunidad.

En la tarde del sábado, Gloria estuvo compartiendo con personas de otros acueductos comunitarios, de los que hay por millares en Colombia. Y encontró que las dificultades que enfrentan son similares. En la actualidad, el municipio quiere obligar a la comunidad a cambiar su razón social para convertirla en una empresa dependiente y existe de oídas la amenaza de que la multinacional Smurfit Cartón de Colombia comprará un territorio aledaño, de modo que ocurrirá lo que en otros municipios vecinos: con los pinos que siembre se secarán las fuentes de agua.

Gloria regresó a su comunidad con una gran esperanza de haber encontrado oídos receptivos y organizaciones que están unidas para hacer frente en forma unida para defender sus acueductos. Ahí también tiene sentido el festival, cuando su eco llega y la gente se va sumando.

Intercambio de semillas y alimentos. El mercado

El domingo se destinó a exponer los alimentos, las semillas, las artesanías, la chicha de distintos sabores, guarapos, vinos y productos agroecologicos. Desde aquí comenzaba una ruta gastronómica en la que se podía degustar todo sabor, pero especialmente los santandereanos.

Vea más fotos aquí: II Festival de Expresiones Urbanas y Rurales

Fuente: Censat Agua Viva

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades

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