Bolivia: No a la destrucción de la selva del TIPNIS

Idioma Español
País Bolivia

"Se precisa ser insensible para no reconocer que el hambre o la voracidad del mundo rico acaba con nuestros bosques árboles y plantas, nos crea problemas físico ecológicos, se usa nuestra agua en exceso (a riesgo de nuestras propias necesidades) y –de paso– se contamina nuestro suelo con sus productos químicos y experimentos biológicos, para volverlo un gran desierto en el futuro, inservible como perjudicial."

Capítulo I. Introducción necesaria: Disfruta el Norte lo que toma del Sur.

Los apologistas de los organismos que mueven la economía del mundo cuidan que su lenguaje se halle afinado cuando presentan ciertas cosas como realidades inevitables. Se esmeran en demostrar que no se pueden evitar las desigualdades sociales y que la naturaleza es, en todas sus formas, la fuente que nutre su incesante afán “productivo” (en realidad, lucrativo).

Ya no puede disimularse que los países del Primer Mundo (o mundo industrializado) han agotado virtualmente sus propias fuentes naturales de abastecimiento. Han destruido sus bosques (de los que sólo les quedan reservas forestales nacionales), contaminado desastrosamente sus lagos y ríos, plagado de smog sus ciudades, convertido en basural sus zócalos continentales marítimos y agotado la pesca en sus anchas franjas costeras. Han acabado con el vigor de sus tierras y sus cultivos sobreviven gracias a la destructiva acción de la química (abonos sintéticos e insecticidas de alto peligro) El remanente de su agricultura actual es insignificante para satisfacer las crecientes necesidades de su elevado volumen poblacional.

El mundo rico conoce el azúcar (pero no la caña de azúcar), el chocolate (pero no el cacao), las especias en bolsitas (pero no sus plantas), los alimentos ya elaborados o semi-elaborados (pero no las plantaciones de arroz, maní, soya, quinua y muchas otras frutas en su estado natural. Es aún peor: cada vez produce menos carne para comer, porque ha decaído estrepitosamente su ganadería vacuna, porcina y ovina en relación a décadas anteriores) Para mantener lo que le queda tiene que usar hormonas, aditivos y efectuar permanentes experimentos –forzando leyes naturales– con el propósito de mantener próspera rentabilidad.

Es ahora claro el por qué sus propios habitantes desconfían de aquella producción. Tras elegantes cajas con membretes de letras, colores y figuras, presentan sus contenidos como vitamínicos o nutritivos, a productos que encubren miserias de conservantes, colorantes, saborizantes, sanitizantes, anti-solidificantes, vigorizantes, anti-acidificantes, alcalinizantes, ablandantes, y un cúmulo de neologismos para referirse a inserciones químicas, nocivas para la alimentación. Es aún más: como las leyes no protegen al consumidor, éste último ignora que innumerables clases y variedades de vegetales ya han sufrido modificaciones genéticas de laboratorio, para riesgo de su salud. Esta situación permite recordar cuán ciertas son las frases vertidas por el escritor Luc de Clapiers Vauvenargues (medio siglo antes de la Revolución Francesa) de que: “El arte de agradar, es el arte de engañar” y que “El comercio es la escuela de las trampas”.

Pero, volvamos al tema de fondo. ¿Qué hace el mundo industrializado para cubrir sus déficits e insuficiencias? –Muy simple. Lo que no puede apropiarse en forma directa (el petróleo, o el robo de plantas de altas propiedades), lo adquiere por compra, aunque tampoco respeta el costo local objetivo del producto porque impone por un lado, bajos precios y, por otro, elevados volúmenes de producción para incentivar la avidez comercial del exportador. Este último –para cumplir con los requerimientos de Primer Mundo– no tiene escrúpulos en arruinar –no le importa aquello– la ecología del lugar. Tumba bosques, abusa y agota el agua potable que pertenece a las comunidades, genera basuras y deshechos y se jacta de la mecanización de la agricultura como acto meritorio y “patriótico” para producir en gran escala. Supone por ello encontrarse bien visto y respetado como hombre dinámico, progresista y laborioso exportador a beneficio de patrón desconocido, en lejano lugar de la Tierra.

Claro está que nadie reembolsa el costo físico que sufre la cada vez más debilitada Tierra. Con las ganancias de tan esforzada labor, que apareja también bajos salarios y miseria para los trabajadores rurales, aquellos exportadores “progresistas” –asociados en diferentes entidades, y aún con armas, para su defensa– se compran periódicos, estaciones de televisión, acciones de empresas, e invierten en lujosas mansiones y elegantes vehículos, para que sus hijos hagan ostentación dando exagerado volumen a su música Cuesta creer que aquello convenga a país alguno América Latina, Asia o África y, menos, que sean del agrado nacional tales agentes locales del mundo rico. Por tal razón se hace creciente el clamor de que debe prohibirse la exportación de alimentos hacia el norte, porque aquellos países deben subsistir con su propia agricultura y sus propios recursos naturales, sin sacrificar al mundo pobre.

Hace ya bastante tiempo que las corporaciones económicas intervienen también directamente en la explotación de los recursos naturales del Tercer Mundo. Para dicho efecto, han abandonado sus sedes originales en los países industrializados, para ahorrarse impuestos y los altos costos de la mano de obra. El mundo pobre les es apetecido para utilizarlo, a su gusto y comodidad, en la satisfacción de sus necesidades. Ningún país rico desea utilizar ya sus propios recursos naturales. Le resulta infinitamente más barato tomarlos del sur.

De esta forma se produce el fenómeno del desplazamiento –no sólo la producción alimentaria, sino de cualquier índole– para su apetecido consumo en el norte por Europa y los EE.UU.

El problema para el sur es las cosas quedan peor como resultado de la imposición y el elevado volumen del saqueo por lo extractivo de la exportación. Sirvan unos cuantos ejemplos para clarificar, en algo, los resultados locales de las desgracias ecológicas; y no se trata de exageraciones:

 

  1. Basta acudir al Internet –vía satélite– para contemplar cómo Haití continúa siendo un país desgraciado donde nada ha progresado, aunque no le dejaron un solo árbol en pie que pueda ser exportado. La vista satelital muestra aquél miserable país hermano con sus enormes serranías naturales virtualmente afeitadas, con las consecuencias anuales dolorosas de aludes de tierra y mazamorras anuales, que descienden con las lluvias, hacia las comarcas inferiores para ahogar en barro a los pobres residentes de las laderas y sus misérrimas viviendas.

 

  1. La Amazonia brasilera ha sido destruida en más de la mitad y sus inmensos bosques húmedos han sido arrasados y quemados, su flora destruida y su fauna disminuida, para convertir el suelo en pastos, plantaciones de soya y áreas para ganado de carne destinado a la exportación hacia el norte, para su venta al mercado ávido de carne de los restaurants, tanto de comida rápida como lenta (Mc. Donald’s, Burger King, Wendy’s, Hardees, Arby’s, Apple Bee’s, etc., etc.) Los efectos ecológico-ambientales posteriores van llegando en su momento, fruto del veneno-metano que producen el ganado vacuno en incremento. La población aborigen –ya expulsada a la fuerza– ha perdido su natural ambiente de vida (caza, pesca, vivienda, y recolección de frutos) gracias al negociado de algunos gobernadores cariocas criminales que, en concomitancia con el ex Presidente de aquél país, acabaron millonarios.

 

  1. En indonesia, inmensas áreas selváticas de sus islas, con las mismas consecuencias negativas ecológicas, han sido destruidas para producir plantas que brinden alcohol para la elaboración de biocombustibles. Dicho de otra forma, de la propia agricultura ahora emerge el curioso alimento que precisan automóviles, camiones y otros motores del mundo rico.

 

Se precisa ser imbécil –y esta palabra no es usada como ofensa, sino en su estricto sentido patológico– para no darse cuenta que los países del Tercer Mundo están sacrificando su propio medioambiente para alimentar las ansiedades del mundo consumidor del norte [por si acaso, los futuros cultivos de coca en el área del TIPNIS entran en aquél esquema exportador, y la cocaína producida también satisface los vicios del mismo mundo] Se precisa ser insensible para no reconocer que el hambre o la voracidad del mundo rico acaba con nuestros bosques árboles y plantas, nos crea problemas físico ecológicos, se usa nuestra agua en exceso (a riesgo de nuestras propias necesidades) y –de paso– se contamina nuestro suelo con sus productos químicos y experimentos biológicos, para volverlo un gran desierto en el futuro, inservible como perjudicial. Paralelamente se crea un copioso nuevo mundo de basuras, donde las aves que se posan asimilan tóxicos infecciosos, y los transportan a donde vuelen, incrementando la perniciosa contaminación ambiental. Finalmente la explotación minera y petrolera, a su directo beneficio, trae las peores miserias de destrucción ambiental.

Tal es la amargura de todo nativo, que ya presiente el daño que se avecina y lo despojará de su ambiente natural; también es la angustia de todo intelectual que advierte el peligro. Claro está que poco importa a gobiernos que se dicen “progresistas”, que lo anterior sea cuestión de negocios y de convenios entre anónimos.

Es adecuado oportuno destacar la célebre frase de Ahmed Ben Bella, líder de la independencia de Argelia, cuando sostuvo que las naciones del Tercer Mundo son: “un conjunto de pueblos cuyas estructuras políticas, sociológicas y económicas carecen de una vida autónoma y padecen el saqueo y las limosnas de las naciones industrializadas”.

Capítulo II. Es tiempo de ordenar las cosas.

Hubo de llegarse al Siglo XXI para que recién, la intelectualidad se aperciba que hay exceso de actividad en el uso de los recursos del planeta Tierra y que la actividad económica, en especial, del capitalismo tecnológico y modernista, –culpable de la situación– se ha convertido en una labor gigantesca, permanente y acelerada, merced al incremento de la población, que va volviendo anémica la capacidad de soporte y abastecimiento del orbe terrestre. Agrava también todos los medios físicos existentes porque destruye bosques, contamina aguas, envenena el espacio aéreo, destruye el mundo animal (terrestre y acuático); deteriora también el relieve y la superficie del planeta, acidifica océanos dando muerte a flora y fauna marinas e incluyendo corales. Las funciones de la tierra como emporio, se hallan deterioradas como sobrecargadas en relación a su capacidad. Finalmente, el laboratorio de la naturaleza ya no puede restaurarse a sí mismo.

Ante semejante crisis, la imbecilidad patológica ya enunciada más atrás –particularmente de los gobiernos del mundo saqueado– no reconoce que la crisis reclama soluciones heroicas como patrióticas. La situación se resume en unas cuantas reflexiones de conciencia moral, previas a las declaraciones y actitudes políticas a las que se hallan acostumbrados, y pueden resumirse como sigue:

PRIMERO. Que ha llegado la hora de dejar de ser servidor (por no decir: sirviente) de los intereses extranjeros, en mengua de los intereses nacionales.

SEGUNDO. Que, tantos años de sometimiento son suficientes para entender que los países ricos no están interesados en el desarrollo del Tercer Mundo, sino simplemente en satisfacer sus propios requerimientos.

TERCERO. Que, por comodidad propia, en vez de producir bienes de primera necesidad, les resulta más económico comprarlos; y mejor aún –ya se dijo más atrás– si se recurre a imponer bajos precios y abundantes volúmenes de adquisición.

CUARTO. Que mientras más tiempo dure el sometimiento más tardará el desarrollo local, continuando con nuestra categoría de países subdesarrollados.

QUINTO. Que la respuesta adecuada de los países pobres, por propia dignidad nacional, es reducir y acabar con la indiscriminada exportación. Cada país debe alimentarse con sus propios recursos, simplificando y desacelerando el comercio internacional.

SEXTO. Que la protección al medio ambiente no debe ser puramente emocional, lírica ni demagógica, sino con medidas concretas, reales, efectivas y controladas.

SEPTIMO. La conclusión que fluye no admite lugar a dudas: a) No más explotaciones forestales ni exportación de madera por organismos particulares comerciales, b) No más destrucción forestal por los gobiernos, ASÍ SEA PARA CONSTRUIR CAMINOS, encubrir nuevos cultivos, ni encandilar al humilde con promesas de desarrollo y mejor nivel de vida, c) No más derroche del agua potable en beneficio de la exportación, d) Planificación ecológica de la agricultura nacional para avanzar en el tema de la soberanía alimentaria.

Es un descaro, vergüenza nacional y falta de honestidad el propiciar, por un lado, la defensa de la naturaleza en eventos internacionales y, por otro, alentar su destrucción con los ardides que se indican más atrás, abusando de los hilos de Gobierno.

Capítulo III. Significado del TIPNIS a nivel nacional y mundial.

El problema del TIPNIS ha rebasado la expectativa nacional. En los pocos días que estuve de visita en Bolivia mi curiosidad por conocer el criterio de la gente no dejó de acicatearme y me provocó varias entrevistas a personas de distinto nivel social y cultural que me dejaron atónito. Haré un resumen del panorama general:

 

  1. Encontré variada gente aborigen que vive en condiciones de incipiente desarrollo; sin embargo no dejó de impresionarme su ilustración cultural.
  2. Lo que oí decir era tan claro como para ser entendido, aunque no sea rigurosa la expresión del idioma castellano.
  3. Hallé además madurez en modestas como sencillas mujeres. Comprendí que presienten muy bien los peligros que se avecinan, tanto como contra sus comunidades como contra la Tierra.
  4. Quedé convencido que los conceptos de “progreso”, “desarrollo económico”, “consumo” –y otros más de los múltiples para encandilar a quienes no piensan– los captan como simples cebos de anzuelo a los que lleva el ansia de lucro y la dominación de la “libre empresa”.
  5. Para aquellos aborígenes, vivos ejemplares de la sociedad pre-capitalista, es claro que sienten que viven mejor y más seguros en su mundo, que en el de la llamada “civilización”.
  6. Saben también que el mundo de la civilización y la tecnología es una mentira que se exalta, pero jamás va a disfrutar el grueso de la humanidad. Saben también que la “libertad” que se pregona no sólo se traduce en explotación al trabajador –peor al nativo– sino destruye la vida planetaria.
  7. Está también claro que prefieren una vida modesta, y aún rudimentaria, a los atractivos consumistas (nocivos y adictivos) de la sociedad contemporánea, porque estos sólo brindan riqueza y disfrutes a un sector minoritario.

 

Me recuerdan tan honestos como limpios fundamentos de una sana moralidad natural, las experiencias recogidas por el estudioso colombiano Carlos de Urabá:

Cuando estuve en Paraguay visité en el norte del país el territorio de los indios Chamacocos. Su vida la dedican a cazar taninos para venderlos a una fábrica de pieles en Bahía Negra. Su decadencia es espantosa: alcoholizados unos, prostituidos otros, cantando alabanzas en las iglesias los más se abandonan a su triste destino. Aquellos que se resistan a los designios divinos, serán castigados por antisociales. El gran jefe Calonga, del alto Paraguay, me hablaba de su comunidad: “No se cansan, parece que no se conforman con lo que nos han hecho. Nos quieren convertir en paraguayos, que nos pongamos firmes frente a la bandera o que besemos la cruz; nos visten con sus trajes, nos obligan a cumplir el servicio militar y nos ponen como nombre un número. Para consolarnos nos regalan latas, galletas y medicinas como quien le echa a las fieras un pedazo de carroña. Somos parte del negocio y con nosotros amañan sus cuentas. Por favor, déjenos ser pobres, eso es lo que hemos elegido; déjenos con la poca tierra que nos queda, con nuestros ríos, con nuestra selva. Queremos ser salvajes. Déjenos en paz”

El destacado escritor ecologista norteamericano Jerry Mander, nos recuerda que la “civilización” (por no decir sus agentes económicos) ha exportado también enfermedades a las sociedades aborígenes naturales, tales como la viruela y la sífilis. En Alaska, los grandes capitales corporacionales se han aprovechado de las riquezas naturales hasta agotarlas, tales como los bancos de salmones. Sufren hoy igual destino las pieles de las focas, los pocos osos que quedan, las jóvenes ballenas (las viejas no se ven) y, –de paso– la explotación petrolera la contaminado las aguas y las costas, en forma asquerosa, hasta rematar con el derrame del elemento producido por la Exxon Valdés en 1989, expulsando en el mar 37.000 toneladas de crudo. Y conste que no estoy tocando nada sobre los desastres que ha producido la explotación del oro y el tráfico de pieles.

El problema del TIPNIS no está circunscrito a las fronteras nacionales bolivianas. Las noticias que se producen no dejan de producir solidaridad en todas partes ante una causa, a todas luces justa. Le puede provocar al gobierno nacional un serio descrédito internacional, por la simple razón de destruir el medioambiente, despojando a sus ocupantes de su sustento natural para enriquecer a intereses internacionales y encumbrar a los sembradores de una conocida planta que produce el alcaloide pernicioso que embota la mente y destruye las células cerebrales.

Por el contrario, si hubiera más inteligencia y menos intereses económicos, se comprendería que el desarrollo de tan inmensa zona podría realizarse dando libertad democrática a sus propios aborígenes –libres todavía de la llamada “civilización”– para decidir su destino en la forma que aquellos desean, sin incursiones extrañas, y menos aún de la perniciosa tecnología y economía destructora de la naturaleza.

Los idílicos ideales de una sociedad comunitaria podrían hacerse realidad, sin el comedido “progreso” depredador y antihumano, que se instala donde puede para saquear las riquezas naturales y los recursos humanos. Los sueños de los ilustres filósofos y pensadores humanistas de siglos pasados se encarnarían como modelos ejemplares. Aunque parezca increíble ahora están más cerca que nunca la “Utopía” de Tomás Moro, “La Ciudad del Sol” de Tomás Campanella, “La Nueva Atlántida” de Francis Bacon con sus sociedades ideales sin hambre ni miseria.

¿Qué dice a todo esto nuestro gobierno boliviano, que se dice socialista?

El TIPNIS es una realidad pre-capitalista virgen, favorable para el anterior propósito. No tiene lucha de clases y se halla libre de la contaminación tecnológica. Dejémoslo tranquilo con su desarrollo peculiar. Podría recibir ayuda de la comunidad internacional (recursos económicos) para probarle al mundo que se puede vivir acorde con las leyes de la naturaleza, sin dañarla. No le conviene recibir ninguna ayuda del gobierno boliviano por las pasiones políticas e intereses mezquinos que anidan en aquél.

Para este experimento, nada utópico, sobrarán profesionales que asesoren desinteresadamente y orienten el pensamiento comunitario hacia un nuevo tipo de economía, libre de contaminación, de la explotación humana, en perfecta paz y armonía con el medioambiente.

Capítulo IV. Los peligros que se avecinan.

Toca prevenir el problema del TIPNIS, advirtiendo los peligros que ahora se le avecinan; todos aquellos por causa del gobierno boliviano:

 

  1. El primero de aquellos es la explotación petrolera. Si el gobierno de Evo Morales ya ha brindado permisos de exploración, no es para simplemente saber donde se halla almacenado el crudo, sino para sacarlo y venderlo. Consecuencias físicas: envenenamiento efectivo de la superficie del suelo, las aguas, y la aparición de enfermedades por la emanación de gases venenosos. Efectos económicos: enriquecimiento de las empresas brasileras beneficiadas y de las corporaciones transnacionales que están detrás, con sus intereses y objetivos propios, dinero, estrategias, y servidores locales (por no decir sirvientes) Balance de la naturaleza: Severa y cruel destrucción de la tierra y aguas e incremento del cambio climático con la explotación petrolera, hacia una combustión aún mayor.
  1. El segundo lo constituye la explotación forestal. Es tan grave este problema que el destino de la deforestación ya está sellado con la anunciada carretera internacional. Varios artículos de prensa ya han hecho mención a un estimado número astronómico de los árboles que se van a derribar y tal es verdad; empero se han olvidado indicar –y aún destacar con la alarma adecuada de la realidad– que la verdadera deforestación comenzará después. En efecto, las maderas finas no van a permanecer como flores para admirarlas; serán los concesionarios del Gobierno, o los explotadores clandestinos (aún nocturnos), quienes se encarguen de tumbarlas. Como es realidad el llamado “efecto multiplicador de la economía” se instalarán aserraderos para facilitar las cosas, creando y aumentando basura natural (que cubrirá la vegetación superficial. Consecuencias físicas: Destrucción del hábitat natural de los animales (aves exóticas, peces, tortugas, ofidios, saurios, cerdos de monte, venados, insectos, etc., etc.) y del mundo vegetal con la explotación de madera, plantas medicinales y flores exóticas. Deforestación general gradual de la jungla, aparición de cementerios forestales (relieves de troncos cortados), generación del lodo y acción negativa de los aludes de barro hacia las áreas inferiores. Desaparición de las lluvias si la calidad del terreno es calcáreo blanco porque refleja la luz contra las nubles y las aleja, consolidando desiertos. Efectos económicos: suculento negocio para las grandes corporaciones internacionales, que acabarán llevándose la madera del país al por mayor, a costa de la destrucción local. Balance de la naturaleza: Severa y cruel destrucción de la superficie terrestre, plantas y animales, alteración del clima local e incremento del cambio climático global.
  1. El tercero. Se denomina la agricultura forzada y extraña porque se va a incorporar la producción de la coca a cargo de sedientos agricultores, aspirantes a burgueses, sin estudio ecológico previo sobre las desventajas de introducir (al por mayor) una planta extraña, de efectos muy fuertes que provocarán la adulteración del terreno. Consecuencias físicas: Aparición de plagas y nuevos insectos, que pueden ser nocivos a los insectos establecidos por la naturaleza en el ecosistema general de la jungla del TIPNIS. Empleo de insecticidas y otros químicos (jamás empleados anteriormente) para desertizar en pocos años, haciendo estéril al suelo. Efectos económicos: Monocultivo. Incursión de intrusos económicos (cocaleros) cuya actividad será extractiva, intensiva, permanente y creciente para el mercado mundial de la cocaína. Próxima y pronta aparición de campamentos y caseríos para la satisfacción de los vicios comunes que producen las aventuras económicas exitosas en confines alejados del hogar: alcoholismo, prostitución, tabaco, juegos de azar, drogas y propagación de nuevas enfermedades. Surgimiento del comercio innecesario (diversiones, adornos, pornografía, revistería, periódicos). Efectos sociales. Engaño descarado al pueblo boliviano al considerar el Gobierno Nacional como “colonizador” a quien no va a sembrar ni legumbres ni hortalizas; tampoco trigo, maíz, frutas ni alimento alguno. Menos producto útil o positivo de uso general. Se trata de enfrascarse en una plantita cara para satisfacer un vicio, que genera lucrativas ganancias. Balance de la naturaleza. Destrucción total del ambiente natural, gracias a la acción de una “laboriosa” clase cocalera (laboriosa como hormiga) que acabará con la flora natural para substituirla con la coca. Liquidación de la jungla húmeda y su fauna. Menos aporte de oxigenación al total del planeta. Agravación del cambio climático.
  1. El cuarto problema es social. Como en toda región colonizada del mundo, donde el interés económico y la ambición por la riqueza han arrasado con áreas vírgenes –destruyendo su utilidad natural y belleza regional– el proceso de colonización ha sido despiadado en lo social. Ha convertido a los aborígenes, de dueños comunes de áreas comunes, o en esclavos, o en servidores, sirvientes, asalariados y obedientes de tan ilustres personajes-aventureros de la invasión, sea por la fuerza, la vía pacífica o el engaño. En el caso peculiar del TIPNIS bastarán unas cuantas medidas para consolidarla:

 

a) Como el dueño de tan inmensa región es el patrón “Estado” –y no quienes la ocuparon y vivieron en ella por siglos– será suficiente una acción militar y policial, para desalojar a los naturales de sus viviendas (pretextos no faltan) y remitirlos a zonas alejadas, de donde también los volverán a expulsar, cuando el “progreso” ($$$) arribe hasta donde entonces se encuentren.

b) Ante tan excelsa “soberanía” despojadora, los comisionados del Poder Central parcelarán las tierras para entregarlas a los agricultores de la coca.

c) A su vez, estos últimos –dada su potencialidad económica porque cuentan con plus valía suficiente– encomendarán el trabajo a asalariados que necesariamente habrán de salir del mismo lugar, trabajando duras faenas a cambio de una retribución diferente a la de las ciudades (por no decir: modesta)

d) Las mujeres corren el riesgo de ser convertidas en domésticas de los nuevos señores, cuando no sus objetos de placer. Tal es el rudimento de una creciente prostitución lugareña que no podrá detenerse. Esto último, opera en forma independiente de la prostitución común, que se instala en lugares donde la actividad económica genera buenos recursos para ser empleados en diversiones.

Capítulo V. Conclusión y estrategia para evitar el avasallamiento.

Quien marcha con la historia sabe que, pese a las dificultades, sus objetivos van a subsistir y lograr la victoria, aún a riesgo del sacrificio y el martirio.

Ha quedado al desnudo que la vía que pretende partir en dos al TIPNIS es el Caballo de Troya que, bajo un cúmulo de apariencias externas, encubre una serie de barbaridades que pueden resumirse como sigue: engaño, traición a los propios principios, reclutamiento de traidores, sobornos con regalos, intereses creados, sometimiento, bárbara contribución al cambio climático y el calentamiento terrestre más la destrucción criminal del medioambiente, flora y fauna.

Hubo y hay violencia física y moral para doblegar la voluntad de sus integrantes y para destruirla bajo cánones inventados, forzados y demagógicos, cuyo trasfondo son los intereses económicos ya enunciados.

Hay también intereses políticos. El Gobierno Nacional debe pagar con tierras fértiles a sus electores para merecer la continuación electoral y política de su apoyo.

Con el perdón de la expresión, hay también metidas de pata. Se traducen en extrañas, como sugestivas concesiones de exploración petrolera… en áreas de reserva, más los compromisos internacionales –celosamente mantenidos en reserva– con el Gobierno de Brasil y sus empresas.

Por lo que he podido apreciar de mi corta visita a Bolivia, nada de lo indicado parece que vaya a doblegar a pueblos que reclaman su libertad y el respeto a su autonomía para decidir su destino, conforme a su tipo de existencia y democracia natural.

Finalmente, no honra al gobierno boliviano la conducta dual que exhibe. De un lado se enfrenta moral y físicamente y usa todos sus ardides contra toda la comunidad del TIPNIS que protege su medioambiente en peligro. Empero, de otro, pregona –con bastante dosis de cinismo– ecología y medioambiente en sus relaciones internacionales.

Consecuentemente, la mejor estrategia para el objetivo ecologista, es la que sigue:

 

  1. Robustecer, educar y enriquecer la convicción en todo el movimiento aborigen del TIPNIS sobre la pureza de sus aspiraciones, el honor de sus principios y la base cierta de su conducta, más los serios peligros que la situación apareja. Aquello reforzará su moral, le bridará fortaleza, capacidad de organización y resistencia para enfrentar la crisis de virtual guerra.
  2. Continuar con la política de buscar apoyo internacional, con severos riesgos para el gobierno boliviano, si vulnera la integridad personal de las personas en la nueva Marcha masiva, ya anunciada.
  3. Pedir al pueblo boliviano que su apoyo nacional a la causa, salga del respaldo puramente moral y se concrete en hechos y acciones ruidosas, a través de organizaciones civiles y sociales, en todo el país. Se trata de hacerse escuchar y mostrar que se trata de la causa de la mayoría.
  4. Prepararse –si el gobierno hace oídos sordos, no modifica su conducta y pretende imponer sus designios de todas maneras– para crear las condiciones para su juzgamiento legal y repudio nacional.
  5. Prepararse también para que la resistencia, sea efectiva por todos los medios físicos.

 

Todo lo expuesto líneas atrás no podrá considerarse jamás como un acto de sedición, sino de una conducta colectiva regional legítima, protegida por la Constitución Política del Estado. Se trata del derecho de defensa propia a la subsistencia aborigen y –también– de resistencia contra la destrucción del medioambiente.

Gustavo Portocarrero Valda - moc.liamtoh@2povatsuG

Temas: Defensa de los derechos de los pueblos y comunidades

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