Los dogmas productivistas confluyen para que el agua, fundamento de la vida se evapore, y convierta a la vida en la aridez del ser

“Para transitar hacia la sustentabilidad, es necesario repensar la globalidad desde la localidad del saber, arraigado en un territorio y en una cultura, desde la riqueza de su diversidad y singularidad; y desde allí, reconstruir el mundo a través del diálogo de saberes intercultural y la hibridación de conocimientos científicos con los saberes locales".

Frente al atropello al que son sometidas poblaciones que luchan por la conservación de la plataforma de la vida con el agua como sustento irreemplazable del ser, reprimidas hoy, desde la acción directa y desde la detestable humillación simbólica; nosotros nos paramos desde la Ética de la Sustentabilidad, y le decimos a esas voces del poder empresarial y político, que será la conservación de la diversidad la que impida el holocausto, mientras se conjugue el ethos de las diversas culturas. Esta ética alimenta una política de la diferencia, decimos en el Manifiesto por la Vida. Es una ética radical porque va a la raíz de la Crisis Ambiental para mover los cimientos filosóficos, culturales, políticos y sociales de esta civilización hegemónica, homogeneizante, jerárquica, despilfarradora, sojuzgadora y excluyente. Justamente todos atributos contaminados por el productivismo más cerril y que fuera cacareado por gobernadores y empresarios mineros. Poseen la lengua veloz para desprestigiar, descalificar, acusar y poner a los defensores del ambiente en el lugar de embajadores al servicio de la pobreza, la exclusión, mediante la práctica de engendros totalitarios. Ya es conocido el método del Poder para impedir que sus ganancias infames y devastadoras puedan ser perturbadas, menoscabadas y debilitadas. Debemos recordar que en 1939 se creó por primera vez en laboratorio una sustancia química sintética que fue usada tanto en tiempo de guerras, como en la producción agraria para aumentar los rendimientos y combatir las plagas. A su inventor se le otorgó el Premio Nobel de Medicina, y en su entrega, se lo glorificó como el salvador de la humanidad porque ese producto desterraría la enfermedad y el hambre. Una mujer, bióloga, comenzó a observar al poco tiempo que las voces de la vida se silenciaban. Investigó, y denunció que ese producto era perjudicial para la vida, intentó publicar sus investigaciones, era la década del cincuenta. La descalificaron, quedó separada de la academia, era insultada desde los medios de comunicación y desde las patronales agrarias del centro de los EEUU. El Poder personalizado, entonces en John F. Kennedy, la ignoró. Pero, obstinadamente, en contra de la inmensidad del Poder, siguió investigando y demostró la toxicidad de ese producto fatal para la vida y escribió uno de los más bellos libros de ciencia, “La Primavera Silenciosa”. El inventor del Producto, Peter Müller, Premio Nobel de Medicina 1948, un cínico despiadado, siempre ignoró estas denuncias. La Bióloga, Rachel Carson, murió de cáncer en 1962. El producto que iba a salvar a la humanidad y que generó la humillación, exclusión, amenazas violentas contra esta valiente mujer, el DDT, fue prohibido en 1975. Era hijo de la ciencia mecanicista de la Modernidad Insustentable y produjo ganancias inmensas en sintonía con la lógica del mercado. No curó, por el contrario, generó más enfermedades. No eliminó el hambre, lo aumentó, pues muchas regiones se desertificaron. Por eso, le decimos al poder que ignora y humilla a los que luchan contra las megamineras, que las amenazas y descalificaciones no son nuevas para los que defienden el ambiente. Una vez más, aparece, en su esplendor, la cultura xenófoba, individualista, conservadora y capitalista arrasadora que es la fe de los grupos de poder norteamericanos.

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Temas: Biodiversidad

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