¿Perdimos solo una cascada?
La Cascada de San Rafael era la más grande del Ecuador y una de las más espectaculares del mundo. Localizada dentro del Parque Nacional Cayambe Coca, era uno de los lugares símbolo del país, por su belleza, su imponencia y su grandeza.
Una muerte anunciada. Un proyecto desastroso. El espejismo de los megaproyectos. La esquizofrenia con los argumentos de moda.
Cuando se impuso el proyecto de la Central Hidroeléctrica Coca codo Sinclair, bajo la responsabilidad de la empresa china Sinohydro, se ignoraron y descalificaron las voces críticas que anunciaron los riesgos y colocaron los interrogantes sobre por qué y para qué un mega proyecto de esas dimensiones y tan innecesario.
El gobierno lo anunció como un proyecto de energía limpia que reduciría en 4.4 millones de toneladas/año las emisiones de CO2; que generaría 1.500 MW de electricidad, utilizando las aguas del río Coca; que se ahorrarían 2 millones de dólares diarios; que se generarían 6.000 empleos directos y una cantidad similar de empleos indirectos; que sería una suerte de “buque insignia”, como el del Escudo Nacional, para el cambio de la matriz productiva; y claro, que no afectaría la cascada.
Anunciado, construido y justificado como la mayor obra del Ecuador moderno. El mismo mandatario chino Xi Jinping inauguró la obra, como punta de lanza de otros 5 mega proyectos “estratégicos” que pretendían aprovechar la ventaja competitiva que ofrecía el país como es la hidroelectricidad. Así, las industrias básicas prioritarias para el despegue del desarrollo del país serían: “la petroquímica, siderurgia, fundición y refinación del cobre, producción de aluminio, producción de pulpa y la industria naval (astilleros)”.
Todas esas industrias son demandantes de abundante energía y altamente contaminantes y son, y han sido, históricamente rechazadas allí donde se instalaban o pretendían instalarse; pero en nuestro caso serían sostenidas con “energía limpia”. Así es el discurso modernista y esquizofrénico del progreso.
Aunque ahora se pretenda atribuir la desaparición de la cascada de San Rafael a “eventos naturales”, su hundimiento es el caso más claro del devastador efecto para la naturaleza de los megaproyectos.
El mega proyecto Coca Codo Sinclair requirió de una presa a 19 kilómetros río arriba de la cascada San Rafael, y desvió el agua a través de un túnel de cerca de 25 Km, fracturando la roca madre.
Para la construcción del túnel se utilizaron dos TMB o topos, cada uno con una dimensión de 9 metros de diámetro, más de 120 metros de longitud y un peso de 1.000 toneladas. Era tan grande esta maquinaria que tuvieron que reforzar puentes y suspender la circulación en la ruta para que pase esa monstruosidad.
Después de la inauguración del proyecto bastaron 3 años para que el espejismo se disipara. La Contraloría hizo público su informe en donde se revelaban pérdidas superiores a los 1.000 millones de dólares; un gasto para el país superior a los 2.245 millones de dólares por una obra pésimamente hecha; se contabilizaron 7.348 fisuras en los ocho distribuidores de la presa. El informe criticó el material empleado, el trabajo mal realizado, la gigantesca deuda para el país y hasta el maltrato laboral de la empresa para sus trabajadores.
Pero no fue solo la corrupción y el fracaso de la obra, hace pocos días vimos la implosión de la cascada de San Rafael. Desapareció la que bien pudo haber sido parte de nuestro escudo nacional.
Perdimos la cascada, y con ella la sincrónica conexión entre las montañas, el río, el viento y las fuerzas espirituales. Perdimos en historia; y perdimos un símbolo de la Amazonía, de la que el país siempre ha vivido de espaldas, pero desde hace 50 años a costa de ella.
No es la primera cascada que perdemos. Ya nos quitaron Agoyán; y ahora mismo están amenazadas cascadas del centro y del sur de la Amazonía. Siempre de la misma forma, con espejismos e imposición de proyectos que se anuncian como progreso, pero nos despojan de lo verdaderamente bello, la naturaleza.
Fuente: Acción Ecológica