Volteando la tortilla: Género y maíz en la alimentación actual de México

Idioma Español
País México

Desde tiempos antiguos (10 000 años a.C.), en la domesticación del maíz (Zea mayz L.) y el desarrollo del sistema milpa para lograr que sus atributos biodiversificados aseguren la reproducción social y al mismo tiempo conservar el suelo y los germoplasmas (González, 2016; Staller, 2010), las mujeres han sido protagónicas, en la generación de íntimas relaciones con las semillas, el suelo, las plantas y la elaboración de complejos platillos, inventando la nixtamalización para alimentar no sólo a su familia, en el sentido estricto de satisfacción de necesidades nutricionales, sino además del cuerpo, la mente-pensamiento y el espíritu-místico de su creación, que por centenares de años fortalecieron las culturas prehispánicas y mexicanas. 

Aunque semivisibilizadas en la historia del maíz y en la arqueología de sus orígenes a la domesticación (véase Fussell, 2004), en la década de los noventa del siglo pasado, cuando los estudios de género se expanden en México, comienza la producción de conocimientos sobre las relaciones de género y el maíz, entre los que des tacan Rovira (1996), Vizcarra (2002, 2016) y Rincón et al. (2016, 2017), para dar cuenta de que sin ellas no hay maíz, ni país. Aún existen dudas de si alguna vez existió complementariedad en la Cultura del Maíz, en términos de una visión idílica o unívoca de ausencia de poder en la organización y funcionalidad en la división sexual del trabajo, en las relaciones de género de todas las estructuras sociales, así como en la cosmovisión de los pueblos que fundaron las áreas culturales mesoamericanas (ritualidad, mitología y espiritualidad) (Mader et al., 1997). 

Pero al menos hoy, podemos acertar en que desde el México colonial el sistema patriarcal tomó fuerza y se instaló en las relaciones de género que se constituían en la época prehispánica (Quezada, 1996; Vizcarra, 2002). También ahora sabemos, gracias a los trabajos arqueológicos y etnográficos contemporáneos, que la cocina y el fogón eran espacios exclusivos de las mujeres, y que en la distribución de las casas en el Preclásico de algunas áreas culturales mesoamericanas, como el Altiplano Central, donde se concentraba la mayor parte de la población, existe evidencia del surgimiento de la desigualdad social (Plunket y Uruñuela, 2016).

Al igual que otras regiones mesoamericanas, tales como los valles de Oaxaca, cuyas unidades domésticas manifestaron esas características de desigualdades, especialmente en el trabajo artesanal, en el control y almacenamiento de agua, en violencia y defensa grupal y segregación del ritual de hombres y mujeres, así como una tendencia a la privatización del almacenamiento de granos de maíz (Marcus, 2016). En el plano de la ritualidad cotidiana o los ritos domésticos, las cocinas se compartían entre varias familias nucleares, y en las conmemoraciones basadas en los ciclos agrícolas, especialmente las del maíz, del fuego, de la tierra y del agua, las mujeres   eran designadas para mantener el fuego justo en el centro de los complejos habitacionales a fin de preservar sus creencias religiosas. En ese sentido, el enfoque de la casa mesoamericana contribuye a comprender la perpetuidad del mantenimiento del fogón (por mujeres) como la base duradera de la historia cultural de la gran región mesoamericana (Carballo, 2016).

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Temas: Feminismo y luchas de las Mujeres, Semillas

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