Editorial #104 - Biodiversidad, sustento y culturas
Presentación del Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur
#Biodiversidad104 | En este número queremos presentar los frutos de un amplio estudio colectivo. Una intensa sistematización que abreva del trabajo de largos años de muchas personas, colectivos y organizaciones en varias regiones y países. Se trata de un detallado perfil del sistema agroindustrial en el Cono Sur, que sus autoras y autores llaman Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur, y que se acaba de publicar. Este número reseña y celebra ese Atlas.
Dicen sus autoras y autores: “El Atlas que estamos compartiendo es el fruto de más de treinta años de análisis, investigaciones y luchas desde los territorios de miles de luchadoras y luchadores, investigadoras e investigadores, comunicadoras y comunicadores que nunca se resignaron a ver sus territorios usurpados por un modelo de agricultura que olvidó su esencia y su sentido: producir alimentos saludables para los pueblos”.
El punto nodal del documento se centra en entender los motivos y razones de la transformación de los enclaves rurales que configuraron el devastador panorama que atestiguamos ahora.
Un Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur ofrece respuestas contundentes y ahí surge agazapado el acaparamiento y la destrucción que se recrudecieron cuando la soja [soya] transgénica —y casi al mismo tiempo el maíz transgénico— se introdujeron por vez primera en Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Ésos son los países que el Atlas delimita geográficamente para la investigación.
“En estos países y a partir de 1996 se implantó el cultivo de la soja transgénica resistente al glifosato de manera masiva. Tal fue la contundencia de esta imposición que en 2003 Syngenta publicó un aviso publicitario de uno de sus servicios con un mapa de la región y un título emblemático: La República Unida de la Soja. Tuvimos en algún momento la tentación de titular así este Atlas; pero lo que hoy está claro es que los pueblos no se resignaron a ese sometimiento y que hoy buscan nuevos caminos para construir autonomía y soberanía”, declara en el prólogo el colectivo que armó el documento.
Esta declaración es clave. Es crucial resistir a la República Unida de la Soja para que nunca se concrete su dominio. Sus ámbitos siguen y seguirán siendo un espacio en disputa conforme crece la comprensión de las condiciones impuestas por las corporaciones y gobiernos implicados, y al visibilizarse la lucha de las comunidades que habitan esos territorios a contrapelo de los designios de las corporaciones.
En su propio prólogo al Atlas, Marielle Palau nos dice que se trata de “una lucha con un carácter propositivo, explícita o implícitamente, pues apunta a la soberanía alimentaria como propuesta no sólo a producir y consumir alimentos sanos, sino como la base de un modelo productivo y de consumo alternativo al impuesto por el capitalismo”. En esa propuesta la labor de las mujeres es centro de las acciones y los cuidados, y es valorada a plenitud.
La imposición de este modelo depredador no fue natural ni es el devenir lógico de la agricultura. Para Marielle, nos persuadieron del “mito del desarrollo”: “si seguíamos sus recetas en pos del progreso y rechazábamos los saberes ancestrales de nuestros pueblos originarios y campesinos, alcanzaríamos el nivel de vida —de consumo, en realidad— que ellos ostentan. El tiempo nos viene demostrando que fueron simples espejitos”.
El arrasamiento visible en los territorios, a treinta años de instaurarse, comenzó súbito y brutal, pero como modelo fue cobrando fuerza viral, apoderándose de más y más tierra, escindiendo a la gente de sus estrategias de sobrevivencia, extendiendo sus tentáculos en las comunidades y en los gobiernos locales, hasta convertirse no sólo en una fuerza devastadora y de acaparamiento, sino en un tinglado de autoridades públicas y privadas con poderes para disponer y desterrar, reprimir y asesinar.
La invasión de los agronegocios “significó la imposición masiva de un monocultivo en un extenso territorio que avanzó a una velocidad como nunca antes había ocurrido en la historia de la agricultura [...] —y con ésta el glifosato y otros tantos agrotóxicos con dramáticas consecuencias en la salud de las familias cercanas a las producciones, en los suelos, y una pérdida considerable de biodiversidad”—, dicen en el prólogo las personas que conjuntaron este estudio.
Y esto hay que resaltarlo. El acaparamiento de enormes extensiones de tierra para imponer estos monocultivos, nocivos en sí mismos, es un hito y le da una vuelta de tuerca a la historia económica y social del continente y del mundo.
Es en este periodo que las corporaciones intentan borrar el recuerdo de los saberes y los cuidados ancestrales que las comunidades han mantenido, e intentan normalizar que la agricultura sea industrial, con sus paquetes tecnológicos de semillas de laboratorio con devastadoras implicaciones para la biodiversidad, e insumos químicos bestiales, verdaderos agrotóxicos que envenenaron y siguen envenenando la vida entera de las regiones donde ocurre toda esta normalización y este experimento de olvido.
Dice Damián Verzeñassi en el prólogo con que contribuye a caracterizar el Atlas y a guiarnos por sus páginas: éstos son “territorios que han sufrido la invasión del modelo agroindustrial de transgénicos dependientes de venenos. Un modelo que se impuso sin consultas a los pueblos, a fuerza de falacias, desalojos compulsivos de comunidades, destruyendo nuestros montes nativos, entre otras prácticas, con la voracidad característica del neoliberalismo. De la mano de los OGMs, el incremento en el uso de venenos trajo aparejado el desarrollo de especies resistentes a los agrotóxicos, y la aparición de problemas de salud en las comunidades cercanas a los territorios fumigados”.
Entonces, en treinta años, el cultivo de los transgénicos pudo alterar diametralmente el destino de una vasta región. “Se incrementó el uso de agrotóxicos”, se expulsó de sus territorios a pueblos indígenas, a poblaciones campesinas y productoras, “violando sistemáticamente derechos humanos”. También se comenzó a criminalizar “el uso de semillas nativas y criollas, destruyendo suelos y economías regionales”.
El arrasamiento impulsó el afianzamiento de los negocios de la mano de lo que en el Atlas se le llama, con gran tino, “andamiaje institucional”.
Por fortuna, las sociedades campesinas, y segmentos de las sociedades urbanas que no producen alimentos, han emprendido un proceso para reconstituir su condición y sistematizar sus agravios, haciendo conciencia de lo urgente de la resistencia contra ese sistema. Descubrieron la letalidad y el desprecio de tales sistemas agroindustriales (anclados en el patriarcado y el colonialismo) hacia las comunidades, hacia las personas —en especial hacia las mujeres y los niños—, pero también hacia los animales, las plantas, los seres vivos, el entorno, los bienes comunes —el agua, el bosque, los suelos, el aire—, pues arrasan con todo, lo envenenan todo, sin asumir su responsabilidad en lo absoluto.
Estamos ante una renovada voluntad de las comunidades y las organizaciones por denunciar tal violencia, por establecer y mantener las luchas y a la par forjar una nueva mirada que abreve de los saberes ancestrales y los conjunte con los conocimientos de una ciencia digna y responsable que acompañe más visiones alternativas, una agricultura ecológica con raíz campesina.
Marielle Palau apunta el rasgo fundamental del documento: “el Atlas nos ayuda a superar la mirada fragmentada de la realidad”.
Hoy miramos el panorama completo gracias a que el Atlas nos reconfigura el proceso histórico, los motivos y las condiciones del acaparamiento: verdadero reordenamiento territorial que desplaza poblaciones y las somete a las precarias condiciones de vida que promueven los monocultivos industriales.
Este Atlas cubre la ausencia de un informe abarcador que sistematice la información disponible y que la vuelva “accesible a las comunidades locales y a las organizaciones que trabajan en los territorios”, pero también sirve de herramienta detallada para sistematizar la información de tantos años. Arroja luces sobre los puntos cruciales para mantener, profundizar y hacer efectivas las luchas.
Este es el fruto de un trabajo colectivo y respetuoso entre la gente de las localidades, las comunidades, las organizaciones y llas personas que desde la academia sistematizaron, aportaron evidencias y establecieron conexiones, sopesando los datos, las experiencias, los testimonios y las visiones de las condiciones de cada región.
En este número de Biodiversidad, sustento y culturas, decidimos complementar la reflexión del Atlas con otras experiencias vinculadas a los impactos del agronegocio y las resistencias en otros ámbitos del continente. Así, se torna indispensable para entender la enorme transformación en nuestros espacios vitales y, a su vez, es también una herramienta para transformar el futuro.
La edición #104 de Biodiversidad, sustento y culturas forma parte del proyecto "Atlas del Agronegocio Transgénico en el Cono Sur" realizado con el apoyo de Misereor.
Pueden descargarlo en: www.biodiversidadla/Atlas
- Para descargar el artículo en formato PDF, haga clic en el siguiente enlace: