De un vistazo y muchas aristas #105
Nuestras semillas, que son saberes, que son semillas
"En este punto de quiebre de la historia, es esencial para nosotros reclamar la diversidad de nuestras semillas, nuestros ecosistemas biodiversos, nuestros territorios, que son el soporte de sistemas alimentarios seguros y nutricios, que salvaguardan millones de modos de vida y sustento. A la luz de la pandemia, exigimos una plena protección y el cumplimiento de los derechos de los pueblos originarios y de campesinas y campesinos en pequeña escala por todo el planeta".
Sirva de presentación de este Vistazo, un fragmento de Carlos Vicente, en su nueva columna de la revista electrónica desinformemonos.org, tomado de “Entre el cielo y el infierno, los pueblos. O del teocinte al maíz y del epazote al paico”:
«Quienes venimos recorriendo un camino de búsqueda de alternativas para salir del viaje hacia el precipicio al que se está dirigiendo la humanidad ponemos nuestra mirada y al mismo tiempo nos sentimos parte, de un movimiento que, entre otros ejes, tiene su centro en las luchas de los pueblos en sus territorios en defensa de los bienes comunes, de sus semillas, su biodiversidad, su cultura y sus valores.
»Entre los golpes y las victorias existe una vida cotidiana rica, diversa y fecunda; la vida cotidiana que cada uno de nosotrxs tenemos, que enriquece con su arco iris todo lo que ocurre antes y después.
»Porque allí se hace la milpa o la chacra y a lo largo de los meses se ve crecer las semillas que un día se sembraron para alimentarnos. Y allí se cuida cada día el cultivo y se llena cada día con las prácticas que permiten que se llegue a buen término la cosecha. Y cada día (cuando se puede) se come y se practica una de las más bellas artes: la cultura culinaria.
»Porque en esa vida cotidiana se cuida la salud, se abriga y se protege a las familias (cuando se puede también) y esa tarea también es central para que la vida continúe su flujo en el marco del cuidado y el afecto.
»Y en ambas tareas las mujeres han estado y están en el vértice de la realización de todas las tareas imprescindibles y vitales que nos permiten seguir la vida.
»Y aunque hoy lo tengamos claro y cuestionemos la violencia y la opresión que provoca el patriarcado, es aún inmenso el camino a recorrer para cambiar radicalmente esa situación. Y claramente nos invita a la revaloración de las tareas de cuidado al mismo tiempo que nos exige cambiar la manera en que se han distribuido y se distribuyen esos roles.
»Junto a las miles de tareas que forman la diversidad de formas de vida que tenemos los pueblos también está la naturaleza de la que formamos parte y que nos ha permitido alimentarnos, sanarnos, protegernos, vestirnos y gozar también de las maneras más diversas y ricas»
En estas reflexiones, del cuidado más cotidiano y sutil, a las prefiguraciones de la ciencia crítica para oponerse a los inventos de la tecno-ciencia, pasando por la reivindicación de la agroecología, y lo que campesinas y campesinos impulsan todos los días desde sus regiones, queremos mostrarles este mosaico: semillas que son saberes, que son semillas.
La semilla es el corazón de la soberanía alimentaria. Está tan claro para nosotras que, si nuestro corazón deja de latir, inevitablemente se acaba la vida; si nuestra semilla desaparece se acaba la vida, nuestra vida, la vida de las comunidades campesinas, de las comunidades indígenas. Pero también se acaba la vida de la que respiran nuestros países. Francisca Rodríguez en entrevista con Biodiversidad, sustento y culturas, 2006.
El silencio, dicen, es la voz de la complicidad. Pero el silencio es imposible. El silencio grita. El silencio es un mensaje. Así como hacer nada es un acto.
Deja tu ser resonar. En cada palabra y en cada acción. Sí, conviértete en quien eres. No hay manera de escapar tu propio ser. O tu propia responsabilidad
Lo que haces es quien eres. Eres tu propio resultado. Tú te conviertes en tu propio mensaje. Tú eres el mensaje.
No sé cómo salvar al mundo. No tengo respuestas ni la Respuesta. No poseo saber secreto alguno para enmendar los errores de las generaciones pasadas y presentes. Sólo sé que sin compasión y respeto por todos los habitantes de la Tierra, ninguno de nosotros sobrevivirá —ni lo mereceremos.
De la muerte viene la vida. Del dolor, la esperanza. Esto he aprendido en los largos años de pérdida. Pérdida mas nunca desesperación. Nunca he perdido la fe ni la confianza absoluta en la justeza de mi causa, que es la supervivencia de mi pueblo.
El futuro, nuestro futuro mutuo, el futuro de todos los pueblos de la humanidad, debe fundarse en el respeto. Que el respeto sea nuestro reclamo y la consigna del nuevo milenio al que ingresamos todos juntos. Así como queremos que otros nos respeten, debemos también mostrar nuestro respeto hacia ellos.
Creo que nuestro trabajo quedará inconcluso mientras haya un ser humano hambriento y golpeado, mientras se fuerce a morir en la guerra aunque sea a una sola persona, mientras algún inocente se consuma en prisión, mientras alguien sea perseguido por sus creencias. Leonard Peltier, el prisionero político que lleva más años encarcelado en Estados Unidos, nos increpa con esta breve plegaria, en el “Espíritu de Caballo Loco”, líder guerrero y espiritual del pueblo lakota.
Cuidar es también poder experimentar. La ribera del río Casamance aloja kilómetros de manglares. Mariama Sonko nos muestra las estructuras de madera donde tejen los cultivos de ostras que campesinas y campesinos djola de la región de Ziguinchor mantienen como parte de sus cuidados de la vida y su soberanía alimentaria. Es la comunidad de Niagui, en la costa atlántica de África, en Senegal.
Estamos en la sabana, plenas de árboles y arbustos y humedales.
La gente de Niagui está muy involucrada en su soberanía alimentaria, con semillas que les permitan sembrar sus propios alimentos.
Mariama Sonko, una de las comuneras que mantiene la tradición de custodiar las semillas, nos muestra hileras de vasijas de barro de diversos tamaños alineadas a las paredes de adobe de una casa en un barrio de la comunidad: “El barro regula la temperatura, algo fundamental para conservar las semillas. Hacemos ollas especiales, y al guardarlas ahí las intercambiamos con más facilidad. Las mujeres hacemos las ollas con sus tapas poniendo frases diversas a los costados para ayudarnos a reflexionar sobre las semillas y su importancia”.
Mariama Sonko aclara que no tienen la idea de promover bancos de semillas, “porque lo más importante es la conservación a largo plazo de las semillas ‘activas’, es decir, semillas que todo el tiempo estén en los campos, y que sembrándose se intercambian entre cosecha y cosecha. Una variedad de arroz, de lo más sembrada en la región, es la variedad ‘brikissa’ que todo el tiempo se intercambia; y dura unos 50 días para sembrarla”. Con gran orgullo prosigue su relato: “fue una mujer de ésas que en la ciudad llaman ‘analfabetas’ quien comenzó a reconstituir las variedades tradicionales, porque entendió que las variedades ‘mejoradas’, convencionales, comerciales, erosionaban nuestras semillas tradicionales que son mucho más resistentes y adaptables a las veleidades del clima y la humedad. Somos las mujeres quienes transmitimos los cuidados y saberes de nuestras semillas de generación en generación. Surgen de tener confianza en nosotras mismas. Las semillas convencionales no le permiten a la gente observar, calcular, experimentar, porque vienen con recetas precisas que nos quitan posibilidades. Hablamos de unas veinte variedades de arroz, hay sorgo, maíz y mijo. Nosotras no queremos centralizar los cuidados. Promovemos autonomía, porque además las condiciones están cambiando, la fertilidad del suelo se pierde, hay falta de lluvia, demanda de semillas. Las prácticas mantenemos, pero las condiciones no son las mismas. GRAIN, en el Boletín Nyeleni número 38: Semillas campesinas, el corazón de la lucha por la soberanía alimentaria, diciembre de 2019, https://nyeleni.org/spip.php?article733
Ayer, antes de anochecer, recibimos el gran regalo de la madre naturaleza, que nos llena de satisfacción, alegría y nos levanta el ánimo: llovió intensamente sin causar deslaves y dejó enorme humedad. Nuestras plantas se alimentarán, crecerán y habrá pastura para los animales domésticos. Con este obsequio excepcional, se inicia el ciclo agrícola 2020/ 21. Todos soñamos con llegar a tener un temporal lleno de generosidad, que permita que la milenaria milpa [la chacra] prospere y fructifique y se logre obtener una buena cosecha. Poder ir recuperando progresivamente la autosuficiencia alimentaria, que todas las familias zapotecas, mixes y chinantecas de la sierra norte lleguen a contar con maíz, frijol y otros alimentos saludables. De esta bendición depende el verdadero bienestar familiar y comunitario zapoteco. Éste es el cimiento de una nueva normalidad: cultivar la milpa, tener maíz, cuidar nuestras semillas milenarias, defender nuestro territorio de toda invasión mortal, reconstruir nuestra propia cosmovisión zapoteca, edificar un nuevo sistema educativo o sea poder ejercitar la verdadera libre determinación y autonomía de los pueblos originarios. El país entero y Oaxaca viven una verdadera tragedia, esperamos todos superarlo pronto. La lluvia fortalece nuestro ánimo.
Hoy por la madrugada volvió a llover. Llovió y llovió con suavidad y con dulzura, y vibramos de emoción grata por la sencilla razón de que dejará enorme humedad y alimentará nuestros manantiales que nos dan de beber y nos nutren. Cuando una comunidad zapoteca tiene suficiente agua para todos sus quehaceres, significa que es un pueblo impregnado de felicidad. El agua es el gran tesoro que nos da la madre Naturaleza.
Yalálag está ubicado en zona de peligro desde hace tiempo, se ha manifestado en múltiples ocasiones mediante deslizamientos. Lo vimos con toda su crudeza en el 2010 en el periodo de lluvias. Destrozó la carretera en varios tramos, sólo quedaron pequeñas veredas. Quedamos incomunicados. Los arroyos secos se convirtieron en pequeños ríos violentos, arrancaban piedras gigantescas y árboles de cincuenta años o mas fueron arrancados con toda raíz. Mostró una vista terrorífica. El agua invadió muchas casas, dañó los muros de contención, el agua brotaba dentro de las casas. Hubo enormes deslaves, dañó la línea de drenaje. Hubo escasez de alimentos. Los pretiles de piedra laja y los caminos empedrados fueron la gran salvación. Yalálag está sobre un sistema de terrazas. La tierra es arcillosa y con la lluvia intensa resbala como si fuera manteca. El empedrado de varios cientos de metros se hizo en 1942 a base de tequio [trabajo colectivo]. La tragedia del 2010 generó muchas enseñanzas: se hicieron estudios significativos del terreno en donde estamos asentados, existen en el archivo municipal dictámenes de varios colegios de ingenieros. ITAO, el Politécnico, la UNAM, ICA y hasta de técnicos japoneses. Todos los dictámenes prohíben los encementados. Deben las calles empedrarse, los muros de contención deben ser los pretiles prehispánicos o albardas. Ha sido difícil asimilar dichas enseñanzas. Los arroyos secos la mayoría han sido empedrados año tras año. Tenemos que hacer un gran esfuerzo para ponerlo en práctica por el bien de toda la comunidad y poder evitar que la lluvia provoque un gran deslave que dañe nuestra seguridad y vidas de los habitantes. Empedrar caminos, arroyos secos, construir muros de piedra y reforestar es la máxima protección. Eduquemos a los niños y jóvenes para que sepan cuidar la comunidad con respeto y amor. Joel Aquino, sabio del pueblo zapoteco de la Sierra Juárez de Oaxaca, México. sus reflexiones cotidianas en Facebook. mayo-junio, 2020
Desde los tiempos inmemoriales, antes de que siquiera se usara la palabra resistencia, desde el momento en que los extraños entraron a este continente, los pueblos indígenas hemos estado en resistencia permanente, hemos batallado por la sobrevivencia.
A los derechos que tenemos los pueblos indígenas en toda América, los guambianos los llamamos el Derecho Mayor; los arhuacos, los kogis, los arsarios de la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, los llaman la Ley de Origen; los u’was llaman a todos esos derechos ancestrales, que hoy prevalecen y que son vigentes, la Ley Natural.
Pero las leyes no indígenas, los legisladores, los gobiernos, los Estados, jamás nos han reconocido este derecho, y van a seguir con ese capricho interpretativo de no reconocerlo.
A nosotros no nos importa que no nos reconozcan. Lo importante para nosotros es que en cada mente indígena, en cada pensamiento que nos caracteriza, reivindiquemos ese derecho, y que demos resistencia con nuestra identidad, con nuestro pensamiento, con nuestra propia lengua hablante y con muchas otras normas que uno no alcanza a dimensionar, ésas que los pueblos y nacionalidades indígenas tienen en sus saberes.
En el mundo nosotros también tenemos una alternativa política, pensamos, tenemos una filosofía. Si algún día los indios quieren renunciar a su identidad, a su cultura, cuando les hayan lavado la mente indígena, cuando ya no exista esa llama, cuando ya no tengan ese espíritu, cuando ya hayan abandonado esos dioses que tanto nos han ayudado, entonces ese derecho quedará renunciado. Mientras tanto sigue vigente.
Este derecho es tan real que, aunque ellos no lo han querido reconocer, tampoco lo han podido desconocer. Parte fundamental de esos derechos por los que seguimos luchando son nuestro territorio, nuestros recursos y la posibilidad de manejar nuestro desarrollo según nuestro propio pensamiento, y no de acuerdo a los valores de un sistema que nos quieren imponer.
Hoy los técnicos, los científicos del mundo occidental, han inventado nuevas palabras, como es el caso de la “diversidad biológica” con todos sus componentes: la fauna, la flora e incluso los genes indígenas. Han inventado lo que llaman lo “tangible” y lo “intangible”, y palabras como “desarrollo sostenible” y “seguridad alimentaria”.
Pero ni los Estados, ni los legisladores ni los técnicos ni los científicos han querido reconocer que, en la práctica, el verdadero desarrollo sostenible, el que ha permitido la seguridad alimentaria, es el que se han dado los pueblos indígenas, allá internados en la selva, en la montaña, donde nacen, crecen se reproducen y mueren. Ellos, viviendo su hábitat, han logrado desarrollarse por miles de años. Esto es lo que para nosotros significa el nombre de “sostenible”, que considero totalmente incompatible con el que predica el sistema capitalista, que tiene puestos los ojos en estas comunidades, en esos territorios donde existen estos recursos. Lorenzo Muelas Hurtado, “La resistencia, un largo camino”, Ojarasca en La Jornada 57, enero de 2002
En el horizonte de los milenios es difícil imaginar los cuidados que como obsesión continua emprendían uno tras otro —a modo de existencia— los pueblos, las comunidades.
La gente, de sol a sol y a lo largo del año, buscaba afanosa el agua, recoger en los días precisos las moras, las bayas, los tubérculos, las flores, las ramas, las hojas, la sal, en los sitios especiales descubiertos en los recorridos de peregrinaje estacional o simplemente cíclico. En ese recorrer el entorno fueron delimitando los alcances de su saber, los alcances de lo compartido como grupo, como familia, como colectivo-comunidad. Así fueron entendiendo dónde el agua, dónde los animales, cuándo la lluvia, qué iba con qué, cuáles los cuidados para hacer más probable que algo, que todo, siguiera existiendo.
Y la reciprocidad que definía los descubrimientos, el cumplimiento de las apariciones, fue delineando esos cuidados que, con los años y los siglos y los milenios habrían de mantener la permanencia.
Las llamadas albarradas se fueron hallando entonces: esas ollas, esos cuencos formados o casi formados por la evolución del monte, que la gente descubría en sus recorridos, y que con un poco de trabajo funcionaron como humedales “artificiales” que permitían que la gente obtuviera agua y la almacenara, siempre con formas comunitarias de ubicarlas, trabajarlas, adaptarlas y mantenerlas. Entender el funcionamiento del agua en la región, su relación con las lluvias, las bajadas, el lomerío del las pendientes, y los manantiales y acuíferos subterráneos asociados, es una cultura ancestral que sigue viva. Pueden ayudar a recargar los mantos subterráneos y a fortalecer las bondades de los ecosistemas aledaños. Hablamos de unos 4 mil años de continuidad, y se tienen noticias de tales sistemas en todo el continente, notablemente en Ecuador, Colombia, Bolivia, Perú desde donde los páramos iban alimentando los escurrimientos filtrados por la roca hasta las caídas y luego a las pozas naturales que se cuidan entre varias comunidades, porque es un trabajo regional, aunque también puede ser local.
No hay que confundir los tanques reservorios familiares con las albarradas, porque lo crucial de éstas es su relación con los pisos verticales y todo el sistema de escurrimientos y trasiegos a la recarga de los mantos, en una relación de mucho detalle y cuidado. Los tanques son sólo captadores de agua que no consideran estas sutilezas. Fernanda Vallejo y Ramón Vera-Herrera, “De la naturalidad, la reciprocidad y los cuidados”, sin publicar.
Si alguien pasea por el bosque por placer todos los días, corre el riesgo de que le tomen por haragán, pero si dedica el día entero a especular cortando bosques y dejando la tierra árida e inútil, se le estima por ser un ciudadano trabajador y emprendedor. ¡Como si una ciudad no tuviera más interés en sus bosques que talarlos!...
La afluencia masiva de buscadores de oro a California y la actitud comerciantes y filósofos y los profetas ante esta fiebre de oro, refleja el gran desastre de la humanidad. Que tanta gente confíe en vivir de la suerte y así poder obligar a que otras personas menos afortunadas le hagan el trabajo les pare un gran logro y un gran negocio. No conozco desarrollo más brutal de la inmoralidad en el comercio y en los demás procedimientos habituales para ganarse la vida. El cerdo que se gana el sustento hozando, removiendo la tierra, se avergonzaría de tal compañía…
No es suficiente que me digas que trabajaste mucho para conseguir el oro. También el Diablo trabaja incesantemente. El camino de la transgresión puede ser difícil de muchas maneras. Henry David Thoreau, Una vida sin principios, Ediciones Godot, 2017, https://www.traficantes.net/libros/una-vida-sin-principios
Queremos empezar a mirar y a nombrar la realidad de una forma nueva, diferente, intentando trazar nuevas líneas transversales que alcancen (porque alcanzan) a todos aquellos espacios sociales que se nos muestran desarticulados, escindidos, sin conexión. Queremos aportar algo de luz a la confusión reinante en el uso de términos como “políticas de igualdad” o “conciliación de la vida familiar y laboral”, porque tras esos términos suelen esconderse los viejos discursos, vestidos para la ocasión con lo “políticamente correcto”, pero sin variar prácticamente un ápice el lugar al que miran y desde el que nombran: público, mercados, masculino, occidental, blanco, heterosexual. Con los mercados situados como epicentro de la organización social, en un mundo que nos hace imaginar un espacio público y otro privado, nosotras queremos distanciarnos de los análisis que tienen a los mercados como objeto de interés preferente (aunque sea desde una posición antagonista).
Afirmar la primacía de la satisfacción de las necesidades humanas y la sostenibilidad social como objetivo básico de la sociedad, nos obliga a iluminar el lugar social prioritario en el que se realizan dichos objetivos: el grupo doméstico. Entendiendo por tal una red de afectos, de fidelidades, de responsabilidad y de interdependencia, pero también una red de juegos de dominación y subordinación, que tiene límites poco precisos y a la que todavía no sabemos dar otro nombre. Una red de atención y cuidados tendida a través de la sociedad, que se extiende y se ramifica, pero que a veces también se contrae o se rompe y se re-crea buscando nuevas formas e itinerarios para cumplir su papel de infraestructura básica de la vida humana. Queremos poner en el centro de la cuestión los requerimientos del grupo doméstico para resolver las necesidades materiales e inmateriales de las personas que lo integran, porque consideramos que es desde estos procesos desde donde se debe partir para mirar y nombrar la realidad social en la que vivimos. Amaia Pérez Orozco y Sira del Río, “La economía desde el feminismo: trabajos y cuidados”, Rescoldos, de la Asociación Cultural Candela, “Mujeres”. noviembre de 2002.
“¿Usted se acuerda de aquel tiempo?” ¿Tiempo en el que para plantar, se usaba nuestra propia semilla? No se necesitaba fertilizante, porque la tierra era buena y el abuelo había enseñado a papá que se plantaba un tiempo y después se dejaba la tierra descansar.
En la cosecha anterior, ya teníamos escogidas las mejores plantas, aún durante el cultivo, para coger por separado y guardar las semillas para la próxima siembra. Después de algunos años de uso de la misma semilla, papá cambiaba con amigos de otras comunidades, para no dejar debilitar. Eso él también lo aprendió con el abuelo.
En aquel tiempo, se producía de todo: arroz, frijol, maíz, trigo, gallinas, puercos, vacas lecheras, hortalizas, frutos. La despensa siempre estaba llena de harina del molino colonial, el tendedero lleno de salchichas, las latas llenas de manteca y de carne de lata, el estante con queso ya duro de lo viejo que estaba.
No se usaba herbicidas, porque las familias eran numerosas y limpiaban sus cultivos a través de colectivos de trabajo. Esos colectivos eran una conjunción de gente del barrio que venía a trabajar en común. Ese día, se mataba un animal capado gordo, se hacía comida en ollas grandes para poder alimentar toda la gente y generalmente se terminaba con un baile. La gente trabajaba mucho, pero se divertía, vivía en comunidad, se alimentaba de comida saludable, producida en su propia tierra. Las familias campesinas eran felices…” Valter Israel da Silva, Clase campesina, modo de ser, de vivir y de producir, Brasil, 2013, https://www.academia.edu/8334886/
El dejar de ser campesinos y campesinas y transformarnos en “agricultores familiares”, nos convierte en un sector atrasado frente a la modernización, cuya única posibilidad de sobrevivencia sería especializarnos, integrarnos a la industria y convertirnos en precarios trabajadores y trabajadoras asalariadas, y o en meros consumidores de insumos y tecnología, con el agravante de que bajo esta categoría la actividad productiva y el trabajo de nosotras las mujeres se invisibilizan totalmente. Esto es hoy una de nuestras grandes preocupaciones: cómo el capital no sólo ha logrado aumentar los niveles de explotación de quienes trabajamos en el campo, sino que ha dado una guerra ideológica cuyo resultado es indiferencia o desprecio hacia nuestra labor por amplios sectores de la sociedad, incluso permeando en parte nuestra propia conciencia.
Sin lugar a dudas, son estos procesos de expansión del capital y de guerra ideológica los que han alimentado el mito del fin del campesinado. Nos encontramos así, enfrentando procesos que han desembocado en un cambio radical del paisaje y de la agricultura campesina tradicional: por primera vez en la historia de la humanidad la mayor parte de la población es urbana. Desde el pensamiento dominante se nos dice que esto es un avance a la superación del mal llamado “tradicional atraso campesino”, pero poco o nada se dice de cómo el éxodo ha contribuido al aumento extremo de la pobreza y al hacinamiento que hoy sufre la población con todos los conflictos sociales que esto acarrea.
Lo cierto que como señala Valter da Silva, “el campesinado sigue vivo y cada año gana más visibilidad”. Para hacer más justa, habría que decir que el campesinado sigue vivo y que hoy cuenta con la incorporación activa y en todos los ámbitos de las mujeres del campo organizadas y luchando a la par con nuestros compañeros. Francisca Rodríguez, dirigente de Anamuri y CLOC-Vía Campesina, “Un modo de ser, de vivir y de producir, razón de nuestro existir”, en Valter Israel da Silva, Clase campesina, modo de ser, de vivir y de producir, Brasil, 2013
En este punto de quiebre de la historia, es esencial para nosotros reclamar la diversidad de nuestras semillas, nuestros ecosistemas biodiversos, nuestros territorios, que son el soporte de sistemas alimentarios seguros y nutricios, que salvaguardan millones de modos de vida y sustento. A la luz de la pandemia, exigimos una plena protección y el cumplimiento de los derechos de los pueblos originarios y de campesinas y campesinos en pequeña escala por todo el planeta.
Como sociedad civil llamamos a la transformación urgente de nuestros sistemas agrícolas y alimentarios creando economías localizadas y circulares construidas a partir de prácticas ecológicas que permitan la resistencia a todos los niveles, y que protejan los derechos campesinos y los sistemas tradicionales de semillas. Deben desecharse las barreras a la diversidad, en particular aquellas que atentan contra los recursos genéticos agrícolas, y no debemos inhibir el pleno y libre uso ni el intercambio responsable de variedades y razas genéticamente diversas entre el campesinado, las comunidades o los criadores públicos.
Llamamos a los gobiernos a que reorienten e institucionalicen los subsidios agrícolas y las inversiones en investigación hacia la agroecología, y que inviertan y apoyen los sistemas de semillas campesinas y los mercados locales. Todas las leyes y políticas sobre semillas y agricultura deben reevaluarse redactarse de nuevo para que apoyen a plenitud estos sistemas alimentarios.
Juntos, debemos resistir este sistema de semillas privatizado que invade y busca incrustarse y debemos restaurar los ecosistemas mediante una producción agroecológica y sistemas alimentarios localizados. Un sistema alimentario y de semillas mucho mejor, es posible. Uno que responda a las necesidades de la gente, y que tome en cuenta el cuidado de la Tierra. Hagamos nuestra la responsabilidad de proteger quienes salvaguardan nuestro futuro. Más de 300 organizaciones de todo el mundo, de 46 países declaran: La ciudadanía y los pueblos del mundo nos oponemos a la propiedad intelectual sobre las semillas, y reivindicamos restaurar nuestros sistemas alimentarios locales y la biodiversidad agrícola, 1 de junio de 2020.
Lo que nosotros como gente del campo buscamos es el diario vivir. Desde lo más básico, que son los alimentos, pero para ello pues está el agua, las semillas, las diferentes plantas silvestres comestibles como también las diferentes verduras que producimos para alimentarnos día con día. A la mayor parte de la gente del campo sus preocupaciones más grandes son tener agua, maíz, frijol y verduras, más que otras cosas. Aunque la cultura moderna nos quiere meter en el rol de que las cosas electrónicas también tienen que ser parte de nuestra vida, como el celular (ya los niños, porque su mamá tiene celular y ellos no, se sienten fuera del mundo moderno). Pero en realidad eso no es parte de la vida, porque si no tenemos alimentos, pero tenemos celular, pues ¿para qué nos serviría? si a ése no le podemos quitar un pedazo para comer. En cambio si tenemos nuestro maíz, nuestro frijol, los chepiles, las guías, las calabazas, eso sí nos ayuda y nos alimenta, nos ayuda a tener una mejor salud, y con mejor salud no te preocupas tanto en acumular dinero para ir al médico.
Vender lo que cultivamos no es un objetivo muy específico de nuestra organización. Nuestros principios básicos siguen siendo tener primero para comer que para vender. Lograr tener la suficiente producción, y claro que es bueno de allí mismo sacar un ingreso, pero no nos podemos pasar directo a la comercialización si no tenemos para comer. Nuestro punto básico sigue siendo tener primero para comer y después lo que nos sobra podemos mandarlo al mercado para que los demás vecinos gocen también de esa producción. Y sobre todo, qué mejor que sea de manera local, que no tenga que haber certificación (orgánica, o pertenecer a alguna marca, pues los costos del papeleo hacen que los precios de los productos se eleven). Si la venta es directa el precio es menos. Y seguimos en ese reto, que es producir primero para comer.
La idea de vender nos impulsa a tener más volumen y variedad, no es el dinero el que nos mueve.
Queremos impulsar entre nosotros ser más productivos, más volumen y más variedad y sobre todo contribuir a la salud de nuestras y otras familias, y además el dinero que le daríamos a distribuidoras comerciales, que traen la semilla de quién sabe dónde, ese dinero se queda en la comunidad, y lo podemos invertir en otra cosa. Es llegar a revalorar lo que ya tenemos y revalorar lo que nosotros producimos. Pasa muchas veces que allí está nuestro árbol de frutas pero tenemos la idea de que es mejor lo que viene de afuera. Nuestra naranja está allí tirada bajo el árbol y vamos a comprar a otro lado los jugos de fábrica, o pasa con los huevos, vendemos los huevos de nuestras gallinas y vamos a comprar los empaquetados de granja, que ni están sanos. Yo creo que es una cuestión educativa, nos enseñan que todo lo de fuera es mejor que lo que tenemos lo que somos nosotros. Tenemos que hacer un trabajo grande de concientización, de que lo que nosotros tenemos es mejor que lo que nos están vendiendo, y con esa intención fortalecemos la venta de los productos dentro de la misma comunidad, no tanto estar pensando en exportar y ganar dinero; es fortalecer el trabajo comunitario. Verónica Villa, Entrevista con Teófanes Josefina Santiago, de la Organización de Agricultores Biológicos, marzo de 2015.
Las semillas son organismos vivos que pueden reproducirse y es por esto que ha sido difícil la acumulación de capital basada en la apropiación privada, por lo que fueron (y en parte aún no son) consideradas “bienes comunes” de la humanidad.
Sin embargo, el capital buscó siempre estrategias diversas para sortear esa dificultad y cuando la agricultura empezó a “modernizarse” y luego cuando llegó la posibilidad de controlar los genes de las semillas con el fin de impedir que otros los usen, se transformaron en mercancías negociables, sitios de contienda política, temas de discursos antagónicos sobre los derechos, y motores de la exclusión social y el despojo.
A partir de mediados del siglo XX, acontecieron dos hitos en las transformaciones técnicas de las semillas que dieron pasos importantes en ese sentido. Por un lado, las aparición de las semillas híbridas (masificadas en el marco de la Revolución Verde) que rompieron la identidad semillas-grano y por lo tanto, significaron la separación del agricultor de su capacidad de replantar y el comienzo de la dependencia de las empresas que proveen los insumos. Por otro lado, la expansión de las biotecnologías aplicadas al agro dio lugar a las semillas transgénicas generando grandes cambios en las estrategias de privatización del conocimiento, habilitando nuevos mecanismos de acumulación de capital.
De manera articulada, se produjeron mecanismos jurídicos que acompañaron los cambios en las formas de apropiación de las mismas: leyes de semillas, que exigen el obligatorio registro y certificación; contratos que realizan las empresas de manera asimétrica con los productores; y sobre todo, legislaciones de propiedad intelectual. De esta manera, esos bienes comunes que circularon libremente durante miles de años, ahora pueden ser privatizados y controlados por una persona o empresa que se adjudica la obtención de una nueva variedad. Tamara Perelmutter, “El derecho a las semillas como condición para la soberanía alimentaria”, 20 de julio de 2020, http://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/El-derecho-a-las-semillas-como-condicion-para-la-soberania-alimentaria
El modo de vida campesina-indígena tiene una perspectiva y un saber ancestral para el cuidado de su riqueza natural y espiritual. Pero el capitalismo ha impuesto, en lo económico y político, modelos tecnológicos para “preservar” y aprovechar los territorios indígenas promoviendo plantaciones, planes de manejo, individualización y comercio de la tierra, registros de propiedad de fuentes de agua, biopiratería, semillas transgénicas y ecoturismo. Todas estas maneras de reordenar el territorio resultan homogenizantes; aíslan y fragmentan la relación de los pueblos con su entorno y la base ecológica que la sostiene. Liquidan las estrategias de cuidado que desde hace siglos guardan estos pueblos y sustituyen sus saberes ancestrales de cuidado por conocimientos profesionalizados. Con esta lógica, los saberes indígenas pierden su función social, se fragmenta la visión de los pueblos y éstos quedan sometidos al mercado.
Lo grave es que estamos ante el fracaso ecológico de la civilización urbana industrial de consumo, y los únicos especialistas en la conservación y el cultivo viven en las selvas y los bosques —y miles de años de experiencia los respaldan.
Para revertir tal fracaso, requerimos librarnos del modelo capitalista de hacer conocimiento en el ámbito ecológico, y potenciar la visión integral que los pueblos y comunidades tienen de los territorios —con bosques, agua, cultivo del maíz y autogobierno.
Los campesinos indígenas ejercen una perspectiva humana, política y ecológica vital para nuestro futuro e insisten en que pertenecen a la tierra. Y que el agua, el fuego, el maíz y el bosque son seres vivientes que permanecen y conviven con nosotros. Que no son mercancías al servicio de los intereses de unos cuantos.
Hoy es nuestra tarea concreta defender el derecho de los pueblos a autogestionar integralmente su territorio como lo han hecho ancestralmente. Potenciar la historia de relación de los pueblos con su territorio es tal vez una alternativa a la civilización urbana, que ya se ve que no va a ser eterna. José Godoy, “Los que cuidan el mundo viven en el monte”, Ojarasca 103, noviembre de 2005.
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