De un vistazo, muchas aristas: Memoria, labores del campo, migración, alternativas
Este número de Biodiversidad, sustento y culturas, lo dedicamos a las reflexiones y la memoria de las y los estudiantes (sobre todo mujeres) del curso Semillas: Bien Común o Propiedad Corporativa dictado por el Instituto Superior La Fuente, ligado a Acción por la Biodiversidad en Argentina. Un esfuerzo por vincular (a distancia) gente con saberes, fortaleciendo la construcción colectiva de reflexiones y miradas comunes, en la complejidad. Vienen de muchas partes del continente americano y reflexionan sobre las labores agrícolas y su pertinencia en un mundo cada más más áspero y hostil que provoca la expulsión cotidiana de miles de personas en América Latina. Su mirada llena de esperanza y cariño por la vida, puede iluminar lo que nos toca hacer hoy mismo.
Despojo, devastación, expulsión
Vivo en Córdoba, Argentina, en la zona sojera. El modelo agroindustrial viene generando muchísimas consecuencias. Desde fines de la década de los noventa el boom de la soja avanzó desenfrenado, arrasando con tambos, montes frutales, producciones mixtas, horticultura, agricultores familiares, diversidad, bosques y soberanía alimentaria. Desaparecieron muchos establecimientos agropecuarios y hubo grandes migraciones del campo a ciudades o pueblos, generando un “campo sin gente”.
El avance de la frontera agropecuaria desplazó la ganadería a zonas, como el Noroeste, de bosques nativos. Se generaron enormes desmontes y se desplazó violentamente a campesinos de sus tierras. La ganadería se encerró en feedlots y generó deterioro de la salud y el ambiente. Las fumigaciones se hicieron masivas y descontroladas. Crecieron los problemas de salud en los pueblos y zonas más próximas a los campos. Los vecinos se movilizaron y organizaron para ejercer presión en los gobiernos buscando que eviten o limiten las fumigaciones.
En muchas localidades se aplican ordenanzas de creación de las llamadas “zonas de exclusión y resguardo ambiental” o “zonas de no pulverización”, donde se prohibe fumigar a ciertas distancias de los pueblos. Pero las distancias son arbitrarias (entre 250m y 1500m), en la mayoría de los casos insuficientes para preservar la salud. Estas ordenanzas por lo general no van acompañadas de políticas que orienten hacia la transición agroecológica de la producción con lo que las tierras quedan abandonadas, terminan siendo loteadas, avanza la ciudad y el problema. La urbanización avanza sobre los cinturones verdes hortícolas que desaparecen por el alto precio de la tierra. Sus propietarios optan por lotearlos y abandonan la producción. La ciudad pierde soberanía alimentaria y se incrementan los precios de los alimentos. Hoy 50% de la verdura de hoja viene de otras provincias, siendo que podría ser producida en Córdoba. Luciana Suez.
El cemento, la avaricia, el dinero van desplazando la naturaleza, la memoria, las costumbres, las tradiciones y los hábitos saludables. En Sonora y en otros lugares del mundo sigue un modelo devastador que impone vivir el ahora y olvidar el pasado; donde la memoria debe someterse a la tecnología, donde lo de hoy es ir a un centro comercial y consumir la basura que nos venden como dizque “alimentos”, cuando son frutas y verduras impregnadas de químicos. Es muy triste cómo todo está ligado. Las empresas nacionales y transnacionales están conectadas y les vale el planeta y lo que habita en él. En Sonora se dice que no hay agua “porque es desierto”, pero hay una mala distribución de la misma ya que la usan para las mineras, para los grupos agrícolas de grandes extensiones de tierra, los centros comerciales y los restaurantes. Ana Melissa Valenzuela.
En Los Toldos, hace treinta años, vivíamos más de 4 mil mapucheen el campo. Quién más quién menos, se fue yendo a la ciudad y otros se fueron a las metrópolis. Se combina el problema de la propiedad de la tierra, y el cambio de modelo productivo.
Quedamos menos de veinte familias. Todas rodeadas de soja y algunos de los propios mapuche también siembran, porque son crianceros de cerdos. Como se quintuplicó el precio del maíz para alimentar a los cerdos, siembran soja transgénica en pequeñas parcelas y con la venta de eso compran maíz para los cerdos. Es una lógica muy rara, pero para quienes sobreviven en menos de cinco hectáreas es una solución.
Qué hacer, ¿pelearnos entre comuneros? No. Solamente que no podemos ofrecer otros canales de venta de productos en transición agroecológica porque no hay ni paladar para saborear la diferencia, ni poder adquisitivo para comprar alimentos de calidad.
Las variedades de “semillas criollas” que quedan son algunas batatas, camotes, zapallos angola, sandias y melones, y algunos frutales viejos.
En 2009 hicimos desde mi comunidad un herbario local, para mostrar la pérdida de especies, y aunque no hubo continuidad en las muestras, encontramos menos variedades en el campo que en la periferia de la ciudad. No podemos saber si esa pérdida es por el uso de agroquímicos u otro tipo de afectaciones como los ciclos inundación-sequía.
Los consumos son un poco y un poco. En el verano, cuando hay producción de huerta se consume mucho lo propio, ahora que no hay nada, se compra en el mercado local. Verónica Azpiroz Cleñan.
Cuando llegué a trabajar a Formosa, allá por 2004, había un fuerte modelo que se imponía a la vida de los agricultores familiares, en Villa 213. En la zona rural a 30 km de Villa 213, la gente se reunía para frenar ese gigante.
Las familias no tenían luz, y para conservar la carne la colgaban en galerías, a la intemperie. El agua lo traían en baldes de más de cien metros de la vivienda donde habitaban. Algunos vecinos veían la posibilidad de ganarse algunos pesos alquilando gente de otras provincias, de Santa Fe, Córdoba, Salta, que llegaban a sembrar soja. Esos inquilinos, como no vivían allí, sólo tenían a sus trabajadores, no sufrían lo que el modelo les haría padecer a las familias. Pasaban avionetas fumigando por encima de las casas, por ende de la carne, del agua y de niños y adultos.
Una de las hijas de las familias vecinas de tales cultivos comenzó a padecer problemas luego de haber sido rociada trayendo el agua. Se movilizaron, primero la madre, luego toda la familia, luego todo el vecindario, llegando a hacer denuncias, a la policía, al ministerio de la Producción, al intendente, para que esa gente se fuera del lugar, y fueron hablando con los vecinos reuniéndose, para pedir y pensar en otras alternativas, pero que no se hagan esos cultivos allí. Araceli Pared.
Nadie sabe como fue o pudo haber sido el paisaje originarioen la zona sur de Córdoba, departamento de Río Cuarto, nadie recuerda. Es tristísimo ver que no han dejado árboles nativos siquiera en los montes allende las casas (que ahora están vacías). En los caminos apenas quedan vestigios, al igual que en los cursos de los ríos y los arroyos.
El arrasamiento fue total. Más cuando empezó el boom de la soja que hasta casi en las banquinas sembraron. Este último año que el verano fue tórrido y que algunos productores volvieron a tener un poco de hacienda, fue notoria la falta de montes (reemplazadas por sombras negras). Miles de animales murieron de calor.
El monocultivo se nota en la zona no sólo por la producción sino también por el discurso-creencias imperantes en la población. La gente de los pueblos se siente agradecida del “campo” porque la vida comercial-política-social depende del agronegocio imperante.
En los últimos años empezaron a sospechar y a tener la firme convicción que no todo lo que trae el “modelo” es tan bueno (no sólo la gente mayor muere de cáncer; ya niñas y niños están sufriendo el flagelo además de problemas respiratorios y demás trastornos sanitarios). Nadie levanta la voz ni enciende la discusión por miedo al “desequilibrio” (llámese pérdida de la fuente de trabajo, pérdida de clientes si es comercio o servicio, quiebra del “negocio”, incluso los colegios quedan entrampados).
Los campos están vacíos y la poca gente que queda se emplea y vive en condiciones de extrema vulnerabilidad sanitaria. La plata de la soja cambió el modo de vida de muchas personas reemplazando los usos y costumbres del campo, con comida industrializada y rápida. Las huertas casi son inexistentes. Tampoco las gallinas que ponen los huevos tienen lugar como otrora sabía ser.
Es que la vida de la chacra fue devaluada, sus saberes subestimados y poco a poco la gente misma comenzó a olvidarlos o tenerlos como recuerdos lejanos que son anécdotas en alguna conversación con las generaciones actuales. El agronegocio arrasó con los territorios en todas sus dimensiones. Geraldine Bertolo.
Con la esperanza de que la construcción de un túnel interandino para trasvasar aguas de la vertiente atlántica hacia el Pacífico, más de 12 mil agricultores (pequeños y medianos) esperaban que el tan anhelado Proyecto de Irrigación Olmos (en la región Lambayeque, al norte de Perú) les aliviara la escasez de agua y permitiera cultivar de mejor manera productos diversos como limón, mango, paltas, maracuyá y otros de subsistencia como el camote, frejol de palo, yucas, maíz alazán.
Sin embargo, desde noviembre de 2014 (cuando se inauguró la megaobra, que demandó más de 580 millones de dólares), estos agricultores cosechan olvido, indiferencia y empeoramiento de sus condiciones de vida, ya que el agua se destina a ampliar extensas áreas de bosque seco y desérticas, a fin de convertir en tierra “fértil” unas 38 mil hectáreas en Lambayeque.
El impacto ecológico es arrasante, sobre todo por la deforestación de 15 mil-18 mil hectáreas de bosque seco que servían de zonas para pastoreo caprino y vacuno. Hay expulsión de pequeños ganaderos y el establecimiento de lotes latifundistas de 5 mil hectáreas por cada nuevo propietario, en monocultivos de caña de azúcar, palta y cultivos de agroexportación.
El llamado valle viejo (donde están los pequeños agricultores) aún no recibe dotación oficial de agua para sus cultivos. José Campos.
En la localidad de San José en Puebla, se intensificaron las migraciones en los ochenta sobre todo de los hombres, que cambiaron de la agricultura a la construcción. La actividad agrícola dejó de ser rentable y muchos migraron a la ciudad o a Estados Unidos. En 1946 construyó una presa para beneficiar con riego más de 33 mil hectáreas del distrito, y hoy la zona se encuentra perturbada y degradada por la alta contaminación del agua que lleva el afluente del río Atoyac que atraviesa la ciudad y que desemboca en el lago de Valsequillo a un costado de la población.
Predominan las mujeres, niños y abuelos: las mujeres continúan sembrando y cultivando en zonas de traspatio, con riego de temporal y muchas veces del agua de la presa. Es problemático continuar la producción de traspatio por la erosión de tierra, la contaminación del agua, la dependencia de los fertilizantes comerciales y semillas compradas, por lo que la actividad de siembra cada vez es más costosa. La localidad cuenta con grandes variedades y se utilizan algunas plantas silvestres recolectadas en temporadas de lluvias y árboles frutales. También se consumen alimentos que provienen del traspatio, pero no es suficiente, así que se compra en el mercado que queda a unos 45 minutos. También se consumen productos de las tienditas que son los típicos ultraprocesados. Ana Gladys Ramírez Santos.
“Somos la sombra del éxito”es un frase de Fabián Tomasi, fallecido por una enfermedad adquirida por ser aplicador de agrotóxicos en campos de Entre Ríos.
Y eso es lo que cada vez es más difícil de esconder. Aquí existe récord de niños enfermos por los agrotóxicos. Y existen las fumigaciones en las escuelas cercanas a los campos (principalmente) de soja, lo cual lamentablemente es literal.
A raíz de estas nefastas circunstancias, nacen las luchas, como la de Fabián que valientemente enfrentó cámaras y micrófonos. También las y los docentes de las escuelas rurales que junto al Gremio AGMER y al Foro Ecologista, lograron un decreto para limitar de las fumigaciones terrestres y aéreas.
En estas grandes extensiones de soja, que implicaron el desmonte, el exilio de las familias rurales y lo inexplicable de pasar del pastoreo a los feedlots, no se terminó la pobreza y el hambre, sino que aumenta y tiene ciudades, productoras de citrus, como las más pobres del país. Aquí también fue noticia la muerte de dos niños por estar en contacto con carbofurano.
Sin embargo hay personas que se cargan de luz y esperanza, generando conciencia en la gente. Irene Aguer.
Trabajo en el Ministerio de Agricultura, en la Dirección de Saberes Ancestrales. Propusimos realizar una compilación de saberes y prácticas relacionadas con la agricultura, y diseñamos una ficha que salimos a socializar en diferentes provincias. Llegamos a una parroquia llamada Aichapichu, nos entrevistamos con el presidente de la organización y le explicamos lo que intentábamos hacer. Su respuesta no nos desmotivó, pero sí mostró el resultado de estos cincuenta años de nueva colonización.
El señor nos dijo que hace cinco años la organización había comprado esas tierra y que el crédito no fue diferenciado por ser agricultores pequeños; les tocó acceder a un crédito con una entidad bancaria. “Debemos pagar casi 10 mil dólares anuales nos dijeron, y para ello debemos hacer producir la tierra, como sea. Y ahora ustedes vienen a contarnos que quieren recuperar las prácticas ancestrales, la producción de mis padres jamás me permitiría siquiera poder pagar la mitad de la letra anual de estas tierras. Cómo nos pide usted que recuperemos unas semillas que en el mercado no se comercializan”. (Esto resumo de todo lo que nos dijo.)
Personalmente no tuve nada que decir sino agradecer y disculparme por quitarles el tiempo, y a mis adentros existía un gran sinsabor a lo que me preguntaba; desde cuándo las grandes empresas intentaron solucionar el hambre del mundo, llevando a los agricultores a tan sólo endeudarse y cambiar de pensamiento respecto de la forma de conseguir su subsistencia, a tal punto de dejar de lado las formas de vida y dando oído y ojos a todo lo que las grandes casas comerciales nos venden como “mejor vida” o “progreso”.
La recuperación de semillas en mi país está tomando fuerza, pero cuesta mucho entrar al pensamiento de los mismos productores que no es suyo sino que las grandes casas comerciales han sabido hacer bien su trabajo. También, pocos, existe gente que va dando pasitos de hormiga frente al cuidado y recuperación de semillas. Marlene Guamán.
Tomé la decisión de venirme a vivir a Malargüe (zona rural al sur de la provincia de Mendoza, Argentina) justamente buscando otro modo de relacionarme con el campo, los alimentos y el ritmo de vida. Hallé que donde vivo la producción es a gran escala (papa y ajo) e involucra el trabajo infantil y el trabajo forzado de familias enteras durante diez horas diarias. Además inundan de pesticidas y no se cuestiona cómo se produce con fines de exportación. Buscan desplazar la producción caprina por ser familiar “poco eficiente” porque se busca avanzar con megarepresas, fracking y produccción bovina a gran escala (que resulta inviable). Laura Nudelman.
En la localidad en la que vivo conviven más de 200 familias de agricultores familiares con dos grandes productores agroexportadores. Estos avanzan enfermando a las familias con la aplicación aérea de biocidas sin respetar nada, las familias se enferman y se van del campo, lo que les obliga a venderles sus pequeños lotes de tierra a estos grandes productores que van acumulando superficie. La zona urbana crece; las familias desarraigadas empiezan a vivir la realidad urbana que desconocen, con cada familia que se va del campo se pierden saberes muy valiosos. Hay apicultores que con cada aplicación de agroquímicos pierden muchísimas abejas.
En relación a los alimentos que consumimos, hay un gran trabajo por parte de la municipalidad y una organización campesina para fortalecer los procesos de producción y de comercialización de productos agroecológicos. Analía Carolina Delssin.
Sí, son expulsados de los territorios en general en todo el país y en particular norte y noroeste de Córdoba, los campesinos. Algunas pocas comunidades de pueblos originarios que quedan son ilegalmente desalojados, amenazados y sus viviendas son tiradas con topadoras. Después son las familias que pueblan las villas-miseria. Así de cruel y crudo, basta de eufemismos.
Hay sin duda pérdida. En la ciudad de Córdoba, en las ferias francas que dependen de la municipalidad, muchos ni conocen más variedades que las habituales. Lo que favorece un poco es que compañeras y compañeros de Bolivia traigan sus variedades: papas, papines o ajies, pero no mucho más.
En nuestra familia se consume mucho cereal, harinas integrales (poca) quesos, no leche, verduras orgánicas en lo posible igual que las frutas, granolas, nueces y todo lo que se imaginen mientras se trabaja en la feria artesanal de Las Rosas en el Valle de Traslasierra, sino lo que haya. Se trata de evitar cualquier producto ultraprocesado. Mónica Ángela César Díaz.
Colombia tiene dos ríos interandinos que surcan en medio de las tres formaciones cordilleranas; uno de ellos es el río Kauka que en su zona alta-media surca uno de los valles más fértiles del mundo: lo llamamos el valle biogeográfico del río Kauka. Antes aquí vivieron por lo menos cuatro pueblos originarios: los nasa, los misak, los emberas y los pijaos. Con la llegada de los europeos, primeramente con el genocida ultrasanguinario de Sebastian de Belalcázar, estos pueblos no han tenido descanso, como dicen los nasas “un día se acostaron nasas y amanecieron indios”. Rápidamente el territorio fue reconocido como un lugar privilegiado para la agricultura y con el pasar del tiempo se fue concentrando la tierra a costa del desplazamiento de las comunidades, que se han arrinconado en las altas montañas donde nace el agua. Con la revolución cubana y el reacomodo de los mercados de la caña de azúcar, este valle fue inundado por esta planta, a tal punto que del bosque nativo que había (bosque seco tropical) hoy queda menos del 1% del mismo. El negocio se concentra en cinco ingenios azucareros cuyos dueños tienen los mismos apellidos de los dueños de la guerra de hace más de cien años en esta zona de Colombia.
El daño ambiental es impresionante: erosión de suelos, contaminación de cientos de ríos, quebradas y caños, contaminación de aguas subterráneas, contaminación del aire con las quemas, explotación de comunidades (sobre todo afrodescendientes) que cosechan la caña a punta de machete a pleno sol del trópico. El riego de glifosato lo hacen por medio de avionetas que terminan afectando la salud y cultivos de las comunidades aledañas. Como respuesta hace cinco años el pueblo nasa se levantó a liberar la madre tierra en esta zona recuperando hasta el momento 3 mil hectáreas de tierra, y en estas fincas han dejado que surja de nuevo el monte y se siembren los alimentos como el maíz, la yuca y el plátano. No ha sido fácil porque la respuesta desde el Estado y las mafias de los ingenios son los constantes desalojos tirando gases lacrimógenos y balas, y por supuesto, cientos de amenazas a los compañeros liberadores. Y aunque algunos nasa han caído, esto les da más fuerza para seguir, pues como dicen ellos, hay que liberar a Uma Kiwe (Madre Tierra) para liberarlo todo. Jimmy Armando Molano Gordillo.
En la escuela no me hablaron de la luna y sus fases, de la tierra y sus ciclos, no me hablaron de la muerte como nacimiento, no me hablaron de la sexualidad como sagrada, no me hablaron del cuerpo como templo emocional. Me hablaron de adaptarme y de encajar, me hablaron de sentarme siempre en el mismo banco y ver repetidamente sólo un ángulo de las cosas. Me calificaron con números, me hicieron a veces sentir más, pero casi siempre menos que otro. A veces merecía y otras no. (Esto sólo es una parte de un escrito de cómo nos educan: es decir somos “lobos bautizados como perros”) Jade Neptuno.
Alternativas que vienen de la memoria
Hay un vínculo recíproco inherente entre nuestro sistema social y el natural(los sistemas agrícolas resultan de esta interacción). Cuando un sistema social o natural se ve afectado, directamente impacta al otro. Bien se explica en un texto de Vía Campesina: “La riqueza y diversidad de las semillas es reflejo de la diversidad de las personas, comunidades y pueblos que las fueron cuidando, guardando, intercambiando, mejorando. Paso tras paso, se redujo la soberanía y la diversidad y se impuso una sola forma de pensar, disfrutar, trabajar y vivir: la que el capitalismo necesita y tolera. La destrucción de la diversidad humana trajo inevitablemente la destrucción de la diversidad agrícola. La FAO nos dice que un 75% de las variedades cultivadas se ha perdido en los últimos cincuenta años”.
En este dinamismo, que en algún momento permitió la diversificación y que ahora se manifiesta en erosión, podemos encontrar las respuestas para recuperar lo perdido y renovar lo estancado. Hay que continuar la investigación-creación y crianza comunitaria de los cultivos y sus semillas. Esmeralda Azucena Mastache de los Santos.
Hay que entender que las semillas y la agricultura, actividad indispensable para el desarrollo de la vida, son fruto de un trabajo colectivo de cuidado, selección, domesticación. Conversaciones colectivas de compañeros y sobre todo compañeras que nos precedieron. Esto nos posiciona de una forma particular a la hora de defender este “patrimonio de los pueblos”, pues es un largo proceso de trabajo, dedicación y esfuerzo colectivo que hoy es privatizado cuando no se pierde.
Defender la diversidad y riqueza de las semillas y las formas de producción que nos legaron, además de construir otras, es hoy defender la vida. Porque a la creación de diversidad, al libre intercambio de semillas, al cuidado de la tierra que es lo que somos, a la libertad, hoy se le arremete con la privatización, el monocultivo, la homogenización de la producción y el hambre de los pueblos.
Historizar, es también entonces dar cuenta de las relaciones de poder y opresión, es tener la posibilidad de tener una lectura otra de esta “revolución verde”, que decía que venía a acabar con el hambre y no trajo sino miseria para los pueblos.
Historizar es también dar cuenta de las resistencias que hace siglos se construyen contra este modelo de muerte. Cotidianamente pueblos, organizaciones, mujeres, familias y colectivos se organizan para recuperar o reconstruir soberanía, formas de ser, hacer, trabajar, sentir conversar y construir. “Tengamos fe en la lucha que es nuestra única esperanza”. Virginia Reinieri.
La agricultura es reflejo de un proceso colectivo. Durante años ha sido la forma de vida de muchas comunidades, su cultura, arte, música, danza, comida y muchas otras expresiones se reflejan gracias a este proceso que une a las personas como parte de un territorio.
El agua y la tierra son elementos claves para el desarrollo de la vida en sí misma. La agricultura ha sido parte de un proceso de años y son las mujeres el pilar fundamental para sostenerla. Imagino a las mujeres conversando sobre todas las experiencias nuevas con semillas y cultivos; todos los descubrimientos derivados de la imaginación y el conversar en grupo.
El proceso de creación, investigación, cultivo y cosecha debió ser una fiesta en agradecimiento a la madre tierra por la bendición de sus casas. Imagino los círculos de conversación y decisión en los grupos de mujeres y familiares decidiendo cual semilla sería la próxima en plantar o cual semilla no se siembra más por diversos motivos.
Creo que el origen surgió casi al mismo tiempo en muchos lugares del mundo gracias a la necesidad de alimentarse y mantenerse unidos. También creo que todo este hermoso proceso sigue llenando de esperanza y lucha a las comunidades en pleno siglo XXI. Si tenemos tierra y semillas el camino para un vivir mejor se puede hacer más sencillo. Daniela Castro Naranjo.
Hay una pregunta interesante que tiende un puente: cómo surgió el pensamiento como lo concebimos hoy, cómo se desarrollaron las primeras herramientas; esa dialéctica continua (imagino) entre lo que aquellos seres humanos observaban, y el impacto de su propio accionar. Las ansias de entender el mundo en el que vivimos. Pienso en los vínculos, en que nuestras realidades son creadas siempre colectivamente.
Y en los días, pienso en el pasar del tiempo en ese entonces; ¿con qué ocuparían su tiempo? ¿qué verían sus ojos, qué paisaje sonoro estarían escuchando? ¿Conversarían aquellas mujeres acerca de sus observaciones sobre las semillas y las plantas, los cielos, las aguas? ¿Sobre sus sentimientos? ¿Se aburrirían?
Hoy viernes, a días de participar del primer Foro Agrario, y entendiendo el presente como hilos de los que se puede tirar y tirar hasta desmadejar el pasado, no me cuesta pensar que aunque las reglas del juego sean otras, esta necesidad de entender el mundo en que vivimos y transformarlo es la misma. Camila Domínguez.
Miles de años de trabajo con la tierra, de diálogo con la naturaleza, desde la solidaridad, desde lo comunitario. No podemos ya permitir ingenuidad en la lectura de la historia: quiénes la escriben y quiénes la reproducen, dónde se callan voces.
Me parece relevante revalorar el rol de la mujer en la historia de la agricultura. Y que esta agricultura campesina ha generado diversidad utilizando los elementos de la naturaleza, lo genético y el ambiente, para generar mayor riqueza de especies y variedades y con ello enriquecer la diversidad en la cultura y de las culturas. Este proceso no es fruto del azar sino de la observación y el aprendizaje, de los errores y aciertos y de transmitirlos generación tras generación, transmitir las semillas de los alimentos y sus otros usos y la semilla de los saberes.
Escuchar diferentes voces nos hace conscientes de la complejidad en la que vivimos, mientras que desde el discurso hegemónico se busca que haya pocas voces, pocas semillas, pocos alimentos y también poca cultura. Irene Aguer.
Considero muy “mágico” todo el proceso desde que ponemos la semilla en la tierra hasta que podemos comernos un alimento, aun con toda la información científica que poseemos. Me gustaría tener la máquina del tiempo para poder ver la cara de nuestros ancestros agricultores. Al permanecer durante un periodo de tiempo que seguramente equivalía a un ciclo completo de algunas de las semillas, de lo que recolectaban pudieron comenzar a observar cómo brotaban y salían nuevas plantas, similares a aquella que les proveyó de alimento antes. Tal vez incluso alguna semilla quedó sobre la tierra a la vista y empezó a brotar y se pudo observar a simple vista cómo salía algo de aquello que descartaron por su dureza. Imagino que intentaron replicar esa “siembra” para realizar una nueva observación, que se debe de haber replicado muchas veces con éxito y otras no tanto.
Imagino que este proceso debe haber tomado mucha observación, mucha experimentación, algunas semillas brotaban, otras no. Los árboles tardaban años en crecer y otras daban frutos muy rápido. La trasmisión de estos conocimientos de generación en generación debió ser a través de las mujeres pues lo hombres estaban más en la caza de animales. Creo que debe haber sido un momento muy mágico ver que nacían nuevas plantas y que podían sembrar su propio alimento en lugar de tener que caminar y trasladarse todo el tiempo. Tania Micaela Cenazzi.
En todas las sociedades del mundo la mujer tenía el gran rol de ser madre, encargada de la progenie. Su papel multifuncional se logró muy bien. Como observadora tuvo la gran oportunidad de sus desplazamientos en el campo para recolectar frutos, semillas y tubérculos que le parecían atractivos. Al principio quizás en un área dejó lo que pensaba era importante y fue eliminando algunas plantas que por su tamaño o características impedían su trabajo en estos “cultivos silvestres”. Cuidar a sus níños quizás la forzó a desarrollar sus cultivos lo más cercano a los centros donde habitaban. Por su observación notó que poseía competidores en el proceso de cosecha, varios animales, y una de sus actividades fue evitar que atacaran a sus cultivos.
Ella era también quien preparaba los alimentos, así que la cocina funcionó como un gran laboratorio de aceptación y descarte de lo recolectado.
¿Cuál fue el proceso por el que se eligieron algunas especies y no otras? Ese proceso de selección tuvo que estar relacionado con mucho tiempo de observación de la conducta de estas especies en su medio natural. Quizás algunas características llamativas estaban relacionadas con especies de plantas que ofrecieran abundantes granos, producción abundante, ciclos relativamente cortos, de rápido crecimiento, fáciles de almacenar, que quizás no demandaran mucho cuidado y de fácil cocción. Lo principal es que ese proceso de selección, aunque tenía un aspecto fuertemente ligado a las mujeres surgía y surge también desde la colectividad.
En la época precolombina los primeros habitantes costarricenses llevaban a cabo largas travesías y el intercambio de productos ocurría con otros mesoamericanos, y parte de estos grupos tenían influencia andina. No sólo se daba el intercambio de semillas sino de saberes, conocimientos y prácticas. Esa inventiva agrícola fue guiada por la misma semilla, que al final —independiente de su lugar de origen— posee características muy comunes a la hora de la siembra y el manejo (misma zona ecológica). Creo que a pesar de las diferencias culturales, distancias geográficas e intercambios, el ser humano per se actúa muy similar cuando se trata de buscar utilidad de los recursos que la naturaleza provee.Todos estos sucesos debieron de estar acompañados de mucha observación, práctica constante, pero también de comunicación colectiva, lo nuevo que se aprendía se compartía conversando entre los miembros del grupo.
Otra parte importante fue almacenar las semillas. El humo ahuyenta a insectos y otros animales, por eso los granos y semillas son guardadas en la parte alta de las viviendas, atravesada por el humo de los fogones.
Por vivir en ambientes tan ricos en biodiversidad tuvieron la gran posibilidad de ser creativos y, como se dice, la necesidad es la madre de la creatividad. Roxanna María González Chaves.
Para poder domesticar las semillas las mujeres, lejos del simple azar, tuvieron que haber logrado un acercamiento y un conocimiento fuerte sobre cómo seleccionar, mezclar, guardar, sembrar semillas para desarrollar la agricultura. Hay algo del proceso que no es errático; simplemente la ciencia moderna no puede ver y reconocer ese otro saber que tuvieron las primeras mujeres agricultoras.
Es interesante también la relación entre agricultura y lo sagrado: pedir, agradecer, respetar, volver la relación con la tierra toda una ceremonia donde se le habla “como a una persona”, como dicen en varias oportunidades. María de las Nieves Puglia.
No es casual que de diferentes maneras a lo largo de la historia y en diversos contextos,algunos más en armonía con el entorno y otros menos, sean las mujeres quienes son depositarias de las necesidades de cuidado de las comunidades. Incluso en la historia contemporánea emergen las mujeres como las guardianas de los saberes ancestrales, y las encargadas de defender el entorno más que los hombres. Incluso irrumpe en la escena una nueva corriente del feminismo denominada ecofeminismo, que plantea la necesidad de visibilizar que tanto los territorios como los cuerpos femeninos son sujetos pasivos de la expoliación del capitalismo salvaje, entendiendo que patriarcado y extractivismo tienen muchos puntos en común. Esta corriente pretende de alguna manera entrar en diálogo con la madre tierra, y con los pueblos originarios. Mónica Ángela César Díaz.
En la frontera de Chiapas, México con Huehuetenango, Guatemala,está el territorio del pueblo chuj, mayas a quienes ha “cruzado” la línea geopolítica, pero que resisten con saberes y tradiciones resilientes. En la zona de los lagos de Montebello, y de la Laguna Larga, alimentados por las lluvias de la Sierra de los Cuchumatanes se ha sobrevivido y algunas veces prosperado, con los policultivos de milpas, traspatios solares y cafetales bajo las sombras frutales de selvas y bosques, en espacios de diversidad biocultural y organización cooperativa, a pesar del sufrimiento por la violenta represión con la guerra de “tierras arrasadas” del genocidio guatemalteco, que expulsó a decenas de miles de refugiados.
La base comunitaria se ha intentado reconstruir con el trabajo campesino de maíz y café de alta calidad, y en relativa armonía con la abundancia de recursos. Pero cuando se alzaba del suelo la esperanza, además de la represión militar vino la invasión de maíz “barato” extranjero, y de plagas devastadoras para las variedades campesinas de café. La falsa solución de asistencia corporativa ha inundado los mercados con granos transgénicos y variedades que promueven deshacerse de la cubierta arbórea para vender en exclusividad a empresas como Nestlé que los transforma en café soluble en Puerto Chiapas, construido por el gobierno corrupto a su servicio con el esquema de “Zona Económica Especial”. Son serviles a transnacionales tan crueles como las mineras canadienses.
Aun contra estas tácticas criminales y de guerra sucia que intereses estadounidenses e israelíes ejercen en Guatemala, con la llamada “Franja Transversal Norte”, es de admirar la lucha de los pueblos originarios y campesinos, que han logrado frenar la promulgación de leyes de semillas propuestas al servicio de “Monsanto”, que consiguieron el derrocamiento de un presidente militar y descarado narcotraficante, y que hoy vuelven a las carreteras con la Marcha por la dignidad en defensa de sus territorios. Incluso la población más forzada a la desesperante migración, no deja de llevar en las “caravanas al norte”, el hatillo de semillas y saberes, con los que sueñan retornar. Busquen en www.redsag.net o conozcan a organizaciones como Mamá Maquín o el Comité de Unidad Campesina CUC. Pedro César González Flores.
Si bien ahora tengo la fortuna de vivir en el campo, la mayor parte de mi vida he radicado en zonas urbanas. Sin embargo he podido conocer distintos lugares y experiencias de vida rural. En este sentido, pienso en el altiplano potosino (Norte de San Luis Potosí). El proceso de agronegocio en esta región, implica de entrada la existencia de recursos, en este caso el agua. Aunque es una zona semidesértica y por lo tanto muy árida, el valle de Arista cuenta con reservas de agua. En esta zona, además de la milpa, campesinas y campesinos producen chiles de diferentes variedades y los comercializan frescos o secos.
A principios de los 1990, se inició la instalación de invernaderos para producción industrial de jitomates, y desde entonces se ha venido extendiendo su instalación.
Por el cambio en el régimen de lluvias, la gente en esta zona ya no puede sembrar maíz, así que ahora en el mejor de los casos se compra maíz o tortillas de “maseca” [harina de maíz industrial] de la tortillería. Los jóvenes que no migran a Estados Unidos trabajan como jornaleros en los invernaderos, dejando de lado el cultivo de chile.
Es importante tener presente cuándo inicia esto, ya que en el contexto internacional coincide con la etapa neoliberal del capitalismo, y las firma de TLC en el caso de México. Ahí comienza la reconfiguración económica que se visibiliza en los territorios, al verse forzados a cambiar sus actividades productivas, el uso de su tecnología y con ello volver vulnerables los saberes y sus prácticas. Sus modos de vida se ven transgredidos y con ello los procesos sociales que constituyen la vida campesina. Mariana Medellín.
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